El banco de semillas de Alepo, otra víctima de la guerra de Siria
Según la organización de Naciones Unidas (ONU), los seis años de guerra en Siria han provocado 400.000 muertos, cinco millones de refugiados y en torno a siete millones de desplazados. Además hay otras víctimas, como el incalculable número de animales que han perdido la vida, el patrimonio histórico artístico y una de las joyas del país, el banco de semillas de Alepo.
Los bancos de semillas recogen, producen y almacenan cientos de miles de variedades de todo tipo para que no se pierda la riqueza genética de los cultivos. En la actualidad existen en el mundo varios centros de este tipo, cada uno de ellos especializado en diferentes alimentos; los hay, por ejemplo, dedicados a patatas como el de Perú, a arroz como el de Filipinas, a plantas comestibles como el de Taiwan, e incluso hay uno que recoge muestras de las semillas de todos los demás, que está en Svalbard, Noruega.
Dentro de estos bancos, a finales de los años setenta se creó el Centro Internacional para la Investigación en Agricultura en las Zonas Secas (ICARDA). Su ubicación original era Líbano, pero se mudaron a Siria por la guerra civil que afectaba a aquel país. En Siria, abrieron las instalaciones en Tel Hadya, a las afueras de Alepo, y antes de la guerra que ahora les asola llegaron a contar con 141.000 semillas. Entre ellas, de trigo, cebada, lenteja, garbanzo kabuli, habas, guisantes y cultivos tolerantes tanto al estrés ambiental (calor, salinidad, frío) como al producido por los seres vivos (enfermedades y plagas de insectos).
El objetivo de este centro no era solo conservar la memoria histórica de semillas que se utilizaban ya en los comienzos de la agricultura, sino ser capaces de producir plantas mejores y más nutritivas en climas impredecibles. Justo lo que el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) anuncia para un futuro bastante cercano en gran parte de nuestro planeta.
Los bancos de semillas funcionan de manera coordinada y siempre prevén incidentes, si no bélicos, al menos sí de incendios, terremotos o cualquier otro desastre natural
En los primeros días de la guerra civil siria, los enfrentamientos se concentraron en el sur del país, pero el director de ICARDA sospechó que pronto podían llegar los bombardeos hasta su centro. No hacía falta ni siquiera que llegaran las bombas para malograr el banco de semillas, bastaba con que se parasen los generadores de emergencia, que refrigeran las habitaciones donde reposan las semillas desde hace décadas.
No pasó mucho tiempo antes de que grupos armados entrasen en las instalaciones de Alepo y de allí se llevaron ordenadores, tractores y todo lo que consideraron que podía tener algún valor militar. Por suerte, las semillas no fueron destruidas, probablemente por la falta de atractivo para el saqueo que tienen esas hileras de estanterías llenas de cajas sin aparente valor.
Los bancos de semillas funcionan de manera coordinada y siempre prevén incidentes, si no bélicos, al menos sí de incendios, terremotos o cualquier otro desastre natural; así que el 85% de los tipos de semillas que había en Alepo antes del conflicto ya estaban replicadas en Svalbard y en otro centro de México.
De todos modos, tras los primeros saqueos, los responsables del centro decidieron salvar el otro 15% de la memoria agrícola de esta región del planeta, y comenzaron enviando muestras a Turquía.
En 2012 la situación ya era insostenible y los bandos en lucha pensaron incluso en convertir el banco de semillas en un polvorín, con lo que lo marcarían como un objetivo para los bombardeos. Por lo tanto, se decidió salir de las instalaciones, pero antes de marcharse, los 50 trabajadores que todavía quedaban allí, cogieron muestras de las semillas que quedaban y las enviaron, como pudieron, a Svalbard.
Los responsables explican que al final se sacaron un 99,9% de los tipos de semillas que estaban almacenados en Alepo, aunque de cada uno solo se ha salvado una pequeña parte.
Los bancos de semillas guardan más o menos medio kilo de cada una de las variedades, lo que es una cantidad suficiente para que lo puedan utilizar los agricultores e investigadores y para que no se pierdan los diferentes tipos de cosechas que en el futuro puedan ser resistentes a incidencias climáticas, plagas y enfermedades.
El problema que plantea una huida como la de Alepo es que las copias de seguridad que se hacen en lugares como Svalbard son solamente de unos 15 gramos por variedad, insuficientes para su estudio y para su uso agrícola.
Los responsables explican que al final se sacaron un 99,9% de los tipos de semillas que estaban almacenados en Alepo, aunque de cada uno solo se ha salvado una pequeña parte
Por ello, los responsables de ICARDA solicitaron en 2015 la retirada de algunas semillas del centro de Noruega para replantarlas y a partir de ellas generar nuevas semillas y comenzar a construir dos stocks que se están almacenando en centros de Marruecos y Líbano. Esta es la primera vez en la historia que ha sido necesario recuperar semillas depositadas en Svalbard, pero los resultados han sido positivos, así que en breve esperan devolver allí las semillas y retirar otras para ir completando las actuales colecciones.
Otro problema está en que nunca se podrá volver a tener la cantidad que había en Alepo, porque los centros de Líbano y Marruecos tienen una capacidad conjunta de 135.000 unidades, es decir, 6.000 menos de las que había en Siria. De momento, en Líbano hay guardadas solamente 30.000 semillas y en Rabat, 20.000.
Mahmoud Solh, director general de ICARDA, reconoce que no saben si volverán jamás a Alepo, pero por si acaso, antes de retirarse de allí escondieron parte del equipamiento más sofisticado en apartamentos que alquilaron a gente que salió huyendo del país. También salvaron algunos tractores aparcándolos en patios de escuelas, donde parece ser que han pasado desapercibidos para los bandos en conflicto.
Si cuando la guerra termine todavía queda algo de Alepo en pie, quizás el banco de semillas pueda volver a su lugar original, pero de momento seguirá en su forzado exilio, guardando algunas de las semillas que quizás permitan que nuestra especie sobreviva.
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Nota de la Redacción: este texto ha sido publicado previamente en el diario digital español bez.es. Lo reproducimos con la autorización del medio.