Abel Prieto y la cultura 'antipaquete'
Villa Clara/Conviene hacerse algunas preguntas a propósito de las palabras de Abel Prieto en la UNEAC de Santa Clara esta semana. ¿Cuál es la tan llevada y traída política cultural de esa nebulosa entidad a la que el exministro insiste en llamar Revolución? ¿Cuál es su política, a secas?
La llamada Revolución hace mucho apuesta a un solo caballo: ganar tiempo a la espera de que las condiciones externas vuelvan a serle favorables como durante la Guerra Fría. O sea, su política no es otra que ir tirando hasta que sus estructuras, que no han cambiado desde la década de los ochenta y siguen siendo en lo esencial las heredadas de la URSS, puedan volver a ser utilizadas a plenitud en el contexto de un renacido mundo bipolar.
En este marco, la política cultural cubana es tan oportunista y utilitaria como lo fue la soviética: sirve a la legitimación de la élite revolucionaria en el poder. En su caso, ante la ciudadanía de las sociedades occidentales. Porque su objetivo fundamental no ha sido otro que presentar la Revolución a dicha ciudadanía como la concreción de los mitos del Buen Salvaje. Mitos que aún hoy circulan por sus imaginarios colectivos. O sea, unas élites conscientes de dominar una isla incapaz de alcanzar la autarquía económica han utilizado a la cultura como un medio de ganarse apoyos externos para impedir un aislamiento absoluto que les resultaría fatal.
En consecuencia, la política cultural ha incluido sobre todo la creación y el mantenimiento de una abundantísima intelectualidad de cartulina. Si se necesitaba mostrarse como un paraíso de la creación hacia el exterior, qué mejor solución que disparar las cantidades, ya que ni la calidad avanzaba bajo la Revolución, ni tampoco convenía dejarla avanzar, por cierto.
¿Alguien se imagina lo que podría pasar si, de repente, toda esa enorme cantidad de artistas e intelectuales decidiera dejar de portarse bien?
Pero, sorpresa. Esta masa de profesionales del medro, en su mayoría oportunistas de buen olfato, responde ahora, cuando la Revolución tiene por fin que hacer economías, de manera no prevista por una élite desconcertada por la ausencia de su paladín histórico. Se nuclean con firmeza alrededor de una política común, el Nacional Logrerismo, al punto de obligar —¡nada menos!— al compañero Abel Prieto a botar su chancleta pa' la calle en el pasado Congreso de la UNEAC.
Dicha política consiste en el intento desesperado de toda esta retahíla de creaciones, más que creadores, de mantener sus canonjías. Entre ellas la del monopolio cultural absoluto del país, por cierto. Por ello su insistencia en ponernos de nuevo a bailar danzón, entre otras grandes ideas dizques nacionalistas.
La pregunta aquí es si una élite tan oportunista como la revolucionaria aceptará adoptarla como propia, y por lo tanto renunciar a su obsesión por hacer economías, al menos en el sector cultural. La respuesta parece ser esta: no tienen más remedio que hacerlo si desean esperar hasta el utópico regreso de las condiciones mundiales idóneas. ¿Alguien se imagina lo que podría pasar si, de repente, toda esa enorme cantidad de artistas e intelectuales decidiera dejar de portarse bien?
Abel Prieto por un lado, representante de la élite para estos asuntos, y los nacional logreristas por el otro, en reuniones como la de Santa Clara, han comenzado a transar, a consensuar sus particulares doctrinas en un solo cuerpo. Quizás a consecuencia de ello veamos renacer las patrullas Clic de los sesentas y setentas. En lugar de dedicarse a apagarnos las luces innecesariamente encendidas, ahora la emprenderían contra los DVD o las computadoras para impedirnos el disfrute de ese supremo sacrilegio cultural: ver el Paquete que tanto enferma al señor Prieto.