Cayo Hueso vive momentos difíciles por la cuarentena
Las medidas han ido relajándose lentamente, pero el barrio aún sufre las consecuencias económicas de la pandemia
La Habana/Cuando empezó la cuarentena en el barrio de Cayo Hueso, en La Habana, las autoridades crearon una tarjeta de identificación imprescindible para comprar los productos de primera necesidad. Han pasado dos meses y los vecinos ya bromean con la idea de guardarla para un "museo de la pandemia".
Casi nadie exige ya esta tarjeta a los residentes. Las medidas se han ido relajando lentamente y el barrio despierta despacio de su letargo. Los numerosos casos de covid-19 detectados en esta zona densamente poblada, motivaron una cuarentena moderada que requería estrictas medidas de control y supervisión, incluida la prohibición de transitar con vehículos por determinadas calles. Todavía hoy existen varias vallas de metal como vestigios de los puntos de acceso al barrio.
Las rejas en esquinas como la de Neptuno y Belascoaín contrastan con la abundante presencia en las calles de personas que sortean sin obstáculo los límites de la barriada. El vallado apenas se usa para reducir la circulación de autos, pero las principales arterias, como San Lázaro, Infanta y Carlos Tercero, continúan abiertas.
Las rejas en esquinas como la de Neptuno y Belascoaín contrastan con la abundante presencia en las calles de personas que sortean sin obstáculo los límites de la barriada
Pero algo aún delata la situación especial de Cayo Hueso: la excesiva presencia de agentes del orden. Militares de las Fuerzas Armadas, miembros del Ministerio del Interior y de la policía controlan especialmente las grandes colas, alrededor de las que se ven también integrantes de los Comités de Defensa de la Revolución sin que todo este despliegue logre garantizar el orden.
"Llevo seis horas en esta cola y no camina", se quejaba este martes un hombre en el Mercado Amistad de la calle San Lázaro. El cliente, acompañado por los gritos de otros que también esperaban, achacaba la lentitud a los malos manejos de una mujer con un brazalete a la que identificaba como organizadora de la fila.
"Cada cinco minutos solo viene a empujar la cola hacia la calle Concordia", lamentaba otro cliente, que denunciaba el privilegio que la organizadora daba a algunas personas para comprar sin esperar. Mientras se escuchaba el coro de críticas, cinco cajas de refrescos salidas de la tienda entraban a un negocio privado cercano, a pesar de que su venta está estrictamente racionada.
Las pesquisas de salud también se han relajado con el paso de las semanas en este trozo de territorio colindante con el Malecón. Si inicialmente los estudiantes de Medicina pasaban de casa en casa preguntando por síntomas o malestares, ahora, pocos de los jóvenes con bata blanca que marcan en la mañana su asistencia en el policlínico Joaquín Albarrán terminan tocando alguna puerta.
"Abuelo, si le preguntan no diga que lo llamé por teléfono, diga que fui a verlo a su casa, es que me duelen mucho las piernas", pide una enfermera a un jubilado al que ha llamado desde su celular. Cada día, al finalizar la jornada, entregan a sus superiores las planillas con todos los presuntos casos visitados, un ciclo que vuelve a empezar la mañana siguiente.
Con las escuelas y los centros culturales aún cerrados, Cayo Hueso ha perdido algo de su bullicio tradicional, pero la mayor pérdida parece estar en la economía de las familias de una barriada con un gran porcentaje de su población con bajos ingresos. El cierre de las fronteras ha golpeado especialmente a una zona que, sin el atractivo turístico de La Habana Vieja ni el glamour del Vedado, era destino y dormitorio de muchos viajeros.
La caída económica se nota también en una menor presencia de vendedores ambulantes, muchos de los cuales suministraban alimentos a las casas y negocios de la zona que brindaban servicios a los turistas. Algunos pocos restaurantes privados y cafeterías han sorteado el vendaval y logrado mantenerse abiertos pero con comida para llevar y ofertas reducidas.
Nancy, una cuentapropista que trabaja en un local de venta de diversas mercancías en la calle Galiano, tenía hasta hace poco una mesa donde ofrecía útiles para el hogar, baterías, una amplia variedad de enseres domésticos y otros productos. Ahora, trata de sobrevivir al cierre del negocio debido al coronavirus.
Mientras se escuchaba el coro de críticas, cinco cajas de refrescos salidas de la tienda entraban a un negocio privado cercano, a pesar de que su venta está estrictamente racionada
"¿Cuándo terminará todo esto?", se pregunta Nancy mientras aguarda para comprar tres raciones de comida en una de las cafeterías que ha logrado mantenerse abierta. "Necesito trabajar, ya he gastado los ahorros que tenía guardados. Si esto continúa no sé qué vamos a comer".
Las preocupaciones de esta comerciante se extienden más allá del momento más duro de la pandemia. Su mesa de ventas dependen de las mercancías que traen las mulas desde el extranjero. Con los vuelos aún suspendidos, "pasará mucho tiempo para que pueda tener nuevamente productos para vender", reflexiona.
Otros ni siquiera pueden decir en voz alta la ocupación que han tenido que poner en pausa debido al coronavirus. Porque Cayo Hueso no solo es uno de los barrios con más residentes por metro cuadrado de la capital cubana, sino también el epicentro de amplias redes de mercado negro, juegos ilegales y todo tipo de negocios clandestinos. Y esto, a diferencia de las actividades legales, ha sobrevivido a la pandemia y a los constantes controles de las fuerzas de seguridad.
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