Ricardo Cabrisas, el gran maquinador del régimen cubano
Sibilino, poco dado a sonreír, evita el protagonismo y firma múltiples tratados
La Habana/En casi todas las fotografías oficiales, Ricardo Cabrisas aparece estrechando la mano de un político o abrazando a un banquero. Su cara es la de un jugador de póker, su voz rara vez se escucha en los medios. Tras la muerte de Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, a quien se atribuía ser el acaparador de las inversiones extranjeras en Cuba, el nuevo ministro de Comercio Exterior ha tomado la batuta de negociador.
Cabrisas ya había estado al frente de la cartera durante los últimos veinte años del siglo XX. Además, fue ministro de Economía de 2016 a 2018, entre dos grandes impopulares: Marino Murillo y Alejandro Gil.
Manejó la oficina de Comercio Exterior durante el auge y caída del subsidio soviético, e hiló fino en el cargo en el Período Especial, en los años 90. Incondicional de Fidel Castro y superviviente de varias redadas de destituciones, parecía estar de salida de la política cuando, a sus 86 años, recuperó su antiguo ministerio.
Era el hombre que necesitaba La Habana para conversar con Moscú y engrasar el diálogo con acreedores más severos, como el Club de París. Desde el pasado abril, en las comitivas presidenciales que han partido de la Isla en busca de dinero aliado siempre va Cabrisas. Sibilino, poco dado a sonreír, evita el protagonismo y firma múltiples tratados.
El avión oficial lo ha llevado al Kremlin, a Zhongnanhai –la sede del Gobierno y el Partido chino–, a la oficina de los acreedores parisinos, al palacio del jeque de Emiratos Árabes Unidos y a dondequiera que alguien exija los dólares que La Habana pide y nunca paga.
El gran maquinador criollo es hombre de firmas, trampas y contratos. Cabrisas ha popularizado en la prensa oficial, para describir sus logros, el término "memorando de entendimiento". Y esa frase es, quizás, la que determina su pose favorita en las imágenes, más poderosa que cualquier saludo o sonrisa: el papel, guardado en una carpeta de terciopelo rojo, que garantiza que el régimen aguantará un poco más.
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