Enrisco, entre la libertad y el poder
Desde Nueva Jersey, el escritor, profesor y humorista cubano Enrique del Risco nos habla de lo divino de, a partir de lo inhumano, hacer reír a la humanidad
La Habana/Pérdida y recuperación de la inocencia es de esos libros que hacen cambiar la percepción de la literatura, el humor y la frontera que suele construirse entre ambos. Lo publicó en 1994 alguien que formó parte del movimiento humorístico surgido en los ochenta en las universidades cubanas. Hoy Enrique del Risco es el escritor que con más hondura e ironía analiza los entresijos de la política criolla en las últimas siete décadas. Así lo avalan, entre otros, su libro de artículos El comandante ya tiene quien le escriba (2003), el de memorias Nuestra hambre en La Habana, el de ensayos Historia y masoquismo (2023), así como las antologías El compañero que me atiende (2017) y otra en camino donde varios intelectuales ahondan en las influencias de la perestroika y la glasnost en el pensamiento cubano de finales del siglo XX.
Ya era hora de que lo citáramos y nos sentáramos a hablar muy en serio.
PREGUNTA. ¿Cómo funciona el raro equilibrio entre ser gracioso y pesado?
RESPUESTA. Es un equilibrio, y los equilibrios siempre son complicados. No hay receta única ni permanente. Para no caer en la pesadez hay que evitar los excesos y los lugares comunes, y sorprender al espectador, lo que te obliga a buscar la originalidad, incluso en los temas más manidos. Sobre todo, respetar al público, pensar que es tan o más inteligente que tú, tratarlo en consecuencia, saber usar la complicidad sin abusar de ella. Siempre habrá público más tonto que uno, pero para ese no hacen falta los humoristas: se ríen con cualquier cosa.
“Si choca el avión de Fidel con el avión de Raúl, ¿quién se salva? Respuesta: el pueblo”. Eso es bastante libre, ¿no?
P. Después de “El humor entre la libertad y el poder”, tu icónico texto de hace más de treinta años, ¿quién de ellos tres ha cambiado? ¿Lo has hecho tú?
R. Icónico no sé para quién, pero algo han cambiado la libertad y el humor, aunque el poder siga en el mismo sitio. En aquel texto decía que era parte de la lógica del humor enfrentarse al poder y arrebatarle espacios de libertad, sin los cuales el humor no puede existir. Tenía en mente, por una parte, un poder totalitario como el cubano y, por otra, al humor que se ejerce en el espacio público.
En privado el humor nunca dejó de ser libre. Recuerdo el primer chiste político que escuché: “Si choca el avión de Fidel con el avión de Raúl, ¿quién se salva? Respuesta: el pueblo”. Eso es bastante libre, ¿no?, aunque al niño fidelista que era entonces no le agarrara la gracia de inmediato.
Desde 1994, cuando apareció publicado el texto, el humor cubano ha conquistado amplios espacios de libertad. Lo consiguió dentro del país, donde el poder ha tenido que resignarse a ver pasar por la televisión a Mentepollo o a Pánfilo con su Vivir del Cuento. Posiblemente el momento más dulce del humor en su relación con el poder fue cuando Obama, el primer presidente norteamericano que visitaba Cuba en casi un siglo, prefirió ir al set de Vivir del Cuento antes que rendirle pleitesía a Fidel Castro en Punto Cero.
Ese poder también ha tenido que resignarse a que tú sigas escribiendo aunque sufras en carne propia su poco sentido del humor
Ese poder también ha tenido que resignarse a que tú sigas escribiendo aunque sufras en carne propia su poco sentido del humor. Otros –supongo que con menos vocación de héroes– hemos preferido buscar la libertad fuera de la Isla. Pienso en la legión que lleva décadas haciendo humor, como Ramón Fernández Larrea, Pepe Pelayo, Alexis Valdés. El Pible, Garrincha o Lauzán, a los que se nos han sumado otros en los últimos años. Lo mejor que hemos hecho es no usar la libertad como disculpa para caer en la pesadez, que es en definitiva tanto o más peligrosa para un humorista como el poder.
Ayuda mucho que la tecnología digital nos liberara en buena medida de la condena que separa a los humoristas cubanos en “adentro” y “afuera”. Recuerdo, hace ya un par de décadas, ver a Jorge Bacallao leyendo su texto sobre La Habana. Pensé en lo bueno que hubiera sido dejar constancia de los espectáculos en el Carlos Marx y en el Mella a finales de los ochenta y principios de los noventa. O de las lecturas de Eduardo del Llano, Pedro Lorenzo y yo en la peña Esperando por Gutenberg, en La Madriguera.
Hoy podemos acceder a lo que se hace adentro: al espacio La Risa por Delante, a los magníficos espectáculos de la nueva versión de La Leña del Humor… Y desde allá también pueden mantenerse al tanto de lo que hacemos acá.
P. “El comandante no tiene quien le escriba” y, sin embargo, tú lo haces.
R. Llevaba años sin escribir humor cuando retomé en el 2000 mi nombre de guerra, Enrisco, para publicar columnas semanales en Cubaencuentro. Hacer humor con la política cubana no era bien visto, en parte porque en el exilio se había impuesto un tono solemne para hablar de “la pobre Cuba mártir del castrocomunismo” y similares lindezas, y en otra porque los humoristas salidos de Cuba desde inicios de la Revolución se impusieron un “humorismo combativo” que es una contradicción en sí mismo. Puedes burlarte de una dictadura, hacer que la gente pierda el miedo o el respeto que inspira, pero de ahí a creerte que eres un “soldado de la risa” o cualquier otra metáfora bélica va un salto peligrosísimo. El mundo de la guerra y las alegorías que engendra está lleno de rigidez, y esta solo puede servirle a un humorista para burlarse de ella.
Si con “Cuba” no te refieres solo al archipiélago mayor de las Antillas, sino al régimen que impera, aquello es una broma pesada
El mayor mérito de aquellas columnas mías de Cubaencuentro –de las que una parte fue a dar al libro El comandante ya tiene quien le escriba–, junto a las cartas de Ramón Fernández Larrea y la irrupción apoteósica de Lauzán con su Guamá, fue cambiar la percepción que se tenía de que el humor político del exilio debía ser tan acartonado como el que se hacía en Cuba, solo que cambiando al Tío Sam por Fidel. Si en algo estaban de acuerdo el castrismo y el anticastrismo era en que la política era asunto serio. Como dice Woody Allen, “la comedia es tragedia más tiempo”, y nosotros habíamos vivido demasiado tiempo en Cuba como para darnos cuenta de que por muy macabro que fuera el sistema, en el fondo era una farsa.
Los que empezamos a hacer humor con la política queríamos ser libres no solo como personas, sino también como humoristas. Esa libertad creativa que buscábamos se reflejó en lo que hacíamos. En mi caso ayudó que no esperé a salir de Cuba para hacer humor político. Al menos en lo que al humor se refiere, al partir de la Isla ya era libre.
P. Es un axioma el que un chiste no puede ni debe explicarse. ¿Puede explicarse Cuba?
R. Desde el punto de vista de la geografía es facilísimo. Pero si con “Cuba” no te refieres solo al archipiélago mayor de las Antillas, sino al régimen que impera –recuérdese que en 1959 Fidel Castro tuvo la ocurrencia de ofrecer “libertad con pan”–, aquello es una broma pesada, un mal chiste que solo consigue que se le tome en serio por la vileza local y la estupidez extranjera. O viceversa.