El Me Too cubano reta al poder con "pelos en el pecho"

La denuncia de Dianelys Alfonso despierta un movimiento que llega tarde a Cuba pero donde tiene mucho trabajo

Para la FMC las mujeres son soldados, trabajadoras intachables y piezas que apuntalan la ideología. (Alan K.)
Para la FMC las mujeres son soldados, trabajadoras intachables y piezas que apuntalan la ideología. (Alan K.)
Yoani Sánchez

02 de julio 2019 - 17:58

La Habana/La ve pasar y silba mientras ella se aleja, en el ómnibus se pega a una joven hasta estar tan cerca de su piel que siente la transpiración y, cuando llega a casa, la esposa tiene lista la mesa y solo comienza a comer cuando él mastica el primer bocado; en la noche, aunque ella no quiera, él hará "su papel de hombre". Son situaciones tan comunes y repetidas, que muchas han llegado a creer que esa debe ser la normalidad, que es lo que toca por ser mujer.

Todo ese entramado de presiones, abusos y violencia está saliendo a flote a partir del grito personal de una cantante que decidió contar lo que había vivido. La denuncia pública realizada por Dianelys Alfonso, conocida como La Diosa de Cuba, contra el músico José Luis Cortés, El Tosco, por presuntos abusos verbales, físicos y sexuales ha destapado una caja de Pandora de incalculable alcance. Podemos delimitar cuándo comenzó todo pero no hasta dónde llegará la catarsis.

La sociedad cubana está atravesada de un lado a otro por el machismo. Un acoso y explotación que son tan cotidianos que muchos no ven o no quieren ver

La sociedad cubana está atravesada de un lado a otro por el machismo. Un acoso y explotación que son tan cotidianos que muchos no ven o no quieren ver. Comienza desde muy temprano, hunde sus raíces tan profundamente en la cotidianidad que a veces resulta complicado separar hasta dónde llega la voluntad femenina y dónde empieza la imposición masculina, cuánto determina el machismo más que el libre albedrío de un ser humano.

Desde unos hombres que todavía blanden el piropo o supuesto halago callejero como una manera de responder ante el atractivo físico de una mujer, pasando por el administrador que cree que por organizar una fiesta con regalos para el 8 de marzo ya está cumpliendo su cuota de respeto hacia "el bello género", hasta llegar al vocero oficial que acusa a una disidente de ligereza moral o de ser prostituta solo porque esta emite una crítica.

Millones de mujeres en esta Isla están atrapadas entre el rol de "flores de adorno", en el de esclavas hogareñas o en el de piezas para usar y desechar. No solo se les condena a realizar la mayor parte de las labores domésticas, sino que desde pequeñas son preparadas para agradar, complacer, servir y asentir ante la masculinidad. Separarse un centímetro de ese molde puede acarrear desde insultos hasta agresiones.

Son ellas las que mayoritariamente cocinan, atienden a los niños, van a las reuniones en las escuelas, hacen las tareas relacionadas con el cuidado de los ancianos, sostienen económicamente a los hijos del marido que se fue o del que no pasa pensión, se ocupan de los enfermos, laboran en las plazas más sacrificadas en hospitales, centros docentes, comedores o asilos.

También son maltratadas. Una violencia que tiene muchos rostros, algunos de ellos tan aparentemente "benignos" como el de empujarlas a parecer siempre "hermosas, cuidadas y atractivas". Algo que las obliga a alisarse el pelo, pintarse las uñas, afeitarse las piernas, retocarse constantemente el peinado, maquillarse, vestirse de manera sexy y mostrarse dispuestas al halago y a la conquista, agradecidas de que ellos pasen, miren, elogien o toquen.

Son ellas las que mayoritariamente cocinan, atienden a los hijos, van a las reuniones en las escuelas, hacen las tareas relacionadas con el cuidado de los ancianos, sostienen económicamente a los hijos del marido que se fue

Pero la coacción también puede ser mucho más fuerte. Es el novio que le dice "si te veo con otro, ya sabes lo que va a pasarte", el marido que le impide ponerse pantalones apretados, el vecino que le insinúa que si está muy sola él puede representarla y acompañarla para que ningún otro hombre se atreva contra ella, el jefe en el trabajo que le deja caer que tiene un futuro prometedor por delante y "todos los atributos" para lograrlo.

También está la violencia física. Como la que sufre aquella que esconde el moretón en el ojo bajos las gafas de sol; la otra que soporta las golpizas porque no tiene donde ir a falta de albergues para cobijar a mujeres maltratadas o la que lleva años protegiéndose de los manotazos del marido que llega borracho pero al que tiene que aguantar porque -en fin de cuentas- ella migró desde el oriente y estaría ilegal en La Habana si él la bota de la casa.

La actriz que tiene que desnudarse en escena para lograr un papel, la cantante que solo si mantiene relaciones sexuales con el líder del grupo podrá aspirar a terminar con una plaza fija ante el micrófono, la profesional que debe aceptar las baboserías del director de su empresa con tal de lograr un viaje, un ascenso o la simple posibilidad de mantener su puesto.

Y la violencia social e institucional del policía que la ve llegar a presentar una denuncia y repite "entre marido y mujer nadie se debe meter", del abogado que se niega a tomar un caso porque el acusado es un hombre poderoso y ella "una perfecta desconocida", de los amigos del maltratador que se ponen de su lado y arrojan toneladas de lodo sobre la credibilidad de la víctima, de las cifras oficiales que esconden los feminicidios y de los voceros gubernamentales que se pavonean en foros internacionales de que en esta Isla no hay un real problema de violencia de género.

Ahora, toda esa realidad empieza a encontrar un altavoz a partir del movimiento Me Too, que ha tardado en llegar a esta Isla, pero que en otros lugares del planeta ya ha conseguido visibilizar un problema compartido por muchas mujeres y dar fuerza a otras para llevar a varios abusadores ante los tribunales, disuadir a otros de que sigan cometiendo sus excesos y crear conciencia sobre la situación del acoso de género.

El feminismo, como el activismo social, medioambiental o LGBTI, nunca ha sido bien visto por el oficialismo cubano, que considera a todos esos "ismos" como formas heredadas de la mentalidad burguesa y de países capitalistas

¿Qué papel ha jugado la oficialista Federación de Mujeres Cubanas (FMC) en todo esto? Hasta ahora ninguno, porque la mayor y única organización de féminas permitida en el país no se mueve si antes no recibe orientaciones desde el poder. El feminismo, como el activismo social, medioambiental o LGBTI, nunca ha sido bien visto por el oficialismo cubano, que considera a todos esos "ismos" como formas heredadas de la mentalidad burguesa y de países capitalistas.

Para la FMC las mujeres son soldados, trabajadoras intachables y piezas que apuntalan la ideología, pero defenderlas de los abusos masculinos sería, de muchas formas, plantarse ante el propio Gobierno. En fin de cuentas, el acoso contra las féminas no se ejerce solamente a nivel doméstico ni social sino que se difunde y valida desde el propio Estado.

El poder con "pelos en el pecho" que domina Cuba recurre a las amenazas sofisticadas contra las mujeres que se le oponen. Cuestionan públicamente su moralidad, las acusan de no hacer una labor disidente por propio impulso sino manejadas por algún hombre, alude a su poca feminidad y, en último caso, revela sus detalles más íntimos, justo esos que desde niña le enseñaron en la escuela y la familia que debía esconder, callar, mantener en las sombras.

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