Dos años después, los rohinyás eligen la vida mísera pero segura de Bangladesh

La ONU indicó que, según las estimaciones más conservadoras, unos 10.000 rohinyás fueron asesinados, incluidos mujeres y niños, al tiempo que los soldados violaron a mujeres y niñas, torturaron y quemaron aldeas enteras

Suleiman en la puerta de su casa en Nget Chaung. (Scott Hamilton MSF)
Suleiman en la puerta de su casa en Nget Chaung. (Scott Hamilton MSF)
Azad Majumder

25 de agosto 2019 - 17:00

Kutupalong (Bangladesh)/(EFE).- Los rohinyás Samira Begum y su esposo Mohammad Ayub tenían todo lo que una familia de clase media podía esperar en una zona rural de Birmania (Myanmar): tierras que cultivar y una bonita casa, hasta que lo tuvieron que dejar todo cuando hace hoy dos años comenzó la ofensiva del Ejército birmano.

Samira estaba embarazada y encontró cobijo junto a cinco familiares en una choza de 36 metros en el campo de refugiados de Kutupalong, en el sureste de Bangladesh, que con más de 630.000 habitantes se ha convertido ya en el mayor del mundo.

La mujer, de 35 años, pensó que en el fondo había tenido suerte, ya que dos meses después de llegar al campamento había dado a luz sin complicaciones a su hija, la menor ahora de tres hijos.

Pero la bebé pronto desarrolló una enfermedad en la piel derivada de las condiciones de insalubridad en el congestionado campamento.

"En Myanmar vivíamos bien, pero ahora lo hemos perdido todo", dijo Samira.

La familia recibe cada dos semanas 27 kilogramos de arroz, aceite y lentejas de las agencias de cooperación, lo que, según Samira, les ayuda a sobrevivir, pero no para satisfacer otras necesidades, por lo que su esposo trabaja en ocasiones de barrendero.

Mohammad Harun, de 11 años, que vive en una choza cercana con su madre y cinco hermanos, reconoció que venden parte de la ayuda alimentaria para poder tener una dieta algo más variada.

"Mi padre murió en Myanmar, por lo que no tenemos a nadie que gane dinero en casa. Así que si queremos comer pescado o vegetales, mi madre vende parte del arroz que recibimos"

"Mi padre murió en Myanmar, por lo que no tenemos a nadie que gane dinero en casa. Así que si queremos comer pescado o vegetales, mi madre vende parte del arroz que recibimos", dijo.

La pesadilla para familias como estas y otros 738.000 rohinyás que huyeron a Bangladesh comenzó el 25 de agosto de 2017, cuando el Ejército birmano respondió a una serie de ataques de un grupo rebelde rohinyá en la región de Rakáin, en el oeste de Birmania.

La ONU indicó que, según las estimaciones más conservadoras, unos 10.000 rohinyás fueron asesinados, incluidos mujeres y niños, al tiempo que los soldados violaron a mujeres y niñas, torturaron y quemaron aldeas enteras, en un operativo que calificó como "limpieza étnica de manual" con "indicios de genocidio".

La coordinadora de la ONU en Bangladesh, Mia Seppo, manifestó que es una responsabilidad global continuar con el apoyo humanitario a los rohinyás durante el tiempo que permanezcan en Bangladesh.

"Creo que es importante, cuando piensas en ese compromiso global, que el mundo no olvide por qué cruzaron la frontera, por qué tuvieron que buscar la seguridad en Bangladesh", remarcó.

Seppo llamó la atención a la comunidad internacional que de los 920 millones de dólares de ayuda solicitada, solo han recibido hasta ahora el 36%, aunque se mostró esperanzada que, al final de año, puedan alcanzar el objetivo, ya que "la atención" hacia esta crisis sigue ahí, y espera que continúe hasta que se halle una solución.

La organización Médicos Sin Fronteras (MSF) advirtió sobre otros desafíos.

"Vivir en un campamento significa masificación en condiciones poco higiénicas (...) lo que aumenta el riesgo de enfermedades infecciosas", indicó a Efe la portavoz de MSF Diana Corben.

"Con la llegada de la temporada de lluvias asistimos a muchos casos de diarrea e infecciones respiratorias. Además, debido a la cercanía, es muy fácil que se propaguen enfermedades contagiosas"

"Así, con la llegada de la temporada de lluvias asistimos a muchos casos de diarrea e infecciones respiratorias. Además, debido a la cercanía, es muy fácil que se propaguen enfermedades contagiosas", señaló Corben, que recordó que una simple vacuna podría evitar enfermedades como la difteria.

El líder rohingya Mohammad Mohibullah, que se ha erigido como el principal representante de esta comunidad en los campos de refugiados, consideró en declaraciones a Efe que las condiciones difíciles en las que viven deben ser lo más temporales posibles.

Mohibullah, presidente de la Sociedad Rohinyá de Arakan para la Paz y los Derechos Humanos, insistió en que la dieta es de subsistencia, mientras que las chozas de bambú "filtran agua cuando llueve y cuando hace sol son muy calurosas".

La única manera de acabar con esta "vida difícil", dijo, es regresar a Birmania.

"Los rohinyás están dispuestos a regresar lo antes posible. Tan pronto como el Gobierno de Birmania acepte nuestras demandas no nos llevará más de seis meses marcharnos", auguró el líder rohinyá.

Entre las demandas están la tarjeta de ciudadanía en la que se reconozca su etnia rohinyá, que garanticen su seguridad con la presencia de una fuerza internacional, que se les traslade a los terrenos que poseían antes de su huida, que se les compense por las pérdidas y que desaparezcan los campos de internamiento.

Hasta ahora, los dos intentos de iniciar el proceso de repatriación han fracasado, el último de ellos esta semana, al no presentarse ningún voluntario por la falta de garantías en Birmania.

El rohinyá Nur Alam, de 50 años, que desconoce el paradero de sus cuatro hijos desde el inicio de la crisis hace hoy dos años, dijo sin embargo que no piensa regresar a Birmania.

"Si regreso, no habrá garantía de que me entierren cuando muera. Aquí al menos podré obtener eso", sentenció.

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