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Aislar a los enfermos en hospitales de campaña en África

Vírus del ébola. (CC)
Eloy A. González

15 de octubre 2014 - 07:15

Fort Worth (Texas)/Hay sospechas de que el virus del ébola o uno muy similar, el virus Marburgo, pudo haber entrado a Europa hace más de cuatro décadas. En 1967, un cargamento de chimpancés llegó a Europa desde Uganda. Su destino eran tres laboratorios de investigación europeos, dos en Alemania, en las ciudades de Fráncfort y de Marburgo, y otro en Belgrado, en la que por entonces era Yugoslavia, más allá del telón de acero.

Los investigadores manipularon aquellos animales sin tomar precauciones especiales. Días después, varios de ellos comenzaron a experimentar fiebre alta, malestar y dolor de cabeza.

Cuando pasó más tiempo, saltaron las alarmas al comprobarse que se trataba de una fiebre hemorrágica en la que se producían diarreas y vómitos con sangre. Murieron siete personas y se infectaron un total de 31. Se puso en cuarentena a los investigadores y se consiguió contener el brote. Se comprobó que se trataba de un nuevo virus y se descubrió que pertenecía al mismo orden que el del sarampión. Le dieron el nombre de virus Marburgo y se convirtió en el primer ejemplar de un peligroso grupo a los que llamaron Filovirus, por la forma alargada que presentaban.

Entre 1989 y 1996, macacos importados desde Filipinas e infectados con la cepa ébola Reston llegaron a EE UU y a Italia. Los monos murieron y seis de los encargados de estos animales en los EE UU dieron positivo al virus después que se contagiaron, pero ninguno murió. En Filipinas se ha reportado la infectación de cerdos por el virus y la trasmisión, al menos en un caso, del cerdo al ser humano.

En la actualidad se habla de unos 20.000 contagiados y cálculos conservadores cifran en 1,4 millones de enfermos para comienzo de 2015. ¿Dónde estarían estos enfermos?

El problema parece que se está escapando de las manos, pero no es así. Es un problema que puede afectar a grupos de países, extenderse a otros continentes y producir una dislocación de las sociedades más prósperas. Los costos para controlar la diseminación de esta enfermedad serían considerables y el empleo de personal calificado obliga a la cooperación entre las naciones y el adiestramiento contrarreloj del personal médico y paramédico para trabajar en el terreno en los países afectados del África occidental.

No hay otra solución que establecer de inmediato grandes hospitales de campaña separados de las ciudades. Si los pacientes siguen en sus casas y en las insuficientes facilidades hospitalarias que hay en estos países con sistemas de salud ya fallidos, son escasas las posibilidades de controlar la enfermedad. Hay que mantener una clara distinción entre los pacientes diagnosticados o confirmados y los contactos sintomáticos o no. Los pobladores no infectados y que no son contactos positivos o no, en observación médica, deben incorporarse a una amplia campaña de higienización que comprometa todas las ciudades y poblados.

Todo esto lo más pronto posible, antes de que comencemos a contar los muertos en nuestro países y vecindarios.

* Antes de salir al exilio en 1999, el autor trabajó 25 años en el Sistema Nacional de Salud Cubano y ejerció como médico especialista en oncología en el Hospital General Docente Julio Trigo López. Vive en Fort Worth, Texas.

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