Acostumbrados no, domesticados
A ellos les conviene esta enrarecida cotidianeidad que nos mantiene ocupados en la sobrevivencia y alejados de las definitivas soluciones
La Habana/Existe una corriente de pensamiento en el ámbito de la oposición cubana que le atribuye una perversa intencionalidad a la dictadura en lo que se refiere a la escasez de alimentos y medicinas, las deficiencias del transporte público y, desde luego, los apagones.
De manera que, según esta forma de analizar la actual situación, en medio del tercer apagonazo nacional, todas las penurias que padecemos no se deben a la ineficiencia de los que ocupan cargos en el Gobierno, sino a un plan fríamente calculado para someter al pueblo y mantenerlo ocupado en las colas y otras estrategias de sobrevivencia que le impidan meterse en política.
Algo se altera en un humano adulto con la responsabilidad de mantener a su familia (que puede reducirse a él mismo), cuando tiene que modificar el ritmo de su vida, eso que los conocedores llaman “los ritmos circadianos” controlados desde el encéfalo, para poder cumplir con los deberes elementales de la vida cotidiana, entiéndase, adquirir los alimentos, mantenerlos a salvo y procesarlos a tiempo. Súmense a eso las labores de mantenimiento y limpieza en el hogar.
Basta con mencionar la titánica tarea de garantizar la merienda que llevan los niños a la escuela, lavar los pañales de un bebé, o mantener la higiene de un anciano encamado.
Algo se altera en un humano adulto con la responsabilidad de mantener a su familia
Para cada una de esas tareas, los humanos adultos cubanos tienen que tener en cuenta aspectos tan sustanciales como el parte diario de la Unión Eléctrica con el que uno se entera de la capacidad y los déficits de la generación de electricidad y de a cuáles zonas de la ciudad les tocará una interrupción del servicio y a qué hora. Se tiene que ser ducho en la materia de por cuál municipio anda la distribución de huevos, de arroz, azúcar o detergente y si llegó algo por el camino de la donación.
Para sobrevivir hay que acostumbrarse, y en la costumbre está implícita la domesticación. Levantarse más temprano, renunciar a visitar amigos, usar cada prenda de vestir más veces para ahorrar tiempo, detergente, agua, electricidad. Y sobre todo, tener que aplicar una permanente autoterapia para reducir la ira que nos produce la sumatoria de las carencias.
Sí, esa ira que lo mismo puede conducir a la cárcel o al infarto.
Así que, aunque no comparto la hipótesis de la intencionalidad, tengo que admitir que a ellos les conviene toda esta enrarecida cotidianeidad que nos mantiene ocupados en la sobrevivencia y alejados de la búsqueda de las definitivas soluciones.