25 años después ¿de qué se quejan los polacos?
Pasado un cuarto de siglo de la transición polaca, nos acercamos a sus problemas actuales para saber lo que nos depara el futuro
Varsovia/Han pasado 25 años desde que Polonia enterró el comunismo, recuperó la independencia como país y la libertad como sociedad de individuos con derechos democráticos. Los polacos tienen muy clara una cosa fundamental: Polonia no ha tenido mejor época en su historia desde que a finales del siglo XVIII perdió su soberania y quedó repartida entre tres potencias vecinas, Rusia, Austria y Prusia.
El anclaje a la Unión Europa y a la OTAN nos da garantías de seguridad económica y política frente a nuevas amenazas externas. Lo demuestra la resaca imperial de Rusia con Ucrania, que nosotros tambien hemos sufrido, y mucho, en el pasado.
En el cuarto de siglo transcurrido desde aquellas fechas, el producto interno bruto polaco se ha triplicado y los ciudadanos tienen amplio acceso a libertades y bienes propios de sociedades abiertas, comenzando por la libertad de viajar y conocer Europa y el mundo.
Sin embargo, el nuevo tren de vida en libertad y en capitalismo no lleva a todos hacia condiciones iguales. Algunos viajan en clase ejecutiva, incontables polacos lo hacen en económica y no pocos en compartimientos para pobres. De ahí que muchos se quejen de que en Polonia se ha ido perdiendo el espíritu de solidaridad social y la preocupación por los menos favorecidos o por los que no han podido subirse al vagón de primera clase.
Los egoísmos mercantiles, inevitables en una economía de mercado, no logran ser satisfactoriamente compensados por el Estado en una política de justicia social y de bien común. La Res Publica no es lo suficientemente publica, es decir, no lo es para todos.
Hay deficiencias en la economía y lagunas importantes en las políticas publicas: demasiada gente joven no tiene trabajo o lo tiene en condiciones precarias, con bajos sueldos, falta de seguridad social y ausencia de perspectivas de desarrollo individual y profesional. El péndulo, que oscila entre el neoliberalismo en su defensa del individualismo y la socialdemocracia en su afán por proteger la cohesión social y la solidaridad, se ha ido demasiado hacia el primero.
El sistema de salud pública no ha sido adaptado a la nueva realidad del capitalismo y ha dejado a mucha gente pobre desatendida o sometida a largas esperas en colas interminables.
La educación secundaria y superior no corresponde a las exigencias de una economía moderna, globalizada y competitiva.
La democracia y la modernización de la sociedad han tenido también otro precio. Ha desaparecido el espíritu de solidaridad nacional frente a la dictadura comunista, cuando la Iglesia católica era la primera autoridad moral en Polonia. Muchos polacos creyentes o agnósticos, que simpatizaban con la Iglesia en el pasado, se quejan hoy de que la Iglesia les ha abandonado o fallado.
En democracia la Iglesia católica se ha vuelto una institución celosa de su poder espiritual, cerrada e intolerante con los no creyentes y aferrada a su poderío material y terrenal. Esta Iglesia nacionalista y autoritaria choca con la imagen que pretende imprimir a la Iglesia universal el Papa Francisco.
Por eso, algunos se quejan de que nuestros compatriotas sean gigantes como polacos pero enanos como seres humanos.