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El autor dedica sus versos de esta semana a algunos de sus familiares a los que nunca sintió como tal

Imagen del autor, Alexis Romay, en su niñez. (Cortesía)
Alexis Romay

30 de diciembre 2022 - 09:48

Nueva Jersey/A racistas —de todos los géneros y las latitudes— que han defendido —¡y me han explicado!— la "Revolución" cubana

Tuve una novia en El Lido,

cuyo padre era un racista.

También era un comunista

y un jerarca del Partido,

que vivía convencido

de que el hermoso ideal

de la justicia social

no era aplicable a los negros...

Y jamás fueron mis suegros

ni él ni su esposa jovial.

Tuve una abuela paterna

que no fue familia mía.

La señora era una arpía

y una racista moderna.

He aquí mi condena eterna

a su crueldad infinita:

mi niñez se felicita

de que no crecí a su lado.

Apoyó el terror de Estado

del régimen sibarita.

Tuve un padre tan pendejo:

un mulato que pasaba

por blanco mientras pensaba,

al mirarse en el espejo,

que era un poeta complejo.

Hoy sólo habita en mi olvido.

Fue jerarca del Partido.

Fue más: ¡fue hasta embajador

de ese estado de terror!

Yo me quité su apellido.

No conocí a mis hermanas

—las de mi lado paterno—

hasta ya adulto. El infierno

también fue aquellas mañanas

de mirar por las ventanas

una ciudad que era mía,

pero que la Policía

me quería arrebatar.

Hoy me vuelvo a preguntar:

¿mi "padre" a qué le temía?

Tuve un padrastro brutal:

un teniente coronel,

otro matón de Fidel

y su hermano, el General.

Era rubio el animal.

Era miembro del Partido.

Su uniforme desteñido

tuvo estrellas, tuvo barras.

También fue un asno con garras

y un racista empedernido.

Ojos claros y un salario

de teniente coronel

tuvo mi padrastro cruel,

que era revolucionario

—o eso repetía a diario—

e hijo de la aristocracia,

de Camagüey: qué desgracia

haber crecido a su vera...

mas vino la primavera,

y vendrá la democracia.

Entre el odio y la constancia

del racismo y la doctrina

de esa cúpula asesina

que deploro en la distancia,

crecí en una disonancia

tan hipócrita y manida.

Tengo una cosa aprendida

entre el sueño y la vigilia:

la sangre no es la familia.

No hay patria donde no hay vida.

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