"En la ruta del sur, los coyotes, los choferes y los dueños de hostales son todos cubanos"
A Juliet, enfermera de 29 años, el viaje hasta Uruguay le costó menos de 2.000 dólares y sin los malos tratos de la ruta del norte
Madrid/Juliet acaba de llegar a Uruguay en una travesía que ha durado menos de dos semanas y le costó menos de 2.000 dólares. Enfermera de profesión y con 29 años, la joven –que prefiere usar pseudónimo– es una de las miles de nacionales de la Isla que, ante las crecientes dificultades para emigrar a Estados Unidos y países transatlánticos como España, están cambiando la “ruta del norte” por una nueva “ruta del sur”, hacia Brasil, Chile o Uruguay.
En su caso, optó por Sudamérica después de llevar dos años, desde enero de 2023, esperando un parole humanitario para EE UU, donde vive su hermana, que nunca llegó. “A raíz de que fueron pasando los meses sin noticias, mi hermana y mi cuñado empezaron a investigar, y amistades que habían emigrado por estas rutas se lo recomendaron”.
El precio, sin duda, fue un factor determinante. Como ejemplo, pone el de sus conocidos que emigraron a Miami vía Nicaragua y gastaron más de 10.000 dólares. Cuando le contó a uno de estos amigos lo que había pagado por ir a Montevideo, 1.150 por el boleto de avión a Surinam y 750 por el total del resto de traslados por tierra, le dijo: “Con lo que costó mi travesía por los volcanes, hago cinco rutas de estas y llego con dólares a Uruguay”.
“Con lo que costó mi travesía por los volcanes, hago cinco rutas de estas y llego con dólares a Uruguay”
Las condiciones de Uruguay, de las que había oído hablar, más el idioma, también la hicieron decidirse. “No era como llegar a Estados Unidos, donde iba a tener familia, gente que me orientara, pero sí iba a tener una mejor calidad de vida que en Cuba”.
En un principio, además, el viaje al sur se le presentaba sin los peligros que supone la vía marítima en el estrecho de Florida, o la delincuencia organizada en países como México o Guatemala, o la durísima selva del Darién. Aun así, reconoce que guardaba cierto resquemor – “eso, a fin de cuentas, es tráfico de personas”–, por eso le sorprendió la seguridad y la organización de la travesía que realizó, a través de Surinam, Guyana Francesa y Brasil, en 13 días en total.
Y su ruta, precisa, fue larga. “Hay una vía mucho más rápida, toda en avión, por Guyana, la inglesa, hasta Brasil, y luego a Uruguay, lo que pasa es que eran casi 3.000 dólares todo, y mi familia no lo podía pagar”. Todo es a través de la misma red. “Tienen para todas las personas: para el que tenga dinero o para el que no le alcance. Paquetes para todos los bolsillos”.
También tienen “distintas formas de pago”: bien desde el exterior, a través de los familiares, mediante transferencia y conforme se vaya avanzando en la ruta, bien en efectivo, todo junto, al llegar a Surinam, la primera parada del viaje, adonde se llega desde La Habana en avión.
“Yo nunca pensé que eso iba a estar tan, pero tan bien coordinado como yo lo viví”
“Yo nunca pensé que eso iba a estar tan, pero tan bien coordinado como yo lo viví”, asegura Juliet. “Si hay algo que puedo resaltar es cómo tratan a los cubanos. Desde que llegué a Surinam hasta el Uruguay, los coyotes, los guías, los choferes, todos, todos, todos, al menos la experiencia que yo viví, nos brindaron una atención espectacular. Tú eras la prioridad en todo momento”.
La red tiene incluso, cuenta Juliet, un grupo de WhatsApp mediante el que los “organizadores” se comunican constantemente con los familiares. “Cada segundo te piden foto, para ver en qué condiciones estamos, para ver si somos nosotros, para informarles a las familias cuando nos quedamos sin internet. Y la familia pregunta y al momento contestan: ‘mira, van por aquí, van por allá”. Eso fue algo que me dejó muy impresionada, la verdad, porque yo tenía la idea de que sería una cosa caótica”.
Juliet no sabe bien quiénes son esos “organizadores” ni quiere extenderse demasiado, pero sí que todos los “guías” que los atendieron en el viaje eran connacionales, “desde los coyotes hasta los choferes y los dueños de los hostales, todos son cubanos”. Y prosigue: “Es una red de tráfico de personas bien grande. No quizá como la de Nicaragua, pero sí se está haciendo cada vez más grande”. Las recientes cifras reveladas por Brasil –casi 20.000 cubanos establecidos en su territorio entre enero y noviembre de este año– confirman su apreciación.
“Según nos contaron, éramos hasta el momento el mayor grupo de cubanos que había cruzado en esta ruta: 180 adultos y 49 niños”
Otra de sus sorpresas fue, precisamente, “la cantidad de cubanos” que tuvieron la misma idea que ella: “Según nos contaron, éramos hasta el momento el mayor grupo de cubanos que había cruzado en esta ruta: 180 adultos y 49 niños”. El grupo coincidió al completo en Cayena, la capital de Guyana Francesa, pero viajaba normalmente dividido en vehículos de ocho o nueve personas.
Juliet detalla minuciosamente a 14ymedio las paradas de su travesía. En primer lugar, de La Habana a Surinam, con la aerolínea surinamesa Fly All Ways, teniendo comprado ida y vuelta. En el país caribeño, los cubanos obtienen un visado de turismo válido por siete días.
Al día siguiente a su llegada fueron trasladados, desde la capital, Paramaribo, a la frontera con Guyana Francesa, en un trayecto de seis horas en guagua. “La carretera tiene dos puntos de control donde debemos entregar los pasaportes. No hay ningún problema siempre que sea dentro de los siete días que dura la visa”, aclara Juliet. “Llegamos a la frontera alrededor de las seis-siete de la mañana. Ahí fue todo muy rápido, te dan pomos, te dan merienda y te montan en unas canoas. Esas canoas, en cuestión de diez minutos quizá, te dejan al otro lado, y ya estás en Guyana Francesa”.
En Guyana Francesa, los guías dan varias instrucciones al grupo: “Esos guías están encargados de explicarte que no debes salir de una casetica que hay, un pequeño terreno de donde te dicen que no te puedes mover, porque moviéndote estás ilegal y puede ocurrir que te asalten y tal”. Ahí pasaron un día entero, hasta que, a las dos de la tarde, abrieron la Procuraduría donde les dieron un papel “que permite estar legal en todo el recorrido de Guyana Francesa”.
La siguiente parada es la capital, donde los cubanos piden asilo. “Ese día en Cayena fue extremadamente agotador, llegamos como alrededor de las siete de la mañana y estuvimos la mañana entera tirados, esperando”, relata. “Eso sí, todo el tiempo nos dieron una buena explicación, y nos dieron merienda, agua, almuerzo”. En la fila, narra, trataban de guardar el silencio que se les pedía, “pero bueno, el cubano siempre es un poco indisciplinado, y a veces nos regañaban por eso”.
“Ese día en Cayena fue extremadamente agotador, llegamos como alrededor de las siete de la mañana y estuvimos la mañana entera tirados, esperando”
Una vez obtenido el papel en Cayena, los trasladaban hasta la frontera con Brasil, un trayecto que sufrió especialmente. “Son ocho horas de viaje, la mayor parte con muchas curvas, y esas guaguas van demasiado rápido. Abres y cierras los ojos y es una curva, otra curva, y es bastante estresante”. El contingente dejó Guyana Francesa a través del río Oyapoque, frontera natural con Brasil, de nuevo en grupos de ocho y nueve, en canoas.
El relato de Juliet sobre el procedimiento jurídico que realizan en Brasil da una de las claves de por qué tantos cubanos eligen el gigante sudamericano como destino. Ante la Policía Federal, todos piden asilo. “Con ese papel de refugiado, te puedes quedar en Brasil y vas a tener los mismos derechos que un brasileño”, narra la joven, que tomó el papel para desplazarse legalmente hasta la siguiente frontera, porque ella tenía claro que acabaría en Uruguay.
“En mi grupo, la mitad se quedó en Brasil y la mitad vinimos a Uruguay”, estima. “Había como un desacuerdo ahí, porque todo tiene sus pros y sus contras. En Brasil las cosas son muy baratas, pero muchos no se quedaban por el tema del idioma y porque temen que los salarios estén baratos también”.
Para llegar a Rivera, ya en Uruguay, la travesía, de miles de kilómetros, pasó por Macapá, Belem, Florianópolis y Porto Alegre, por momentos en guaguas, por momentos en ferry. Antes de dejar Brasil, los cubanos deben “hacer dejación del refugio” que le han otorgado, y pasar a pedirlo a Uruguay. “Está uno al lado del otro: Migración de Brasil y Migración de Uruguay”, dibuja Juliet. Hasta ahí llega lo que cubre el “paquete” comprado originalmente. “De Rivera sales en un bus o pagas de tu bolsillo un taxi hasta la misma puerta de tu casa donde vas a residir, en mi caso, Montevideo, pero eso ya lo pagas tú”.
A lo largo del viaje, no dejaba de observar que, incluso en los lugares más “extremadamente pobres”, como poblados del Amazonas, “no faltaba ni el agua, ni la corriente ni la comida”. Y añade amargamente: “Te das cuenta de que esos problemas graves en Cuba no los tienen fuera, que las necesidades básicas están cubiertas”.
A pesar de su buen ánimo para contar su caso, Juliet, antes confiesa que aún le cuesta hablar del hecho de migrar: “Me aprieta el pecho, siento una tristeza profunda que solo entiende el que emigra, dejando atrás todo”.
“Me aprieta el pecho, siento una tristeza profunda que solo entiende el que emigra, dejando atrás todo”
La joven había dejado su trabajo de enfermera en el hospital Eusebio Hernández, conocido como Maternidad Obrera, de La Habana, antes de la pandemia, “porque no vivía de eso, no podía salir adelante”. Además, la desorganización la enervaba y la falta de higiene llegó a enfermarla. “Quien limpiaba las salas del hospital eran las reclusas, que las traían desde El Guatao, y muchas veces por falta de combustible no las traían y nosotros mismos teníamos que limpiar. Por muchas medidas de protección que uno asumiera ante esa limpieza, llegó un momento en que agarré una bacteria, luego un estafilococo…”, enumera.
Así, en los últimos dos años, se desempeñó en un establecimiento privado. “Yo en Cuba no era de las que vivía mal, si te digo otra cosa te miento, pero vivía dependiendo de lo que me ayudaban desde el exterior”, confiesa. “Quizá a otras personas les gusta vivir así, pero a mí no”.
Su sueño, ahora en Montevideo, es poder valerse por sí misma y ayudar a su familia. “El objetivo final sería llegar a Estados Unidos, pero de momento no puede ser, porque no me alcanza pero también por la situación que hay ahora mismo. De momento la idea es establecer una vida aquí, trabajar, echar hacia delante, emprender acá”.
Además de su pareja, con la que se reunirá en algún momento, en la Isla quedó su papá, su tía, sus primas, su abuela… Todos, originarios de Pinar del Río, “donde se vive una situación extrema, peor que en La Habana”.
Haber llegado al país sudamericano le produce una sensación agridulce. “Realmente coger un avión y salir de Cuba no es tan fácil como cuando uno lo dice. Duele mucho irse y dejar a la familia, dejar todo lo de uno atrás. Aunque Cuba esté mal, aunque esté deshecha en menudos pedazos, es la tierra donde uno nació. Es algo desgarrador”, reconoce.
“Acá tienes todo con dinero. Ves cosas muy bonitas, un desarrollo enorme, una amabilidad que en tu país nadie te brindó, porque en Cuba cualquier gestión es engorrosa. Y cuando sales, te das cuenta de que en cada lugar que tú llegas, que no es ni tu país ni tu tierra ni tus conocidos ni tu nada, que te tratan súper bien… Todo es tan, pero tan, tan diferente, y a la vez sientes una añoranza, porque dices: si mi país tuviera estas oportunidades, si en mi país se pudiera vivir esto…”
Le duele, en cierto sentido, ser una privilegiada: “porque hay muchas personas que viven en Cuba y nunca van a saber en realidad cómo se mueve el mundo, cómo se mueven las cosas”.