"La idolatría de Bergoglio como Papa revolucionario es ridícula"

Entrevista

El historiador italiano Loris Zanatta, que próximamente publicará en español su retrato político del Pontífice, denuncia que éste "representa una tradición antimoderna del catolicismo" 

Bergoglio viajó a Cuba y no recibió a ningún disidente y ni habló de derechos humanos.
Bergoglio viajó a Cuba y no recibió a ningún disidente y ni habló de derechos humanos. / EFE
Maite Rico

27 de abril 2025 - 07:31

Loris Zanatta (Forlí, Italia, 1962) anda horrorizado por el despliegue "de idolatría" hacia el papa Francisco que ve en estos días. Catedrático de Historia de América Latina en la Universidad de Bolonia, estudioso del peronismo argentino y de la Iglesia católica, acaba de publicar en Italia Bergoglio, una biografía política, que saldrá en español próximamente. Lejos de ser un Pontífice progresista, dice, Jorge Bergoglio encarnó un catolicismo antimoderno, enemigo del pensamiento ilustrado.

Pregunta.- Jesuita, argentino, peronista... ¿Cuál es el perfil de Jorge Bergoglio?

Respuesta.- Bergoglio siempre fue un hombre de confundir huellas, de decir y desdecirse. En eso fue muy jesuítico. Hay una frase que decía a sus alumnos que lo pinta de cuerpo entero: hablar oscuro y pensar claro. En términos históricos, es un representante típico del populismo latinoamericano, de un catolicismo heredero de la Contrarreforma. El catolicismo europeo terminó por hibridarse con las corrientes ilustradas, o sea, con la revolución científica, el racionalismo, el liberalismo. En cambio, el catolicismo argentino al que pertenece Bergoglio, y que encontró en el peronismo su confluencia política, considera una traición el entendimiento con el liberalismo. Es un catolicismo de cristiandad: por encima de las instituciones seculares, de la democracia, de la separación de poderes, está la catolicidad del pueblo. Y ese pueblo está representado en primer lugar por la Iglesia, que tiene un derecho implícito a tutelar el orden político y social.

P.- ¿Cómo se ha traducido esto en el Pontificado?

R.- Ese rechazo a la herencia de la Ilustración se tradujo en su geopolítica, en su visión tercermundista. En los viajes por el Sur global, que fueron la mayoría, Bergoglio se dedicó, primero, a oponer el sur religioso y sus pueblos, pobres, puros y virtuosos, al norte irrecuperable, descristianizado, secularizado, pecaminoso. Y en segundo lugar, a advertir a esos países del sur en contra del progreso, que implicaría sucumbir al canto de sirena de la colonización ideológica, como decía él, del norte desarrollado. Era la misma denuncia que han hecho siempre en Argentina el nacionalcatolicismo y el propio Bergoglio: la clase media, los intelectuales, los laicos, todos aquellos contaminados por la tradición ilustrada, no eran verdaderos argentinos. Eran la clase colonial, nada menos. Y en el Pontificado proyectó esa misma visión

P.- La Iglesia nunca ha sido devota de la economía de mercado, pero el discurso de Bergoglio era especialmente rudimentario, con esa concepción de la economía como un juego de suma cero.

R-. Rudimentario es la palabra. Una de las grandes influencias de Bergoglio fue Hernán Benítez, un jesuita argentino que le escribía los discursos a Eva Perón. Benítez decía que el peronismo era un comunismo de derechas, por su rechazo visceral de la economía de mercado. Y claro, la Biblia está llena de citas que pueden servir para esto. El Sermón de la montaña, por ejemplo, parece un manifiesto anticapitalista. La idea es que el mercado alimenta el egoísmo, la codicia, y la pobreza es virtuosa y preserva de la corrupción. Es un pobrismo radical. Y era la visión de Bergoglio, aunque sus consejeros economistas en el Vaticano le suavizaron los últimos discursos, porque era demasiado primitivo. No es casual que Argentina, donde esta ideología terminó siendo hegemónica a partir del peronismo, haya sido un caso mundial de decadencia económica.

Una de las grandes influencias de Bergoglio fue Hernán Benítez, un jesuita argentino que le escribía los discursos a Eva Perón

P.- Es curioso que tenga fama de progresista y es sintomático que haya sido adoptado como ídolo por la izquierda más reaccionaria: comunistas, bolivarianos, etc.

R.- Un fenómeno extraordinario de nuestra época es el cambio del significado de las palabras. En realidad, Bergoglio representa una tradición antimoderna del catolicismo, que en otra época se llamaba conservadora y que hoy se la llama progresista. Por otra parte, aquéllos que menciona son también antimodernos: tienen una visión apocalíptica del mundo y sus desafíos, del cambio climático a la revolución tecnológica. Así que no es casual que vieran en Bergoglio un progresista. Marx por lo menos creía en el progreso, tenía cierta base ilustrada de la que carecen sus herederos. Son católicos antiguos, cristianos antiguos, de aquéllos que combatieron la Reforma protestante. Ahí se quedaron.

P.- Juan Pablo II fue un revulsivo pastoral y político. Y Ratzinger, un gran teólogo e intelectual. ¿Cree que el papado de Francisco va a dejar alguna huella?

R.- En Italia asistimos en estos días a una especie de idolatría de masas que me asquea. Supongo que en España pasará lo mismo. La idolatría por Bergoglio como Papa revolucionario me parece hipócrita y ridícula. En términos de reforma de la Iglesia, no ha habido ninguna revolución, y sí muchas palabras y mucha astucia, porque siempre fue un hombre extraordinariamente astuto. Pero la huella que él deja, que considero preocupante, es haber acelerado la desvinculación del catolicismo de sus raíces culturales europeas. Un catolicismo antiilustrado, que apunta para su futuro a la religiosidad popular, pongamos africana o latinoamericana, amenaza con ser un catolicismo empobrecido y mucho más permeable a formas políticas irracionalistas. Veremos qué hará el próximo Papa.

P.- Usted define a Francisco como un Papa político. También lo fue Juan Pablo II.

R.- El catolicismo polaco y el catolicismo argentino son muy parecidos. Son nacional-catolicismos. Polonia era una nación católica entre una nación protestante y otra ortodoxa; Argentina encontró en la catolicidad el vínculo nacional que tanto necesitaba un país migratorio. En ambos casos terminó triunfando la identificación entre nación, religión, pueblo. La noción de pueblo como pueblo de Dios. De manera que el catolicismo de Juan Pablo II y de Bergoglio tiene una raíz popular y populista. Para Juan Pablo II, la amenaza a la catolicidad de la patria polaca venía de Rusia soviética, y en el caso de Argentina, el enemigo de la nación católica siempre había sido el protestantismo anglosajón. Juan Pablo II combatía el comunismo, Bergoglio combatía el liberalismo. No es casual que Ratzinger nunca fuera popular entre los católicos argentinos, porque era demasiado intelectual, demasiado europeo, y en cambio Juan Pablo II les encantaba, porque era como el clero argentino, o sea, reivindicaba la unión entre Dios, patria y pueblo, la tríada maravillosa.

P.- Al contrario que Juan Pablo II, Bergoglio viajó a Cuba y no recibió a ningún disidente y ni habló de derechos humanos. Atacó a la oposición venezolana. Justificó la invasión de Ucrania, aunque luego matizara. Esa connivencia con regímenes autocráticos, ¿puede interpretarse como un intento de jugar un papel mediador o se deriva también de sus raíces peronistas?

R.- Se deriva totalmente de sus raíces. El pueblo puro son los movimientos nacional populares, así los llamaba él, y enfrente están las élites corruptas, las clases coloniales, vendidas al protestantismo anglosajón. Y en esta visión del mundo, el peronismo, el castrismo, el indigenismo, el chavismo, y otros muchos ismos, son de su cuerda. Por malos que sean, han nacido de la raíz nacional católica. Los otros no. Los opositores venezolanos, los disidentes cubanos, son cipayos, como se dice en Argentina. Son el caballo de Troya de la modernidad liberal. Bergoglio ha tenido una responsabilidad enorme. En Venezuela, le salvó la vida política varias veces a Maduro. Y nunca lo vi exponerse tanto políticamente como con Evo Morales: luego, cuando se supo lo que era, no lo criticó, simplemente dejó de mencionarlo. Para Latinoamérica este Papa ha sido nefasto.

Los opositores venezolanos, los disidentes cubanos, son cipayos, como se dice en Argentina. Son el caballo de Troya de la modernidad liberal

P.- Usted señala su injerencia política en Argentina, para intentar reorganizar la oposición y rescatar el peronismo.

R.- Fue una injerencia gigantesca, desde siempre. Su juego político era una lucha en dos frentes. Primer frente: reunir el campo nacional popular contra los cipayos, cuando gobernaron aquellos que él consideraba no argentinos, clases coloniales, como Macri o antes Raúl Alfonsín. Segundo frente: cuando ganaba el peronismo, jugaba por dentro, de puntero, para reunir al peronismo histórico, o sea, el peronismo nacional católico, contra las corrientes más izquierdistas, muchas veces secularizadas, que se habían infiltrado.

P.- Se destaca su sencillez y su austeridad. Gestos como no llevar zapatos de Prada, ni usar el apartamento papal, etc... ¿Ve una ruptura con la tradición?

R.- Con la tradición del Pontificado, en cierta medida sí. Con la tradición argentina, no, para nada. Si uno se fija, hay en Bergoglio una exhibición de la pobreza, una exhibición de la modestia, una exhibición de la humildad. Y eso es muy típico del catolicismo argentino, donde la idea, que viene de la Sagrada Escritura, es que para ser fuerte, para dominar, hay que hacerse pequeño. Evita Perón alardeaba de humildad, en los discursos que le escribía el jesuita Benítez, y era la persona menos humilde de la tierra. Entonces toda la vida de Bergoglio está centrada en hacerse pueblo. Por ejemplo, él era un gran aficionado a la música clásica. Pero en la liturgia o en las celebraciones no quería que se escuchara y se hacía pasar por un admirador de la música popular, que en realidad no le interesaba.

P.- Tenía un componente exhibicionista.

R.- Sí, totalmente. Y un poco narcisista. Pero su afán era la exhibición de la humildad. Ya el nombre de Francisco, si lo piensa, es muy arrogante. El máximo de la humildad para expresar el máximo de la arrogancia. Solo llamarse Cristo lo hubiera superado. Porque lo que nos está diciendo con ese nombre, que ningún Papa tuvo, es que él es el más pobre de los pobres. Él es el fundador de una nueva religión o al menos vuelve a las raíces que todos los otros se supone que han abandonado. La astucia de los símbolos y de la palabra de Bergoglio es suprema.

Ya el nombre de Francisco, si lo piensa, es muy arrogante. El máximo de la humildad para expresar el máximo de la arrogancia

P.- A Francisco se le adjudica un papel transgresor, con respecto al papel de la mujer o los homosexuales. Pero descartó el diaconado femenino y vetó a un embajador homosexual en el Vaticano. ¿Más gestos que realidades?

R.- Sin duda. Mucha cosmética. Cuando en Argentina se planteó el matrimonio igualitario, él habló directamente de una guerra de Dios. ¡Guerra de Dios! Parecía la Reconquista española. Ese fue siempre Bergoglio. Pero claro, como Pontífice en el corazón de Europa sabía que no podía mantener esta posición. Y jugó la carta peronista: pequeñas cesiones para evitar cambios mayores: incluir algunas mujeres en el gobierno de la Iglesia, dedicar algunas palabras sin ningún compromiso hacia la comunidad homosexual... En los episcopados europeos, especialmente el alemán, hay fuertes presiones a favor de cambios más sustanciales. Y él trató de mantenerse en equilibrio, como hizo toda su vida, caminando entre dos aguas para flotar.

P.- ¿Ha sido un Papa divisorio internamente, dentro de la Curia?

R.- Bergoglio siempre dejó las instituciones partidas en dos, comenzando por los jesuitas argentinos: una parte era devota a él y la otra lo odiaba a muerte, porque siempre muy autoritario, muy verticalista, como dicen los peronistas. Así que acá hizo lo mismo. Su política de nombramientos fue poco respetuosa del pluralismo en la Iglesia, metió a sus hombres en todos los lugares. Y cuando no cumplían, los echaba de mala manera. Cuando pasen estos días de idolatría, en los próximos meses y años, comenzarán a salir a flote las broncas que han quedado dentro de la Iglesia, que está profundamente dividida tanto en términos doctrinarios como de estilo de gobierno.

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Nota de la Redacción: Esta entrevista fue publicada originalmente en El Mundo y se reproduce con el permiso de la autora.

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