En la Bielorrusia dirigida por un dictador incombustible, cualquier parecido con Cuba es pura coincidencia

Un paseo por Minsk confirma la clave de su éxito: conservar las esencias del modelo soviético, tanto en el sentido arquitectónico como político y económico

Lukashenko llegó al poder en 1994, menos de tres años después de la caída de la Unión Soviética.
Lukashenko llegó al poder en 1994, menos de tres años después de la caída de la Unión Soviética. / EFE
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25 de enero 2025 - 14:39

Minsk/El bielorruso Alexandr Lukashenko ha logrado permanecer en el poder durante más de 30 años apoyándose en un férreo control estalinista de la sociedad, la represión de todo atisbo de disenso a manos del Comité de Seguridad Estatal (KGB) y de una economía planificada subsidiada por los hidrocarburos rusos. "Ahora no estamos para debates. Ahora no son palabras lo que necesitamos. Sé que hay debates, pero no he visto ni uno", comentó durante la campaña electoral sin esconder su desdén por los procedimientos democráticos.

Lukashenko es, a sus 70 años, el mandatario europeo que lleva más años en el cargo. Solo su colega ruso, Vladímir Putin, le hace sombra con sus 25 años como presidente y primer ministro. Durante estas tres décadas ha visto caer a muchos dirigentes, desde Sadam en Irak; a Gadafi en Libia; Yanukóvich en Ucrania o, el más reciente, Bachar al Asad en Siria, pero él sigue incombustible en su puesto, usando las técnicas que ha aprendido de La Habana y Moscú para perpetuarse.

Un paseo por Minsk confirma la clave de su éxito: conservar las esencias del modelo soviético, tanto en el sentido arquitectónico como político y económico. Como si la Unión Soviética no hubiera desaparecido, Bielorrusia sigue exportando tractores, madera y fertilizantes. A Cuba también han llegado estos insumos en forma de tratos con el Gobierno o como donaciones.

Lukashenko llegó al poder en 1994 –menos de tres años después de la caída de la Unión Soviética– aprovechando los miedos que entre la población causaba la terapia de choque que en Rusia condenó a millones de rusos a la miseria. El Estado paternalista se encarga de satisfacer las necesidades del pueblo y de impedir que los oligarcas se apropien de los activos estatales a través de fraudulentas operaciones de privatización.

Reconoce que es un dictador y que es admirador de Stalin, por lo que nunca cambió el nombre al KGB

Lukashenko nunca ha escondido sus intenciones. Reconoce que es un dictador y que es admirador de Stalin, por lo que nunca cambió el nombre al KGB. Nada ni nadie se mueve en la República de Bielorrusia sin el conocimiento del KGB, al que la oposición acusa de asesinar, secuestrar y encarcelar a los nuevos enemigos del pueblo.

Según el último informe de Human Rights Watch, en Bielorrusia hay más de 1.200 presos políticos, entre los que figuran los principales dirigentes opositores –Tijanovski, Kolésnikova y Babariko– y el Nobel de la Paz Alés Bialiatski. Los presos políticos son rehenes que Lukashenko utiliza como moneda de cambio en sus negociaciones con Occidente cada vez que llegan las elecciones presidenciales.

En cuanto al resto de la población, Bielorrusia es el único país europeo donde aún se aplica la pena de muerte, lo que le mantiene al margen del Consejo de Europa.

Muchos son los que aseguran que a Lukashenko no le gusta Putin, y viceversa. En Minsk mantienen que fue el Kremlin quien financió las protestas antigubernamentales de 2020 que estuvieron a punto de derrocar al dictador bielorruso. Sin embargo, desde que Putin llegara al poder hace un cuarto de siglo, Moscú entrega a Bielorrusia hidrocarburos a precio de amigo, lo que permite a Minsk exportar petróleo refinado.

No obstante, en varias ocasiones al jefe del Kremlin pareció que se le acababa la paciencia. Aunque ambos países han impulsado la Unión Estatal Rusia-Bielorrusia, Lukashenko no quiere que su país sea un mero protectorado del Kremlin. A pesar de ello, hace cinco años pareció dar su brazo a torcer. Cuando todo indicaba que la oposición se haría con el poder, Putin le ofreció su apoyo, incluido militar, para aplastar la revuelta. A cambio, Minsk cedió en 2022 territorio bielorruso para la invasión de Ucrania y después pidió el despliegue de armas nucleares tácticas.

Occidente nunca ha tenido claro qué camino tomar respecto a Bielorrusia

Occidente nunca ha tenido claro qué camino tomar respecto a Bielorrusia. Primero intentó financiar a la oposición democrática. Después apostó por la Realpolitik y ahora, de nuevo, aboga por las sanciones y el aislamiento. Nada ha funcionado hasta el momento: Bielorrusia sigue siendo un agujero negro en medio del continente europeo. Ya se ha hecho costumbre condenar cada cuatro años las elecciones que Lukashenko gana con más de dos tercios de los votos.

El panorama cambió en 2020, ya que su insistencia en negar la existencia del coronavirus lo convirtió en un apestado para muchos bielorrusos. La oposición democrática se convirtió por primera vez en una alternativa. Lukashenko no aceptó el guante y manipuló los resultados electorales. Las consiguientes protestas, las mayores desde 1991, fueron duramente reprimidas. El líder bielorruso se ganó a pulso su fama de último dictador de Europa. Casi nadie reconoció su victoria, pero este domingo se presenta a la reelección para un séptimo mandato.

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