"Yo estaba loco por dejar esa isla que me parecía un desastre, dominada por un demonio"
Jorge Luis Camacho publica la trilogía 'Sinfonía cubana' para contar el fenómeno "extraño" del castrismo
Madrid/Jorge Luis Camacho nació en 1956 en Cárdenas, Matanzas –donde, recuerda, se izó por primera vez la bandera cubana, "una bandera anexionista", que pretendía incorporar esa estrella a las otras de Estados Unidos–, pero es residente desde hace 40 años en París, donde se ha desempeñado principalmente como actor y guionista.
Ahora, ha escrito como segunda novela la saga Sinfonía cubana, compuesta por tres tomos: Allegro ma non troppo, Tempo marziale y Da capo. Con ella pretende, dice a 14ymedio, contar el fenómeno "extraño" del castrismo: "Una dictadura que se instala en menos de dos años y no hay manera de quitársela de encima todavía hoy". Su afán totalizador, asegura, vino de una necesidad orgánica, y le obligó a imaginar, de una manera difusa y sutil, el fin del régimen.
En la entrevista con este diario, lee algunos pasajes de ese final: "Unos predicen que un estallido social barrerá con todo en Cuba, otros que el desastre económico obligará al régimen a negociar con la oposición, lo que nadie imagina es que Cuba siga igual".
Pregunta. En el proceso de escritura de Allegro ma non troppo se observa mucha documentación histórica, incluida al final del volumen. Para la historia de la familia protagonista, una familia de azucareros que pierde su central con la Revolución, ¿se inspiró en alguien conocido, en alguna experiencia personal?
Respuesta. No. La historia de Cuba está llena de gente así. No es necesario escuchar a una persona que lo haya vivido. Cuando ya había escrito la Sinfonía me encontré con una persona, a quien doy agradecimientos en el libro, Nicolás Gutiérrez, cuya historia es prácticamente la de Julio. Pero yo no quise tener el contacto directo con una familia que me obligara a respetar ciertos códigos. Quise inventar a los personajes, lo cual me daba la libertad de hacer lo que yo quería. Si la historia está muy presente es porque hubo un momento en que me pareció que la realidad era tan rica que la ficción por sí sola no la podía reflejar. Historia y ficción se van complementando.
El comunismo, o la izquierda comunista, es una religión no teísta. La izquierda siempre espera un mesías y cada vez que aparece uno, dicen "ah, este es"
P. Justamente una de las cosas más destacables del primer volumen, que abarca exactamente el primer año del triunfo de la Revolución, son esos incisos históricos al final de cada capítulo. Verlos juntos impresiona: el restablecimiento de la pena de muerte, los fusilamientos, la destrucción de la división de poderes, las nacionalizaciones... Todo estuvo muy claro desde el principio, y sin embargo, la Revolución cubana produjo un encantamiento que en cierta medida perdura hasta hoy. ¿Qué explicación encuentra?
R. No tengo explicación para eso, francamente. Creo que una de las cosas que impulsa, por ejemplo, a una parte de los europeos es una especie de amor-odio a Estados Unidos, por razones que son un poco oscuras para mí pero que son reales. Pero esa explicación no me parece que abarque la totalidad del fenómeno. Yo digo que el comunismo, o la izquierda comunista, es una religión no teísta. La izquierda espera un mesías y cada vez que aparece uno, dicen "ah, este es". Primero fue Lenin, después Stalin, siguió Mao, después vino Fidel, luego Chávez... Luego se caen, pero a la izquierda mesiánica no le importa: al próximo que venga lo van a amar igual. Yo creo que tiene que ver con el cristianismo. A pesar de que muy pocos comunistas de izquierda me creerían cuando digo que ellos son religiosos, lo son. Mire lo que acaba de pasar en Perú. Es algo sorprendente: en el momento en que Venezuela es un desastre, que Cuba es un desastre, la gente vota por un comunista, que no se esconde, y que en seis meses vamos a ver todo lo que destruye.
Mire lo que acaba de pasar en Perú. Es algo sorprendente: en el momento en que Venezuela es un desastre, que Cuba es un desastre, la gente vota por un comunista
P. Encuentro una explicación en la metáfora que supone, en el libro, ese personaje al que llama Libertad por Libertad Lamarque y que padece cáncer.
R. El cáncer de Libertad es el cáncer que tiene la libertad en Cuba, con Batista y demás. Porque Cuba, a pesar de que tenía una Constitución que prohibía la pena de muerte, también tenía muchos problemas. La enfermedad de Libertad se agrava a medida que la libertad en Cuba va desapareciendo.
P. Me refería a una metáfora más amplia: la libertad es muy frágil y alberga dentro de ella un pozo oscuro capaz de generar su autodestrucción. Hay otro personaje, de apellido Cohen, que dice: "Es propio de las autocracias prometer impulsos que la sociedad no ha logrado por sí misma, pues solo las tiranías pueden dar la ilusión de conseguirlos".
R. No por gusto se llama Cohen. Volviendo a Libertad y a la imagen que representa, si se da cuenta en la primera escena hay una señora loca que se tira delante del coche y que dice: "¡Libertad, libertad, no me abandones!", que es también la imagen de ese pueblo inculto, que no tiene brújula y que se lanza a cualquier cosa, como le pasó ahora a los peruanos.
P. El volumen tiene el mérito de crear suspenso con una historia de la que se sabe el final. ¿Qué se encuentra el lector en los otros dos volúmenes?
R. La segunda parte cuenta el año 60, cuando se toma el poder. Por eso se llama Tempo marziale. Todo está escrito en italiano porque es musical y se llama Sinfonía cubana porque también es la historia de una frustración: Julio hubiera querido ser músico, pero no pudo, por ser el único que quedó de la familia capaz de recuperar el central. Lo bonito es que el final es su hijo el que es músico, y su sinfonía, una sinfonía chiquita que él escribió con 12 años para su padre y su tío cuando estaban en Playa Girón, en Bahía de Cochinos –que no se llama así porque tenga que ver con cerdos sino con unos pececitos muy lindos, tricolor, que viven en esas aguas–, es agrandada por su hijo, músico profesional, que la toca el día que está dando Julio el discurso de la reconstrucción del central familiar, que es evidentemente la imagen del país.
Yo no cuento cómo se llega a la libertad, sino que doy la idea de que va a llegar por un desastre social, por lo que todo el mundo podía prever. Lo que es curioso es que yo publico este libro en junio y, menos de un mes después, ocurren las protestas del 11 de julio. El personaje principal de mi historia se llama Julio y lo que más se grita en Cuba en ese momento es el nombre de su mamá, Libertad. Me siento como si fuera un mago [risas].
Si yo hago ese chiste, me voy preso diez años, y ahora Raúl lo está contando delante de mí porque estamos entre nosotros
P. ¿Cómo fue su salida de Cuba a Francia? ¿Ya había roto con la Revolución o fue posterior?
R. Yo siempre estuve en ruptura con la Revolución, nunca aprecié ese sistema, a pesar de que me crió mi hermana mayor –mi mamá, como la de Julio, murió de cáncer cuando yo tenía seis años–, cuyo esposo admiraba a la Revolución e incluso llegó a ser del Partido. A mí ya me habían expulsado del Instituto Superior de Artes de La Habana por problemas políticos, decían ellos.
Yo estaba loco por dejar esa isla que me parecía un desastre, dominada por un demonio, y no creía en nada de lo que decían. Al respecto, tengo una anécdota. Participé en una serie que era para el Ministerio de Relaciones Exteriores. Cuando llegué al teatro, me di cuenta de que era en honor al Ejército, y el teatro parecía un campo de habichuelas, todo el mundo vestido de verde, un horror. Estaba Raúl Castro y lo escuché hacernos cuentos contrarrevolucionarios, de cómo le explicó a su mamá lo que era el comunismo. Le decía: "mamá, tú ves que tenemos un platanar, pues eso es socialismo, cuando no tengas ya platanar, será el comunismo". Yo pensaba: pero esta gente me está tomando el pelo y me está tomando la vida. Si yo hago ese chiste, me voy preso diez años, y ahora este lo está contando delante de mí porque estamos entre nosotros, comiendo cosas que yo jamás en mi vida había visto nada más que en las películas. Eso me hizo confirmar que mi intuición era real. Yo me fui de Cuba con muchísimo... no me gusta usar la palabra odio, pero sí, yo los odiaba.
Y me fui por amor, porque la muchacha de la que estaba perdidamente enamorado era medio francesa, hija de una baronesa arruinada convertida en bailarina del Molino Rojo que se casó con un bailarín cubano.
P. ¿Cómo ha sido su relación con otros cubanos en París? ¿Se siente parte del exilio cubano en Francia?
R. Sí y no. Porque yo vivía y trabajaba como un francés. Por cierto, soy el único fundador de la Guilde de guionistas franceses que no es de lengua materna francesa. Yo conocía a los cubanos en París pero no tenía una participación activa en ese mundo. Tampoco había mucha actividad política en aquel entonces.
Los Gobiernos franceses, tanto de derecha como de izquierda, tienen una especie de admiración, por absurdo que parezca, hacia Fidel Castro
P. ¿Qué opinión se ha encontrado en los franceses sobre la Isla?
R. Bueno, he conocido algún que otro francés anticastrista, igual que yo, al punto de que he pensado que trabajaban para el servicio secreto francés, porque la mayor parte de ellos, o en todo caso los Gobiernos franceses, tanto de derecha como de izquierda, tienen una especie de admiración, por absurdo que parezca, hacia Fidel Castro. Es sorprendente, pero aquí mismo, en París, en el barrio gay, ves a chicos con el pulóver con el Che Guevara, cuando era un homófobo, asesino total, y sin embargo hay gente que cree que es un símbolo de libertad. Francia, tanto el pueblo como el Gobierno, no es anticastrista. Fidel Castro fue recibido con pompa por Mitterrand, y luego Hollande recibió al tiranillo menor pero no menos diabólico que es Raúl, y muchísimos intelectuales fueron a la cena que dio el presidente para el dictador.
P. ¿Usted volvería a Cuba?
R. Hoy, por haber tenido la suerte de haber escrito esta novela, en este momento histórico fundamental –porque todos esperamos que va a llegar a la realización de la libertad–, yo creo que sí, que puedo tener un papel que jugar, no sé cuál, pero tendré un papel que jugar. A pesar de que tengo un hijo en Francia que tiene solo 18 años y del que no quiero alejarme, ir a Cuba, actuar en la televisión cubana o en el cine cubano, hacer teatro en Cuba... Todas esas cosas me hacen soñar. Pero bueno, por el momento no son más que sueños. Trabajar para Cuba en Francia para un nuevo Gobierno cubano sería algo que me gustaría mucho hacer también. Claro, todos los que estamos fuera creemos que tenemos un papel que jugar y yo creo que es Cuba la que nos dará ese papel o no.
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