Las dos caras del paseo del Prado

Derroche y escasez conviven en la famosa avenida de La Habana, reflejo del fracaso de un Gobierno que llegó para acabar con las desigualdades

Por el valor de 66 CUC se compra un "Day Pass" para la zona de piscina y ‘spa’ del hotel Manzana Kempinski. (14ymedio)
Por el valor de 66 CUC se compra un 'Day Pass' para la zona de piscina y ‘spa’ del hotel Manzana Kempinski. (14ymedio)
Zunilda Mata

17 de julio 2019 - 17:22

La Habana/Los chorros de agua de la piscina crean una atmósfera relajada. Al otro lado del cristal se recorta la ciudad bajo un sol implacable que parece benigno desde el confort del aire acondicionado del hotel Manzana Kempinski. Abajo, en una cercana azotea, dos hombres colocan una manguera para llenar un tanque, tras dos semanas sin suministro de agua. La Revolución que prometió acabar con las desigualdades ha logrado, sesenta años después, hacerlas evidentes en una sola calle.

El paseo del Prado no es solo la avenida de las esculturas de leones de bronce, del glamour de los desfiles de Chanel o de las fotos obligadas para quienes llegan desde otras provincias, sino también donde se plasman los más duros contrastes de la Cuba actual. Con al menos dos hoteles de superlujo funcionando y otro a punto de abrir, es el mapa de una Isla dispar.

Yusi, que prefiere no dar su nombre real, conoce las dos caras del famoso paseo. Vive en una cuartería cercana a la calle Virtudes, con dos pisos repletos de pequeñas viviendas donde se amontonan varias generaciones. Nació allí hace 41 años y, aunque ha hecho "lo humano y lo divino para salir del país", sigue habitando el mismo lugar donde nacieron su madre y su abuela.

"Cuando me dijo que me invitaba a un día en las instalaciones pensé en decirle que con los 66 CUC que cuesta por persona la modalidad de 'Day Pass' yo iba a poder vivir un mes entero"

La pasada semana Yusi fue invitada por una amiga extranjera a pasar una jornada en el spa del Manzana Kempinski, un lujoso hotel inaugurado hace dos años que los vecinos de la zona llaman "la nave espacial". Ubicado en la antigua Manzana de Gómez, el alojamiento está pensado para un tipo de turismo con altos estándares que llega buscando mucho confort y poca realidad, coctelería fina y sábanas suaves.

"Cuando me dijo que me invitaba a un día en las instalaciones pensé en decirle que con los 66 CUC que cuesta por persona la modalidad de Day Pass yo iba a poder vivir un mes entero", cuenta la joven. Hace unos años, Yusi estuvo internada unos meses en un campamento de reeducación por ejercer la prostitución con turistas. Después, cursó una especialidad como promotora cultural y estuvo un año trabajando para el Estado.

"No me daba la cuenta, así que volví a trabajar con turistas pero ahora lo que hago es dar paseos y brindo compañía", aclara. Era la única cubana que ese día de julio se sumergió en la piscina de agua templada del Kempinski, con un olor a vainilla que impregnaba el ambiente y que Yusi inhalaba a grandes bocanadas a ver si podía "llevar algo de ese aroma pa'l solar" donde vive.

A Yusi no le sorprende demasiado el contraste entre la cuartería donde vive y el lujoso spa. Era una adolescente cuando la Isla se abrió al turismo, la dolarización y las inversiones extranjeras, así que ha convivido con los claros y oscuros del proceso. A diferencia de su madre, que se pasó años sin querer entrar a una shopping porque eso era "cosa de los gusanos" con divisas convertibles, ella sabe que vive en un país donde las consignas van por un lado y la realidad por otro.

Ese mismo día, en su cuartería cumplían dos semanas sin suministro de agua. A menos de 300 metros del lujoso hotel, su madre cargaba varios cubos para bañar a la abuela postrada en una cama y tratar de limpiar los platos que se acumulaban en el fregadero. "Mis vecinos están como locos, si me ven en esto les da un infarto porque en mi solar hay que guardar el agua después que uno se baña para usarla para limpiar", agrega.

La Habana Vieja y las zonas más cercanas al hotel llevan décadas aquejadas por el deficiente suministro de agua, una situación que no ha mejorado ni siquiera porque el paseo del Prado y el casco histórico de la capital cubana se han ido convirtiendo poco a poco en la milla de oro del turismo en La Habana. "Más bien esto ha agravado el problema porque ahora hay más demanda", opina Yusi.

En la piscina del hotel, una estantería repletas de toallas pulcras le recuerda a la mujer el bulto de ropa sucia que se acumula en una esquina de la barbacoa donde duerme. "Cuando salga de aquí se acaba el hechizo, o mejor dicho, explota la burbuja", ironiza, mientras pide una pizza con queso mozzarella y un cóctel de sabores tropicales. "Me parece que estoy en otro mundo, que no estoy en La Habana", dice.

A pocos metros, sentado a la sombra en uno de los amplios bancos del Prado, Pablo, de 79 años, espera un milagro. "El comedor de la iglesia del Santo Ángel donde almuerzo varias veces a la semana no está brindando servicio porque no hay agua", lamenta el jubilado. "Muchos ancianos de la zona nos hemos quedado colgados de la brocha porque sin esa ayuda adicional todo se vuelve muy difícil".

Pablo vive cerca del majestuoso Prado. "Nací en esta zona y ya hay partes que no reconozco", dice y señala hacia la fachada del Grand Hotel Packard de la que cuelgan unas plantas verdes que se ven recién regadas. Arriba, en un piso intermedio, se adivinan unas tumbonas y un par de turistas recostados sobre la barandilla con una cerveza en la mano. "Ahí no falta nada", dice molesto.

Pablo era joven cuando los lemas políticos reforzaban la igualdad y la justicia social para todos. Aquellas décadas en que se le achacaba al capitalismo la existencia de pobres y ricos, las diferencias entre el poder adquisitivo de unos y de otros. Trabajó duro pensando que el barrio donde creció iría mejorando para la gente que se había quedado, los que no se fueron por el Mariel ni en la crisis de los balseros; pero ahora, ya jubilado, a donde quiera que mira encuentra aquellas desigualdades que la Revolución prometió erradicar.

Unos empleados limpian los cristales del amplio portón del alojamiento. Llevan ropa de mantenimiento, unas largas escobillas y unos cubos con agua espumosa. Los ojos de Pablo no se apartan de los hombres. "Con esa cantidad de agua o un poquito más se puede hacer el almuerzo de los viejitos del Santo Ángel", calcula. Pero intuye que no es tan fácil. "El agua para el turismo es otra, no viene del mismo lado ni sabe igual", bromea amargamente.

Se espera que quede listo para su inauguración en septiembre y que, con sus cinco estrellas plus, atraiga hacia esa esquina a turistas que no escatimen en gastos

Calle abajo y muy cerca del muro del Malecón está casi listo el hotel SO/Paseo del Prado. Se alza como un recién llegado frente al Morro y todavía se ve el ajetreo de las obras y los retoques finales. Se espera que quede listo para su inauguración en septiembre y que, con sus cinco estrellas plus, atraiga hacia esa esquina a turistas que no escatimen en gastos ni titubeen para meter la mano en el bolsillo.

Esta semana se hacen arreglos en los exteriores, llegan camiones cargados con nuevos recursos para colocar en el amplio edificio y en las cercanías se dan los retoques a las aceras, donde varios hidrantes contra incendios ya destacan bajo el sol de julio. A pocos metros está la otra Cuba, donde un cartel en una pequeña oficina estatal advierte de que "no hay baño y tampoco agua".

"Estamos trabajando a media máquina porque tenemos problemas con el suministro de agua y los empleados solo están haciendo media jornada", aclara la administradora, que ha traído de su casa una botella plástica en la que todavía queda un trozo de hielo.

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