Ajuste de cuentas
El autor dedica sus versos de esta semana a algunos de sus familiares a los que nunca sintió como tal
Nueva Jersey/A racistas —de todos los géneros y las latitudes— que han defendido —¡y me han explicado!— la "Revolución" cubana
Tuve una novia en El Lido,
cuyo padre era un racista.
También era un comunista
que vivía convencido
de que el hermoso ideal
de la justicia social
no era aplicable a los negros...
Y jamás fueron mis suegros
ni él ni su esposa jovial.
que no fue familia mía.
La señora era una arpía
y una racista moderna.
He aquí mi condena eterna
a su crueldad infinita:
mi niñez se felicita
de que no crecí a su lado.
Apoyó el terror de Estado
Tuve un padre tan pendejo:
un mulato que pasaba
por blanco mientras pensaba,
al mirarse en el espejo,
que era un poeta complejo.
Hoy sólo habita en mi olvido.
Fue más: ¡fue hasta embajador
de ese estado de terror!
Yo me quité su apellido.
No conocí a mis hermanas
—las de mi lado paterno—
hasta ya adulto. El infierno
también fue aquellas mañanas
de mirar por las ventanas
una ciudad que era mía,
pero que la Policía
Hoy me vuelvo a preguntar:
¿mi "padre" a qué le temía?
un teniente coronel,
otro matón de Fidel
y su hermano, el General.
Era rubio el animal.
Era miembro del Partido.
Su uniforme desteñido
tuvo estrellas, tuvo barras.
También fue un asno con garras
y un racista empedernido.
Ojos claros y un salario
de teniente coronel
tuvo mi padrastro cruel,
—o eso repetía a diario—
e hijo de la aristocracia,
de Camagüey: qué desgracia
mas vino la primavera,
y vendrá la democracia.
Entre el odio y la constancia
del racismo y la doctrina
de esa cúpula asesina
que deploro en la distancia,
crecí en una disonancia
tan hipócrita y manida.
Tengo una cosa aprendida
entre el sueño y la vigilia:
la sangre no es la familia.
No hay patria donde no hay vida.
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