Nosotros también levantamos la Copa
La Habana/Todo amaneció diferente, la gente en las calles caminaban todos con una misma camisa: la del real Madrid. Solo se hablaba de fútbol, los que entienden y los que no. A pesar de la poca información y cobertura que le dió al evento nuestra televisión en comparación con otros países, la gente se identificaba con su equipo, con su jugador, con su deporte ¿Por qué? Simplemente se jugaba la final de la Liga de Campeones de Europa entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid.
Llegó el momento esperado, las 2:45 hora cubana, 7:45 de la noche en Lisboa, el mundo se paralizó, Cuba se paralizó. Es asombroso lo que logra un partido de fútbol en nuestra sociedad, se unieron blancos y negros, mujeres y hombres, viejos y jóvenes, conocidos y desconocidos, solamente importaba el color de la camiseta, blanca o blanca y roja, el amor al fútbol.
Fue impresionante, cuando los jugadores salieron al terreno, ver a todos abrazados, cantando el himno de la competición más importante del mundo a nivel de clubes. Los teatros estaban llenos, las casas con amigos reunidos, la gente en los hoteles mirando la pantalla. De diferentes formas se empezaba a vivir el partido, el Atlético aportaba garra y entrega pero no le era suficiente, el Madrid asediaba la puerta del "Aleti". Sin embargo, el destino quiso que fueran ellos los que se adelantaran por un error del que, a mi criterio, es hoy figura insignia del madridismo: Iker Casillas.
El Madrid no se desesperó como buen depredador que espera que su presa este lista, y no fue hasta pasado el minuto noventa que sucedió: Sergio Ramos a la salida de un córner se elevó a los cielos de Lisboa y cabeceó el balón fuera del alcance del portero rival y la mandó al fondo de las redes. Por un instante se paralizo el corazón... y después la euforia del madridismo, se oyó en todas las casas de la Isla la palabra del momento, como en coro celestial: goooooooooool...del Madrid. La gente se abrazó, se besó, todo era júbilo y alegría: el Madrid había empatado y nos íbamos a la prórroga.
Ahí todo fue coser y cantar. El Real Madrid demostró, como viejo zorro ganador de Copas de Europa, que no tenían esa presión que, por cierto, sí se comió lentamente al Atlético y sus jugadores. Goles de Bale, de Marcelo, y por último, de Cristiano, cerraron la ya nombrada épica remontada de los merengues.
En ese momento se escuchaba en todas las cuadras cubanas, desde los cines y discotecas, el coro de: ¡campeones, campeones, oeoeoeoeoeoe! Música que sonaba al oído de nosotros los madridista como si fuera una obra maestra de Mozart y Beethoven. Minutos después, Iker levantaba al cielo la décima Copa de Europa para el Real Madrid y el pueblo cubano gritó junto con el "campeones, campeones". Ese pueblo, que en mi humilde opinión, gústele a quien le guste y pésele a quien le pese, terminará eligiendo al futbol como el deporte nacional.