Veinte años separan las dos cartas de la ignominia a favor de la represión en Cuba
Ninguna amenaza, posible caída en desgracia o pérdida de privilegios puede justificar no haber tenido la grandeza de un "no firmo" dicho de manera clara y directa
La Habana/Hace casi veinte años la sociedad cubana miró hacia otro lado cuando numerosos pesos pesados de la cultura nacional firmaron una carta en la que justificaban la ejecución de tres jóvenes que secuestraron una lancha para llegar a Estados Unidos. La misiva también respaldaba el encarcelamiento de 75 disidentes en marzo de 2003. Ante aquel vergonzoso texto, el silencio, la complicidad o la indiferencia fueron las más extendidas respuestas de quienes residían en la Isla.
¿Qué ha pasado en este tiempo para que una nueva "carta de la ignominia", que esta vez se pone del lado de la represión contra las protestas populares, esté causando una reacción tan diferente aquí dentro? El primer contraste radica en los propios firmantes. Si entre aquellos que rubricaron frases al estilo de que "Cuba se ha visto obligada a tomar medidas enérgicas que naturalmente no deseaba" resaltaban verdaderos portentos intelectuales y artísticos, la relación de los actuales firmantes parece más la lista de los miembros de un Comité de Defensa de la Revolución o de una Brigada de Respuesta Rápida que de figuras del parnaso cultural de esta nación.
Una firma, irresponsable o consciente, ha sellado el destino de estas personas
Las ausencias también son más notables y hablan por sí solas. Cada trovador, artista plástico o escritor de renombre que falta al pie de esta nueva carta pesa mucho más que medio centenar de voceros oficialistas, cancerberos de la palabra e ideólogos del castrismo que tanto abundan entre quienes la respaldan. Aunque también hay presencias que sorprenden, se pueden imaginar los hilos de las presiones que han debido padecer algunos de esos firmantes. No obstante, ninguna amenaza, posible caída en desgracia o pérdida de privilegios puede justificar no haber tenido la grandeza de un "no firmo" dicho de manera clara y directa.
El documento publicado esta semana, y al que se le van añadiendo cada día nuevos adeptos, se distancia también de aquel otro, que circuló pocas semanas después de la Primavera Negra, en que no tiene intención alguna de convencer o hacer cambiar de opinión a intelectuales extranjeros que se hayan pronunciado contra la represión desatada el 11 de julio de 2021 y la más reciente en El Vedado habanero. Este texto busca, más bien, involucrar en el golpe y la amenaza –de forma visible y categórica– al mayor número posible de figuras dentro de la Isla. Quiere que cientos o miles de brazos aparezcan en la acción de jalar la soga que rodea el cuello del pueblo cubano.
En un acto desesperado, el Partido Comunista está tratando de arrastrar en su caída y embarrar a todo aquel que por indiferencia, oportunismo o miedo le quiera escoltar en sus coletazos finales. Más que un apoyo, el régimen está buscando cómplices que lo acompañen en la foto de familia de su inevitable funeral y que lo hagan como responsables también de los arrestos arbitrarios, los garrotazos a los manifestantes y el terror policial. No es una carta, es una trampa para atrapar nombres entre los que repartir la responsabilidad del conflicto civil que se está gestando en este país.
Decir que "no sabía lo que firmaba", "a mí ni me enseñaron el texto final" o "yo estaba de viaje y pusieron mi nombre sin consultarme" ya no servirá para distanciarse de esta misiva infame. Los que rubricaron cada una de sus palabras tendrán que cargar el resto de su vida y de su carrera con el pesado fardo de haber tomado partido por la mordaza a la sociedad y por un poder autoritario que ha privado por décadas a los cubanos de exhibir sus diferencias, expresarse sin máscaras y emitir en voz alta sus opiniones. Una firma, irresponsable o consciente, ha sellado el destino de estas personas.
No podrán decir que "nadie sabe el pasado que le aguarda" y no previeron el costo personal y social de apoyar la carta escrita por un totalitarismo moribundo. Casi veinte años después de aquel texto lamentable del que tantos firmantes se han arrepentido y otros han guardado cobarde silencio, ya no hay justificación posible que apele al desconocimiento o al temor. La sociedad cubana, más allá de intelectuales y artistas, tampoco estará exonerada de volver a mirar hacia otro lado. Los tiempos de la apatía han terminado.
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