Treinta años después de la URSS aún hay miedo en Ucrania, asegura un disidente
El disidente ucraniano Mykola Matusévych, quien pasó diez años en el gulag soviético, dice que el miedo dificulta el desarrollo del país
Kiev/(EFE).- Treinta años después de la desaparición de la URSS "la sociedad de Ucrania todavía está paralizada por el miedo y eso dificulta el desarrollo del país", asegura el destacado disidente ucraniano Mykola Matusévych, quien pasó diez años en el gulag soviético.
"Muchas de las más brillantes y mejores personas fueron exterminadas por el régimen soviético", cuenta Matusévych, quien a sus 75 años vive en una deteriorada casa en la localidad de Vasylkiv, a unos 25 kilómetros de Kiev, donde recibió a Efe.
Resistió diez años de prisión, primero en Perm (en los Urales), y luego en campos de trabajo en la inhóspita región de Chitá, Siberia, en la frontera con Mongolia, a diferencia de muchos disidentes ucranianos, como el famoso poeta Vasyl Stus, que murió en prisión en 1985, el año en que Mijaíl Gorbachov encabezó la Unión Soviética.
"Había letones, lituanos, georgianos, armenios... La URSS era realmente una cárcel de pueblos", dice Matusévych, uno de los fundadores de la organización de derechos humanos Grupo Helsinki de Ucrania, creada a fines de 1976.
El disidente no se arrepiente de su decisión de participar en la fundación de la organización ni se lamenta de los años pasados en el gulag.
"Los jóvenes en Ucrania son ahora igual de tozudos y porfiados como lo fuimos nosotros alguna vez", sentencia Matusévych
"Los diez idiotas que se atrevieron a expresar abiertamente sus ideas, los cofundadores del Grupo Helsinki de Ucrania en los años 70, dieron un ejemplo de resiliencia a las nuevas generaciones", sostiene el veterano disidente con su característico tono irónico.
Añade que sin duda habrá intentos de restaurar el imperio soviético, pero está seguro de que "estarán condenados al fracaso".
"Los jóvenes en Ucrania son ahora igual de tozudos y porfiados como lo fuimos nosotros alguna vez", sentencia Matusévych.
Nació en la provincia de Kiev, en el seno de una familia que padeció el Holodomor, la hambruna artificial ordenada por el dictador soviético Iósif Stalin en 1932-1933 en que murieron al menos 3,8 millones de ucranianos.
Según el disidente, su madre le contaba al oído los horrores del Holodomor, lo que creó su rechazo al régimen soviético y su apoyo a una eventual independencia de Ucrania.
"Cuando uno ve la injusticia, cuando uno ve a su pueblo oprimido, siente la necesidad urgente de cambiar las cosas. Yo sabía que el régimen colapsaría. Lo único de lo que no estaba seguro era de que viviría para verlo", añade.
Expresar estos puntos de vista en la Unión Soviética era extremadamente peligroso y la única manera de mostrar lealtad a las cosas ucranianas de modo seguro era unirse a iniciativas culturales.
Matusévych tomó contacto con un coro ucraniano llamado Homin, donde conoció a gente que pensaba como él. "Yo simplemente quería encontrar personas a las que le importaba Ucrania, que hablaran ucraniano", explica.
La única manera de mostrar lealtad a las cosas ucranianas de modo seguro era unirse a iniciativas culturales
Junto con nueve conocidos de círculos culturales -escritores, poetas, filósofos- fundó en 1976 el Grupo Helnsiki de Ucrania, un año después de que la URSS firmara el Acta Final de Helsinki, comprometiéndose a defender los derechos humanos.
Disidentes y liberales en muchas repúblicas soviéticas vieron en ello una señal para denunciar las represiones comunistas y expresar su deseo de autodeterminación nacional.
"Documentábamos casos de violaciones de los derechos humanos, hablábamos abiertamente con la gente del Holodomor", recuerda Matusévych,
El Grupo Helsinki de Ucrania tuvo corta vida: cinco meses después de su creación comenzó la persecución judicial de sus miembros.
Matusévych fue detenido en abril de 1977, junto con su colega y amigo el filósofo Myrolav Marynóvych, el otro de los dos cofundadores del Grupo que sigue con vida, acusados de "difundir propaganda antisoviética".
Se negó a declarar y a comparecer en el juicio en el que fue condenado a siete años de cárcel en un penal de alta seguridad y a cinco años en un campo de trabajo.
"Cuando fundamos el Grupo Helsinki de Ucrania éramos conscientes de que podíamos ser arrestados y enviados a prisión. Era solo cuestión de tiempo. Por eso no me sorprendí cuando vinieron por mí. Solamente le dije al oficial: 'No voy hasta que no acabe mi café'", recuerda el disidente.
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