Mario Urquía Carreño, el hombre que casi acaba con la masonería cubana
Protegido por las autoridades, el Gran Maestro comenzó a tomar medidas contra los que exigieron su renuncia inmediata
La Habana/Ningún ingrediente le faltó al drama que los masones cubanos protagonizaron durante casi diez meses este año. El escándalo por el robo de 19.000 dólares el pasado enero en la planta más alta –y segura– del edificio de la Gran Logia, en La Habana, llevó a un torbellino de acusaciones y pronunciamientos que sumieron a la orden en el descrédito. El hombre al que apuntaban todos los dedos era el propio Gran Maestro: Mario Urquía Carreño.
Todavía hoy no está claro por qué el dinero, que pertenecía al Asilo Masónico Llansó, fue sometido a transacciones tan irregulares entre los altos funcionarios que debían custodiarlo. Urquía Carreño, que asumió inicialmente la responsabilidad –aunque no la culpabilidad– del robo, se atrincheró en el cargo y encontró un aliado insospechado: el Ministerio de Justicia.
Protegido por las autoridades, el Gran Maestro comenzó a tomar medidas contra los que exigieron su renuncia inmediata. Los masones cubanos, históricamente intolerantes con toda forma de autoritarismo, contraatacaron usando las herramientas legales de la fraternidad. Durante una reunión, en marzo, fue expulsado del recinto con gritos de “¡fuera, ladrón!”. Humillado por sus adversarios, pero astuto y bien asesorado, Urquía Carreño demostró que sus contrincantes no habían seguido la normativa correctamente y, con un aval del Ministerio de Justicia, se reinstaló en su oficina.
A la ecuación se añadió otra variable, la prensa independiente. La atención que recibió la crisis fue otra arma del Gran Maestro contra sus enemigos: los acusó de revelar asuntos masónicos a los profanos. Lo irónico del argumento fue que tanto la Seguridad del Estado como algunos de sus canales de propaganda –en especial el llamado Guerrero Cubano– se rasgaron las vestiduras por semejante falta de respeto a la orden.
Cuando la situación no podía ser más surreal, intervino Caridad Diego, cacique del régimen para los asuntos religiosos
Cuando la situación no podía ser más surreal, intervino Caridad Diego, cacique del régimen para los asuntos religiosos y con experiencia a la hora de dialogar con la fraternidad. En una reunión con un grupo de masones, la funcionaria del Partido Comunista ordenó quitar los celulares a los asistentes y confesó que “no sabía nada de lo que estaba ocurriendo”. Exhortaba, no obstante, a volver al redil del Ministerio de Justicia, indispensable para que la Gran Logia siguiera siendo legal en el país.
En agosto, Urquía Carreño capituló “en bien de la institución” y abandonó el cargo. Habían sido meses de extrema tensión y de cisma, en la práctica, con el Supremo Consejo para el Grado 33 –la segunda institución masónica más importante de Cuba– y con su líder, José Ramón Viñas, su antagonista. Había dejado a la masonería al borde del abismo institucional y a un paso de perder el reconocimiento, y por tanto el financiamiento, de los masones de otros países. Los emigrados cubanos en Florida ya lo consideraban un agente de la contrainteligencia.
Un mes después, en otro movimiento igual de inesperado, el ex Gran Maestro fue detenido en la estación de la Policía en Zanja y Dragones. Parecía haber perdido el favor de sus antiguos protectores y su condición masónica estaba en entredicho. Desde entonces no se sabe qué ha sido de él.