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Alianza con el pueblo, no con el capital extranjero

"Puente", de la artista cubana Sandra Ramos
Pedro Campos

30 de junio 2015 - 11:56

La Habana/El Gobierno ha reconocido que el país está al borde del abismo pero no ha querido enfrentar la crítica al "socialismo de Estado", por lo que no ha podido admitir su fracaso ni identificar sus causas, lo que le hubiera permitido encontrar un camino posible hacia una verdadera rectificación. Quienes crearon el problema no parecen dispuestos a pensar y actuar de otra manera.

De ahí que la "actualización del modelo económico" no pase de un intento de reconstruir lo inviable, cuando lo que demanda la realidad, la gran mayoría de la población y una buena parte de los estudiosos de las ciencias sociales y económicas es un cambio de esencia en el sistema centralizado política y económicamente.

Hace años, sustentados en el análisis histórico de los fracasos "socialistas-estatales", nosotros los socialistas democráticos hemos venido advirtiendo que el Gobierno tiene dos salidas: establecer una alianza con el capital extranjero para prolongar la explotación de sus asalariados y el poder de la burocracia, o aliarse al pueblo democratizando la política y socializando la economía.

El acercamiento entre los Gobiernos de EE UU y Cuba, cuando el negocio militar clama por ingresos e inversiones extranjeras para que le saquen las castañas del fuego, le facilita la alianza con el capital internacional, algo de lo que no es responsable principal el vecino del norte: ni del desastre del "socialismo" cubano, ni de lo que venga después.

De ese desastre sí son responsables primordiales el capitalismo monopolista de Estado impuesto en Cuba en nombre del socialismo y su cabeza, la cúpula gobernante, opuesta siempre al empoderamiento del pueblo. Raúl Castro dijo que había que cambiar la mentalidad, pero no dijo que había que cambiar modelo y gobernantes.

El camino que trata de imponernos el Estado militar de mano del desarrollismo capitalista es el que nos puede conducir a una anexión virtual al vecino del Norte

Con la "actualización", la burocracia ha escogido como salida de la crisis mantener las empresas estatales como eje de la economía, asistidas por la inversión extranjera. Al tiempo, rechaza la alianza con el pueblo, al poner infinitas trabas al cuentapropismo auténtico y amplio y al cooperativismo independiente, al oponerse plenamente a formas de autogestión empresarial bajo control obrero en las compañías estatales. Y, especialmente, al obstaculizar la democratización del sistema político y los presupuestos participativos a todos los niveles.

Ha decidido normalizar sus relaciones con EE UU e, incluso, discutir los problemas de violaciones de derechos humanos del pueblo cubano con el imperio vecino –algo insólito–, pero rechaza toda conversación, encuentro o diálogo con la oposición y hasta con la propia izquierda democrática surgida del proceso revolucionario.

Sin saberlo, este camino que trata de imponernos el Estado militar de mano del desarrollismo capitalista, a partir de las inversiones extranjeras en sus empresas, especialmente de EE UU, es el que nos puede conducir a una anexión virtual (económica y geopolítica) al vecino del Norte.

El problema no sería la inversión extranjera misma, sino el bajo nivel de socialización de la producción en el que aterrizaría, impactando carencias de todo tipo y una economía de empresas estatales, muchas en quiebra, que terminaría asimilada por el capital externo, a lo que se presta la burocracia a cambio de compras, coimas, prebendas y de convertirse en nuevos capitalistas.

De crearse condiciones (levantamiento del bloqueo-embargo y eliminación de absurdas regulaciones internas) que estimulen amplias posibilidades de inversión, los del Norte no dudarían en correr todos los riesgos posibles: bobos no son...

La posesión de antiguas tierras, fábricas, empresas e instalaciones norteamericanas le permitiría a la burocracia militar que gobierna, urgida de capitales, negociar la devolución o venta total o parcial de aquellas propiedades como parte del proceso de ¨normalización¨, donde unos y otros van a presentar facturas de daños.

La “propiedad de todo el pueblo” es la pantalla de la burocracia para disponer de ella a su antojo

El pueblo, al que presentan hechos consumados, no va a protestar porque a él no le están quitando nada. La "propiedad de todo el pueblo" es la pantalla de la burocracia para disponer de ella a su antojo. La gente siente que sus esperanzas y su tiempo han sido diezmados por el estatismo asalariado. Desearán muchos trabajadores, como la empleada de una tienda en divisas, "que vengan los yumas, que pagan mejor y respetan al trabajador". Es el pensamiento lógico del asalariado estatal, impedido de vender su fuerza de trabajo al mejor postor, sin sentido de pertenencia alguno, porque nunca ha sido dueño de nada y el "socialismo de Estado" lo único que ha hecho es educarlo y mantenerlo sano para explotarlo más.

La burocracia, que concentró la propiedad, mantuvo el trabajo asalariado y cortó toda socialización y con ello las bases principales del desarrollo endógeno, para mantener sus prebendas y poder, ha reventado a la fuerza de trabajo, a los medios de producción y a la naturaleza, sin cuidarlos ni reproducirlos, al tiempo que ha hipotecado el presente y el futuro con deudas, cargadas al pueblo.

Por eso la gente no quiere trabajar, muchos jóvenes no quieren estudiar, el campo se llenó de marabú y cientos de fábricas están en ruinas, cerradas o convertidas en chatarra, como hicieron con ingenios azucareros, las flotas mercante y pesquera, fabricas de cervezas, zapatos o refrescos,, y La Habana... desastrada.

Es la causa de que muchos asalariados de las empresas estatales añoren el pasado y el regreso de los antiguos dueños. Los asalariados cubanos del estado-militar saben que los asalariados cubanos de Miami viven mejor. Algo parecido derribó el Estrecho, digo, el Muro de Berlín.

Debido a ello la ¨clase obrera¨ en ningún país ¨socialista¨ enfrentó la restauración capitalista privada ni la avalancha del capital extranjero. Y es así también como "nuestro Estado socialista", sin proponérselo, ha ido creando las bases para un regreso al capitalismo privado y a una especie de anexión virtual (económica y geopolítica). La real parece impracticable, dadas las complicaciones de todo tipo que traería para los implicados y la región.

La otra opción, la alianza del Gobierno con el pueblo y los trabajadores, haría que el Estado fuera menos Estado y más pueblo. Esto implicaría una salida democrática a la crisis actual, un arreglo, una negociación, un nuevo consenso social con participación de todas las tendencias políticas y fuerzas sociales del país, de dentro y de fuera, incluidas las partidarias del cambio en el mismo seno del Gobierno-partido-Estado, que permita a todos participar activamente en las decisiones y en la reconstrucción de una economía ampliamente socializada, en la que tengan cabida todas las formas de producción y el acceso al desarrollo no sea privativo de élites estatales o pudientes.

Los asalariados cubanos del estado-militar saben que los asalariados cubanos de Miami viven mejor. Algo parecido derribó el Estrecho, digo, el Muro de Berlín

Dilaciones, pausas y zigzags profundizan conflictos y complican soluciones. Se puede andar despacio por mal camino y rápido por el bueno. El problema no es la velocidad, sino camino.

Con participación efectiva, real y directa de los ciudadanos en todas las decisiones importantes, ningún burócrata podría entregar, vender, hipotecar o dilapidar el patrimonio de la nación.

Distinto sería si la economía estuviera ampliamente socializada: el capital extranjero caería en ese tejido empresarial de todo tipo y tamaño, y aunque reciba amplias posibilidades para invertir, más que servirse de una economía desastrada, centralizada y burocratizada, urgida de préstamos e inversiones extranjeras, tendría que tributar al desarrollo de ese entramado social y luchar para ganarse nichos económicos, en lugar de que se lo facilite el grupo que todo decide.

Pero alcanzar esa sociedad democratizada y socializada implica dejar atrás los odios, las discriminaciones, los revanchismos, las exclusiones y los sectarismos de todo tipo y entender que Cuba, por encima de figuras, partidos y razones, es el pueblo de la Isla y de la diáspora, cuyos derechos y diferencias deben ser respetados por todos.

Es hora ya de que todos los cubanos de allá y de acá, de todas las tendencias políticas, nos sentemos a conversar y logremos un clima de confianza que nos permita llegar a acuerdos, aunque tengamos muchas diferencias. Mientras los extremos predominen, esa sociedad democratizada y socializada, libre, seguirá distante; pero más cerca, la maduración de la fruta.

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