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Además de necesaria, una nueva revolución es ineludible en Cuba

Una verdadera revolución debe ser radical, y radical es ir a las raíces del mal: suprimir monopolios como Acopio y Gaesa

Personas protestando el 11 de julio de 2021 en La Habana / 14ymedio
Ariel Hidalgo

15 de septiembre 2024 - 16:25

Miami/La hecatombe de los años 80 en Europa del Este, cuando varios de los regímenes comunistas implosionaron, se debió a un germen degenerativo presente en la propia naturaleza de ese modelo económico desde sus mismos orígenes: la contradicción interna entre propiedad estatal y la apropiación privada de una burocracia incontrolable sin verdadero interés productivo. La misma contradicción dio lugar a que otros tuvieron que implementar elementos capitalistas, como China y Vietnam. En los casos de Cuba y Corea del Norte, sobrevivieron a pesar de profundas crisis. 

Hasta entonces, con el control absoluto de los medios de difusión, esos regímenes poseían el monopolio de la información. Lo que llegaba al conocimiento del pueblo era solo lo que convenía a esos regímenes. Por eso en Cuba se perseguían las antenas parabólicas artesanales que la población usaba con el fin de ver canales televisivos de otras tierras. 

Pero cuando la era de la sociedad informática comenzó a llegar al mundo, entre fines del siglo XX y principios del XXI, enfrentaron un nuevo desafío. 

Con el control absoluto de los medios de difusión, los regímenes poseían el monopolio de la información

Esto último no solo afectó a los regímenes comunistas, sino también a muchos países donde existía el capitalismo, porque la comunicación de toda la población a través de móviles que, con las funciones de escribir textos, tomar fotos y videos sobre cualquier atropello y enviarlos al instante desde cualquier lugar a todas partes a través de las redes sociales, puede generar corrientes de opinión que mueven a la ciudadanía a actitudes colectivas para repercutir en toda la nación, muchas veces mediante protestas masivas, como ocurrió en varios países árabes y en Latinoamérica. En Egipto derrumbó a una dictadura vitalicia, en Bolivia a un presidente autocrático y hasta en Puerto Rico a un gobernador indeseable. En varios países fueron violentas, como en Ecuador, Colombia y Chile.

Pero en el caso de los regímenes comunistas que habían logrado mantenerse en pie, fue peor, porque las nuevas tecnologías no iban acordes con las estructuras centralizadas de esas sociedades, un tipo de contradicción, señalada por el propio Marx de manera general, entre “relaciones de producción” (en este caso, las estructuras totalitarias) y “desarrollo de las fuerzas productivas” (en este caso la tecnología de las computadoras personales, móviles e internet). Incluso hizo la predicción de que las primeras —esas “relaciones”— se convertirían en un freno para las segundas (esas “fuerzas productivas”). Y así fue. Esos Gobiernos, tanto en Cuba como en Corea del Norte, trataban de poner trabas a su propagación entre la población. La dirigencia cubana se percató tempranamente del carácter eminentemente subversivo de aquellas invenciones, por lo que se convirtió en un freno frente a ese desarrollo e implantó lo que se conoció como “intranet”, mediante el cual el acceso a internet se restringía solo a lo que se transmitía dentro del país, y el acceso a las nuevas tecnologías estaba reducida a un número limitado de la población, particularmente al sector de la salud. 

La dirigencia cubana se percató tempranamente del carácter eminentemente subversivo de aquellas invenciones

La segunda predicción de Marx aún no se ha cumplido: que ese enfrentamiento entre ambos factores llegaría a un punto en que generaría un proceso revolucionario para poner fin a esas relaciones de producción. Pero como esos dirigentes solo usan el marxismo como pretexto para acaparar todas las riquezas del país, de lo que no se percatan es de que sus días en el poder están contados. 

No obstante, como ese proceso de la informática no se podía detener, porque no se podía vivir de espaldas al mundo, en 2018 tuvo que abrirse más, aunque tímidamente, a una mayor parte de la población. Esto posibilitó que un número creciente de personas montara sus propios blogs donde publicaban artículos que muchos lectores no solo leían, sino que respondían con sus opiniones, incluso ya mucho antes había surgido este periódico digital. El régimen totalitario definitivamente, había perdido el monopolio de la información.

Una toma de conciencia sobre la realidad en que vivían los cubanos ya la había en las primeras dos décadas del siglo XXI en la mayor parte de la población, aunque oculta por el velo de la doble moral. Ya casi nadie creía en un futuro prometedor bajo ese sistema en que vivían, aunque no se hablara abiertamente, pero excepto una pequeña minoría, la única esperanza de liberación era solo individual, la salida del país. Sin embargo, ese intercambio de ideas a través de blogs y redes sociales fue generando una voluntad de cambio. Y al año siguiente se hizo patente cuando en el referendo constitucional, pese a tantas irregularidades y del miedo sembrado en la gente, el poder tuvo que reconocer, aunque veladamente, que casi la tercera parte de la población con derecho al voto se había rehusado a votar afirmativamente.

Entre 2020 y 2021 se produjeron, sobre todo en La Habana, diversos actos de protesta, como sentadas frente a oficinas gubernamentales en inconformidad con un decreto de restricción a las manifestaciones artísticas, huelgas de hambre con la solidaridad de mucha gente, respaldos de la gente del pueblo a personas víctimas de atropello policiaco y hasta una huelga laboral de choferes.

Ese intercambio de ideas a través de blogs y redes sociales fue generando una voluntad de cambio

Tras la caída del campo socialista, dos estudiosos de esas experiencias, Alfred Stepan y Juan Linz, publicaron el libro Problemas de la Transición Democrática y la Consolidación, y llegaron a la conclusión de que “la vía más probable que desemboca en el colapso” de este tipo de regímenes es “un levantamiento de masas”. O sea, no es por medios violentos como la insurrección armada, sabotajes o atentados que, por cierto, fracasaron en Cuba reiteradamente, y en Europa del Este. Incluso, en El Libro de la Liberación dedicó un capítulo, El caso violento de una falsa transición, para demostrar que ni siquiera Rumanía, que a menudo se presenta como una excepción, cambió por vías violentas, ya que lo que se produjo en ese país en 1989 no fue la caída del comunismo, sino un golpe palaciego llevado a cabo por una facción del Partido Comunista, el cual cambió su nombre por el de Frente de Salvación Nacional y se mantuvo en el poder bajo el control de un viejo comunista, Ion Illiescu, cinco veces más represivo que Ceausescu si comparamos los números de víctimas mortales por la represión de opositores. Solo gracias a las multitudinarias manifestaciones pacíficas convocadas por los estudiantes, unidas a las presiones internacionales, Illiescu se vio forzado, en 1996, a convocar elecciones libres que perdió frente a una coalición de partidos opositores. 

En Cuba las manifestaciones del 11 de julio de 2021 estremecieron las bases del poder. Aunque aquellas protestas y otras posteriores fueron reprimidas brutalmente y más de mil manifestantes fueron encarcelados y condenados a altas condenas, esos hechos marcaron un camino: las concentraciones pacíficas multitudinarias del pueblo. Fueron decenas de miles los manifestantes en casi todo el país. ¿Qué harán cuando sean cientos de miles?

Las contradicciones que las provocaron, lejos de resolverse, se han agudizado aún más. Aunque la palabra que más se escuchaba en esas protestas era el de libertad, existía un trasfondo económico y social: la escasez de alimentos y medicamentos en medio de una pandemia, los cortes del fluido eléctrico, la crisis habitacional y de transporte y otras carencias.

¿Qué había provocado esa situación tan calamitosa? 

Algunas agencias de noticias lo atribuían a la política de embargo económico de Estados Unidos sobre Cuba, una excusa que aprovechaban siempre los dirigentes cubanos para encubrir la verdadera realidad: la pésima gestión económica de estos dirigentes y, sobre todo, un sector burocrático ineficiente y corrupto. 

De esa descentralización salió el grupo militar Gaesa, y las cosas fueron de mal en peor

Con el 70% de las tierras en manos del Estado y todos los pequeños productores agrarios obligados a vender la mayor parte de sus productos a un monopolio estatal encargado de fijar los precios; con el costo elevado de las licencias de los cuentapropistas y altos impuestos, obligados, además a ajustarse a cumplir toda una serie de prohibiciones, por lo cual muchos de ellos optan por vender sus productos en el mercado negro, y un grupo de militares controlando un consorcio empresarial que acapara la mayor parte del presupuesto nacional, mientras que los servicios requeridos por la población quedaron prácticamente abandonados, ¿qué podía esperarse sino justamente lo que sucedió? 

La brutal represión tanto de la policía como de turbas progubernamentales armadas, que tuvo como resultado un muerto y varios heridos, dio lugar a otras protestas públicas de diferentes sectores de la sociedad, entre ellos, estudiantes, religiosos, masones e incluso intelectuales de izquierda que firmaron cartas solicitando la liberación de los encarcelados. 

No han faltado tampoco propuestas reformistas hacia la descentralización empresarial, pero no podemos concebirla cambiando el monopolio estatal por monopolios privados convertidos en mafias empresariales como se hizo en Rusia, lo cual empeoraría las cosas, porque es como soltar completamente las riendas de los burócratas responsables de todo el destrozo en que quedó el país. De esa descentralización salió el grupo militar Gaesa, y las cosas fueron de mal en peor.

Por el contrario. Una verdadera revolución debe ser radical, y radical es ir a las raíces del mal: suprimir monopolios como Acopio y Gaesa, y conceder la participación de los trabajadores en las administraciones y utilidades de las empresas estatales, repartir las tierras con derecho a vender sus frutos libremente a precio de mercado —“venturosa es la tierra donde cada hombre posee y cultiva un pedazo de terreno”, había dicho Martí en el siglo XIX—, y políticas más flexibles para el cuentapropismo. “No es rico un pueblo donde hay algunos hombres ricos, sino aquel donde cada uno tiene un poco de riqueza” (José Martí, Obras Completas, Editora Nacional, 1963-1964, tomo VII, pp. 124 y 134).

Esto es, las opciones no se limitan a un pasado de terratenientes y grandes corporaciones privadas por un lado y a un presente de monopolios estatales por el otro, sino que hay un futuro sin esos gigantes implacables, donde cada trabajador estaría empoderado para edificar su propio mundo.

La conclusión tras estas reflexiones es evidente: la nueva revolución que viene no solo es necesaria sino además ineludible.

Si la propia dirigencia no echa a andar esa revolución desde arriba —algo muy dudoso pues tendría que enfrentar a la clase burocrática cívico-militar que ellos mismos engendraron—, entonces el pueblo, desde abajo, desechará a esa dirigencia.

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