El coronavirus trastorna el planeta
Las trabajadoras sexuales colombianas, sitiadas por la pandemia
El hambre resurge en millones de hogares de Brasil por el coronavirus
El covid-19 paraliza la lucha contra la tuberculosis y el VIH en la India
En África, el hambre puede ganarle la partida al coronavirus
Madrid/(con información de efe). - Carolina Gutiérrez se prepara para otra jornada de trabajo, viste un bikini dorado y botines negros, se retoca el cabello frente al espejo y se dispone a comenzar. Será una noche diferente porque la cuarentena contra el coronavirus en Colombia le hizo cambiar la forma de ejercer la prostitución.
"Esto es muy ocasional pero por lo menos nos ha ayudado para sostenernos porque no tengo ni la menor idea de qué sería de mi vida en este momento si no tuviéramos este pequeño ingreso", dice esta chica de 23 años en la habitación que comparte con otras dos amigas en Cali.
Para subsistir, Carolina y sus amigas se ganan la vida atendiendo videollamadas eróticas por el teléfono celular. Los clientes ya son conocidos y, aunque esta modalidad no les da los mismos ingresos, les permite recibir algún dinero.
Para subsistir, Carolina y sus amigas se ganan la vida atendiendo videollamadas eróticas por el teléfono celular
Su historia es la de miles de mujeres colombianas a las que la pobreza y la falta de oportunidades empujaron a las grandes ciudades para convertirse en trabajadoras del sexo. "Espero que esto acabe pronto para que nuestra vida se normalice porque los ingresos son muy mínimos en esta temporada", dice, y agrega que aspira a dejar la prostitución cuando cumpla los 25 años y, con lo que logre ahorrar, montar su propio negocio de venta de licores.
La propagación del covid-19 alteró dramáticamente la forma de vida y redujo a cero los ingresos de mujeres y hombres que viven de los servicios sexuales y que ahora sencillamente no tienen qué comer, según la fundadora y presidenta del Sindicato de Trabajadoras Sexuales de Colombia (Sitrasexco), Fidelia Suárez.
"El Gobierno está predicando pero no está aplicando. Hablan de entregas de los subsidios y no ha llegado nada, hablan de mercados para ciertas localidades y no ha habido nada", dice. Los ingresos de las trabajadoras sexuales ya habían sido afectados por la llegada de inmigrantes venezolanas que "se han quedado con clientes que antes eran de colombianas".
Elizabeth Arturo, administradora de Eventos Liz, un club nocturno para adultos, está angustiada porque la cuarentena ha sido prorrogada hasta el 11 de mayo. La parálisis les afecta de "manera cruel y despiadada porque, si no trabajamos, no comemos", dice refiriéndose a ella y a las 30 chicas que trabajaban en su club nocturno.
Edwin Arbeláez, propietario de un bar swinger (intercambio de parejas), también echa de menos los "tiempos normales", aquellos días en los que organizaba los llamados "viernes fuerte" a los que acudían hasta 70 parejas. "El coronavirus se va a llevar almas pero también grandes, pequeñas y medianas empresas", dice.
Despedido en plena pandemia, ahora depende de la beneficencia para no pasar hambre. Como él, más de cinco millones de brasileños pueden volver a la extrema pobreza
El mismo problema arrastra Humberto Villegas, propietario de dos moteles en Cali, quien asegura que su negocio iba bien pero las medidas contra el coronavirus ya lo obligaron a despedir a 60 de sus 100 empleados. "Aquí tenemos un agravante y es que como no hay auxilios del Gobierno pues viene otro coronavirus que es la crisis económica que puede ser peor que el mismo coronavirus", alerta.
A miles de kilómetros, en Sao Paulo, Ricardo Cordeiro Junior hace fila junto con su esposa sordomuda y su hijo autista para recibir un plato. Despedido en plena pandemia, ahora depende de la beneficencia para no pasar hambre. Como él, más de cinco millones de brasileños pueden volver a la extrema pobreza.
Ricardo ha solicitado el subsidio de 600 reales (110 dólares) durante tres meses ofrecido por el Gobierno, pero dice que aún está en trámite y que no ha recibido "ni un centavo". Desde hace un mes come gracias a la Asociación Francisca de Solidaridad de Sao Paulo, que reparte alrededor de 3.000 almuerzos y cenas todos los días. La fila da la vuelta a la cuadra y es cada vez mayor con el paso de las semanas, según explica fray Leandro Costa.
Acuden mendigos, pero también trabajadores informales, unos 40 millones en Brasil, donde están más preocupados con el hambre que con el coronavirus, que avanza de forma inexorable por el país con 2.906 muertos y 45.757 casos. Según el Banco Mundial, casi 5,5 millones de brasileños pueden volver a caer este año en una extrema pobreza que ya venía aumentando desde la grave recesión de 2015 y 2016.
Débora Gonçalves, de 37 años, tiene cinco menores a su cargo más una hija que viene los fines de semana. Su esposo ya no trabaja como transportador en el aeropuerto internacional de Guarulhos y ella ha dejado de limpiar casas por causa de la cuarentena que rige en todo el estado de Sao Paulo desde el pasado 24 de marzo y hasta, previsiblemente, el 10 de mayo.
Su única fuente de ingresos ahora es la pensión que recibe uno de los hijos de apenas 250 reales al mes (46,3 dólares). "A veces voy a casa de mi hermana, a casa de mi madre, aparece alguien con una cesta (básica) y así va la vida hasta que la cosa mejore", afirma a Efe.
Sus vecinos, Robert Felipe Oliveira y Aline Bezerra, ambos con 22 años, tienen un bebé de un año y están en una situación parecida, aunque ella sí recibe un subsidio social del Gobierno brasileño. En su despensa, una botella de aceite medio vacía y dos paquetes de arroz de cinco kilos, poco más.
Sus residencias prácticamente están en la orilla del contaminado río Tietê, que este año se desbordó por las lluvias torrenciales y anegó por completo esta zona
Al problema del coronavirus, el paro y el hambre se añade además el de las inundaciones. Sus residencias prácticamente están en la orilla del contaminado río Tietê, que este año se desbordó por las lluvias torrenciales y anegó por completo esta zona. El hedor es nauseabundo. La basura se acumula en las orillas del torrente.
"La pandemia llega a un país extremadamente desigual, con una concentración de riqueza tremenda y una reducción en la inversión de políticas sociales", especialmente desde que llegó al poder el Gobierno de Jair Bolsonaro, explica a Efe Katia Maia, directora ejecutiva de Oxfam Brasil.
En 2018 la extrema pobreza en Brasil alcanzó ese año su mayor nivel desde 2012, con el 6,5 % de la población, equivalente a 13,5 millones de personas con ingresos menores a 1,9 dólares por día. Por otro lado, unas 50 millones de personas aún siguen siendo pobres, es decir, viven con menos de 5,5 dólares diarios.
"Es muy cruel hablar que la persona tiene que escoger entre cuidar su salud y preservar su vida o arriesgar su vida para no morir de hambre", opina Maia.
La irrupción del coronavirus en la India seguida del mayor confinamiento del planeta ha puesto patas arriba la lucha contra el VIH y la tuberculosis, la enfermedad infecciosa que más mata en el mundo y con el país asiático en cabeza: 480.000 muertos al año, unos 1.400 al día.
La pandemia ha colocado a los afectados por ambas enfermedades, que acarrean un fuerte estigma social relacionado con la pobreza o la drogadicción, en una difícil situación, al limitar su acceso a medicamentos fundamentales para sobrevivir.
"Todas las personas dedicadas a la tuberculosis en la región, incluso en mi propia organización, están ayudando en la respuesta contra el coronavirus", explicó a Efe la directora de la Unión Internacional contra la Tuberculosis y las Enfermedades Pulmonares (The Union) para el Sur de Asia, Jamhoih Tonsing.
De momento, la India ha superado 600 muertes por coronavirus y roza los 20.000 casos confirmados. Los expertos alertan de que servicios fundamentales como las cadenas de distribución de medicamentos se han visto impactadas. Los laboratorios que prueban muestras de saliva siguen abiertos, pero no sirven de mucho si la gente no puede acceder a ellos, y la detección de nuevos casos ha caído en picado.
La India detectó 161.746 casos de tuberculosis en el mes previo a la imposición del confinamiento, el pasado 25 de marzo. Desde ese día y hasta el pasado 21 de abril, el número descendió hasta 41.119
Según datos oficiales, la India detectó 161.746 casos de tuberculosis en el mes previo a la imposición del confinamiento, el pasado 25 de marzo. Desde ese día y hasta el pasado 21 de abril, el número descendió hasta 41.119.
En el barrio popular de Kotla, en el sur de la capital india, el confinamiento es relativo. Los comercios cerrados y los transeúntes enmascarados recuerdan que las restricciones siguen en vigor, aunque en el mercado local las consignas de distanciamiento social apenas son respetadas por los cientos de personas que abarrotan los puestos de verduras.
Pero en una de las calles adyacentes al bullicioso mercado, los internos en un centro para adictos y enfermos de VIH, dos condiciones que en muchos casos van de la mano en la India, son víctimas de un doble candado.
El que les prohíbe abandonar el centro hasta que no finalicen su rehabilitación y la del confinamiento obligatorio impuesto por el Gobierno, que bloquea las visitas médicas o la vuelta a casa para los que han completado el tratamiento.
"Las visitas de los médicos son poco frecuentes, así que recibimos consejo por teléfono. Los doctores no pueden venir a causa del confinamiento y porque los hospitales están saturados por el coronavirus", dijo a Efe Jaydeep, uno de los internos con VIH.
Tanto el VIH como la tuberculosis, que el Gobierno indio se ha propuesto erradicar antes de 2025, vienen unidos a un importante estigma. "Todas las representaciones de la tuberculosis durante años han sido de personas enfermas, desnutridas y pobres", explicó Tonsing, antes de precisar, por si acaso, que "por supuesto, es un mito".
El coronavirus es diferente. "Si los poderosos y los responsables políticos sienten (...) que la tuberculosis no pude afectarlos, nunca vamos a ver el mismo nivel de atención", zanjó la responsable de The Union.
En África, donde ya sufren inseguridad alimentaria, millones de personas pueden verse abocadas a pasar hambre por las drásticas medidas de confinamiento
En África, donde ya sufren inseguridad alimentaria, millones de personas pueden verse abocadas a pasar hambre por las drásticas medidas de confinamiento. Por ahora, es la región presuntamente menos afectada del mundo, con algo más de 1.100 de muertos, 6.000 curados y 24.000 casos, aunque la Comisión Económica de las Naciones Unidas para África (UNECA) calcula que más de 300.000 africanos podrían morir por la pandemia.
"El impacto del coronavirus en la seguridad alimentaria de África va a ser brutal, dejando incluso totalmente al margen la pandemia, debido a la crisis económica que ya sabemos que el coronavirus está produciendo en todo el mundo", explica a Efe Juan Echanove, director de Sistemas de Alimentación y Agua de la ONG CARE International.
Las predicciones no son halagüeñas. África tiene uno de los sistemas alimentarios más frágiles del planeta y es un importador neto de alimentos, por lo que, si hay disrupciones en el suministro desde otros lugares del mundo, es esta región la que sale perdiendo.
"Es posible que el desempleo y un incremento de la pobreza muy alto en Europa, Estados Unidos y el mundo desarrollado, y además una tendencia a políticas proteccionistas y de no exportar, afecten al suministro de alimentos a África; especialmente a aquellos países en conflicto y más empobrecidos, que tienen una alta dependencia de la ayuda alimentaria internacional", advierte Echanove.
Según la Red de Prevención de Crisis Alimentarias (RPCA), constituida por varias ONG, la pandemia "agravará las vulnerabilidades existentes, incluidas la seguridad alimentaria y la nutrición. Se prevé que entre junio y agosto de 2020, cerca de 19 millones de personas en el África occidental y central sufrirán inseguridad alimentaria y nutricional".
Entre las decisiones de muchos gobiernos africanos para frenar al virus destaca el confinamiento, que preocupa por su incompatibilidad con el tipo de vida en este continente, donde el 85,8 % de las personas trabajan en el sector informal, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y muchas comen de lo que ganan a diario.
Si las medidas de prevención no se adaptan a los contextos africanos, el cierre de mercados locales y el aumento de la inflación pueden provocar disturbios y revueltas
De la experiencia del ébola, tanto en la epidemia en África occidental (2014-2016), como en RDC (2018-actualidad), se sabe que en las zonas afectadas experimentaron un gran declive de la producción agraria porque la gente no cultivaba y los precios subían mucho, complicándose aún más la situación.
Si las medidas de prevención no se adaptan a los contextos africanos, el cierre de mercados locales y el aumento de la inflación pueden provocar disturbios y revueltas.
"Es algo que se está gestando si el Gobierno no puede dar a la gente cosas básicas como la comidal", explica a Efe la investigadora en el Instituto de Estudios de Seguridad (ISS), Stella Kwasi.
A todos los retos actuales que supone el coronavirus se añaden los que vendrán después. Lejos de caer en el pesimismo, medio centenar de intelectuales africanos, como el economista guineano Carlos Lopes o el escritor senegalés Felwine Sarr, han dicho que ven en esta crisis "una oportunidad histórica" para unir fuerzas, compartir conocimientos y "emerger más fuertes de un desastre que muchos ya habían augurado".
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