La doble vida de los iraníes para evadir las estrictas normas islamistas

"La generación de los 1380 no quiere vivir dos vidas: una pública, siguiendo las normas del sistema, y otra privada y genuina"

Protestas en Irán por la muerte de Masha Amini tras ser detenida por no llevar bien puesto el velo. (EFE/Jaime León)
Protestas en Irán por la muerte de Masha Amini tras ser detenida por no llevar bien puesto el velo. (EFE/Jaime León)
Jaime León

08 de noviembre 2022 - 11:58

Teherán/(EFE).- Muchos iraníes viven dos vidas, una pública en la que cumplen con las estrictas normas de comportamiento de la República Islámica y otro privada en la que rompen todos esos preceptos, una dinámica con la que quieren acabar las protestas que sacuden Irán.

Esa doble vida no conlleva bacanales ni tórridos desenfrenos, sino cuestiones más bien mundanas: tomarse una cerveza, soltarse el pelo, escuchar música, bailar o montar en motocicleta.

La República Islámica fundada por el ayatolá Ruhollah Jomeiní en 1979 prohibió la música, el alcohol, las discotecas, los juegos de apuestas, los deportes mixtos, las relaciones sexuales fuera del matrimonio e impuso la segregación por sexos en muchos ámbitos, entre otros vetos.

"Que las mujeres monten en bicicletas o en motocicletas puede extender la corrupción y por lo tanto está prohibido", afirmó hace años el líder supremo de Irán

Estas limitaciones fueron más duras para las mujeres, a quienes se cubrió con velo –sin esa prenda estaban "desnudas", aseguró Jomeiní– pero también se les prohibió conducir motos o bicicletas, cantar en público o la práctica de algunos deportes.

"Que las mujeres monten en bicicletas o en motocicletas puede extender la corrupción y por lo tanto está prohibido", afirmó hace años el líder supremo de Irán, Ali Jameneí, sucesor de Jomeiní.

A lo largo de las últimas décadas algunas de esas prohibiciones se han flexibilizado: la música iraní es permisible ahora, las mujeres pueden cantar para un público femenino y se las puede llegar a ver en bicicleta por las calles de Teherán.

Pero aún así existen multitud de limitaciones, que muchos en el país persa se saltan a nivel privado en cuanto tienen opción.

"Voy a conciertos de heavy metal underground, no me pongo el velo, me encanta el sexo (sin estar casada), soy atea y nunca voy a rezar", resume a EFE una residente en Teherán, que en cuanto puede ignora las normas de comportamiento de la República Islámica.

"Por qué me tienen que decir lo que puedo o no puedo hacer", se pregunta. Una postura que adoptan muchos vecinos de Teherán.

"Voy a conciertos de heavy metal 'underground', no me pongo el velo, me encanta el sexo (sin estar casada), soy atea y nunca voy a rezar", resume a EFE una residente en Teherán

Un paseo un miércoles o jueves (el viernes y sábado occidental) por la noche por Teherán revelará que se celebran multitud de fiestas, como delata la música, generalmente estadounidense, que se escucha desde las ventanas de algunas casas.

Los tejados de las azoteas están llenas de antenas para captar canales extranjeros, en teoría prohibidos por las autoridades, mientras que hay mujeres que conducen motos disimulando sus cuerpos con ropas anchas.

También es posible circular en un taxi en Teherán mientras suena Julio Iglesias y el conductor dedica la carrera a dejar clara su admiración por el cantante español.

En realidad esta separación de la vida pública y privada no es nueva, es una tradición milenaria, que explica porqué las casas están rodeadas de muros para preservar la intimidad.

"Los iraníes operan en dos mundos, uno público y otro privado. Es como siempre se ha vivido en Irán, con reyes o ayatolás ", recuerda la periodista y escritora Elaine Sciolino en su libro Persian Mirrors.

"El contraste es mucho mayor, sin embargo, con los ayatolás, quienes han establecido estrictos límites acerca de que constituye un comportamiento aceptable en público y en ocasiones incluso en privado", añade.

Esta generación de los 1380 (según el calendario iraní, los nacidos desde el 2000) es la que se ha echado a la calle desde la muerte el 16 de septiembre de la joven Mahsa Amini

Durante los 43 años de existencia de la República Islámica, los iraníes han levantado altos muros –metafóricos– entre su vida privada y pública, algo que las nuevas generaciones no parecen dispuestas a aceptar.

"La generación de los 1380 no quiere vivir dos vidas: una pública, siguiendo las normas del sistema, y otra privada y genuina", dijo recientemente en Twitter el analista del Center for International Policy de Washington, Sina Toossi.

Esta generación de los 1380 (según el calendario iraní, los nacidos desde el 2000) es la que se ha echado a la calle desde la muerte el 16 de septiembre de la joven Mahsa Amini tras ser detenida tres días antes por la Policía de la moral por llevar mal puesto el velo islámico.

Empezaron protestando la muerte de la joven kurda de 22 años y la obligatoriedad del velo, pero ya piden el fin de la República Islámica con gestos impensables hasta no hace mucho tiempo.

Estos jóvenes queman velos al grito de "Mujer, libertad, mujer" y rompen la segregación por sexos en los comedores universitarios, para escándalo de las autoridades.

Cada vez se ve a más mujeres sin velo por las calles de Teherán, en un gesto de desobediencia civil impensable hace solo unas pocas semanas.

Cada vez se ve a más mujeres sin velo por las calles de Teherán, en un gesto de desobediencia civil impensable hace solo unas pocas semanas

Estos actos de desobediencia hasta ahora se llevaban a cabo a escondidas de las autoridades, en especial de la Policía de la moral, para evitar problemas o recurriendo a mentiras.

"En Teherán mentir es una cuestión de supervivencia", escribió en su libro City of Lies la periodista Ramita Navai.

"Las mentiras, por encima de todo, son una consecuencia de sobrevivir en un régimen opresivo, de estar gobernados por unas autoridades que creen que debe interferir en los aspectos más íntimos de sus ciudadanos", continuó la periodista. Los jóvenes iraníes se han cansado de mentir.

"Hasta ahora nos escondiamos de la Policía, pero ya no queremos hacerlo", asegura a EFE Soheila, una médico de 33 años, cansada de las restricciones bajo las que tiene que vivir, en especial las relativas a la vestimenta. "¿Estamos locos?", se pregunta.

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