La amenaza autoritaria de Donald Trump

Las democracias liberales pueden tomar formas diferentes, pero todas requieren que los individuos puedan vivir sin miedo al Gobierno

Los autócratas contemporáneos prefieren manipular antes que abolir elecciones.
Los autócratas contemporáneos prefieren manipular antes que abolir elecciones. / EFE
Karel J. Leyva

01 de marzo 2025 - 13:29

Montreal (Canadá)/Cuando pensamos en la imposición de un régimen autoritario, la imagen que suele venir a la mente es la de un ejército tomando el poder, líderes derrocados y libertades suspendidas de inmediato. Sin embargo, en el mundo actual, el autoritarismo se impone cada vez menos de manera abrupta. El estilo preferido de los líderes autocráticos es el de erosionar gradualmente las instituciones democráticas. Esto les permite concentrar cada vez más poder, mientras mantienen una fachada democrática.

Como lo muestran los politólogos de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro How Democracies Die, los autócratas contemporáneos prefieren manipular antes que abolir elecciones, controlar los parlamentos antes que cerrarlos, favorecer la prensa que los apoya mientras silencian a la que los denuncia. La politóloga de Oxford Nancy Bermeo califica este fenómeno de “golpes autocráticos", para marcar la diferencia con los tradicionales “golpes de Estado”

La evidencia está en todas partes. Viktor Orbán (el mismo a quien Trump señaló orgullosamente como ejemplo del apoyo que tiene entre líderes extranjeros, elogiándolo como “uno de los hombres más respetados” y celebrando su inteligencia) ha convertido a Hungría en un régimen autocrático en toda regla. Erdoğan ha manipulado elecciones, purgado instituciones y encarcelado periodistas en Turquía. Vladímir Putin, el gran envenenador, ha aguijoneado a la oposición en Rusia, de todas las formas imaginables, sin dejar de realizar elecciones. Chávez y Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua, Duterte en Filipinas, Modi en India y Bukele (el “dictador más guay”) en El Salvador han empleado tácticas similares: captura del poder judicial, presión y hostigamiento a periodistas, mecanismos de vigilancia ilegal, y persecución de críticos. Independientemente de las técnicas que escoja cada uno (unos envenenan, otros encarcelan o exilian), el resultado siempre es el mismo: un debilitamiento gradual de la democracia y un Estado dócil al servicio de un solo hombre, o de una élite política.

Donald Trump ha mostrado tendencias que se alinean con varias de las tácticas utilizadas por estos líderes autoritarios

Donald Trump ha mostrado tendencias que se alinean con varias de las tácticas utilizadas por estos líderes autoritarios, aunque en un contexto donde las instituciones son incomparablemente más fuertes y hasta ahora han ofrecido resistencia. Como Maduro tras las parlamentarias de 2015, Trump ha intentado socavar la legitimidad de los procesos electorales. Su negativa a aceptar la derrota en 2020, su insistencia en un fraude electoral sin pruebas y su intento de revertir los resultados reflejan tácticas de manipulación política. A esto se suma su rol central en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, un ataque directo y sin precedentes al corazón de la democracia estadounidense. Más recientemente, en julio de 2024, durante un mitin en Florida, Trump declaró que, si era reelegido, en cuatro años, no habría necesidad de votar de nuevo: “Lo habremos arreglado tan bien que no será necesario que voten”, dijo a una multitud de cristianos. ¿Recuerdan el “¿elecciones para qué?” del dictador Fidel Castro? Pues, eso. 

Trump no solo ha expresado su intención de utilizar el aparato estatal para castigar a sus críticos, sino que ha comenzado a hacerlo. En sus primeros días en el cargo, ha usado su poder como comandante en jefe para atacar a sus enemigos dentro y fuera del Gobierno. Ha anunciado la reestructuración del consejo del Kennedy Center, nombrándose a sí mismo como presidente de la junta, con el propósito de reconfigurar el ámbito cultural y las políticas de seguridad conforme a su agenda. 

En un intento por controlar la memoria institucional y la transparencia gubernamental, Trump destituyó al archivista nacional, una figura tradicionalmente apartidista, debilitando así la supervisión institucional y facilitando la consolidación de su poder sin rendir cuentas. Por el momento, es su secretario de Estado, Marco Rubio, quien asume la posición, mientras que el guardián del legado del ex presidente republicano Nixon, Jim Byron, ha sido nombrado Senior Advisor en los Archivos Nacionales. Este cargo le otorga un rol en la gestión y supervisión de documentos históricos y gubernamentales, lo que ha generado preocupaciones sobre posibles intervenciones en su preservación y acceso público.

Y no solo eso, Trump ha prometido utilizar el Departamento de Justicia contra sus oponentes, algo característico en dictadores como Chávez, Maduro y Ortega. Ha expresado su deseo de procesar a críticos y opositores, incluidos periodistas y miembros del deep state. Como Duterte o Modi, Trump ha utilizado una retórica agresiva y polarizadora, presentándose como el defensor del "pueblo verdadero" contra élites corruptas, inmigrantes y opositores políticos.

Trump ha prometido utilizar el Departamento de Justicia contra sus oponentes, algo característico en dictadores como Chávez, Maduro y Ortega

¿Y qué decir de su actitud hacia la prensa, pilar constitutivo de toda democracia? Pues que Trump ha intentado socavar su credibilidad, llamándola “enemiga del pueblo” y mientras celebra solo medios que le adulan. Es poco probable que consiga el control de la prensa como Orbán o Putin, pero como ellos ha alentado la desinformación y la polarización mediática. Baste pensar que durante su primera presidencia Donald Trump hizo más de 30.500 afirmaciones falsas o engañosas, según el análisis del Fact Checker del Washington Post. Recientemente, ha vetado a la agencia de noticias Associated Press (AP) de sus conferencias de prensa y del acceso al Despacho Oval y al Air Force One. 

Y no solo eso: acaba de asumir el control directo del grupo de prensa que cubre al presidente, desplazando a la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca. En otras palabras, ahora podrá seleccionar qué periodistas tienen acceso y cuáles no. Esto, obviamente, ha encendido las alarmas en cuanto a la libertad de prensa y refleja un patrón habitual en los líderes autoritarios: silenciar y castigar a la prensa que los critica. Para decirlo de otro modo, solo los medios que respalden su narrativa podrán hacer preguntas o informar desde la Casa Blanca.

Su estrategia de control mediático ha sido documentada por Maria Marron en Misogyny and Media in the Age of Trump. El libro demuestra que Trump ha seguido el mismo patrón de los autócratas modernos: desacreditar la información veraz mientras inunda el espacio público con propaganda. Su presencia en redes sociales y su uso de discursos incendiarios han permitido la radicalización de su base. La política pareciera reducirse a la lealtad incondicional a su figura. Solo los líderes autoritarios convierten la lealtad en un requisito absoluto.

Nada de esto debería sorprender. A fin de cuentas, estudios en ciencias políticas han mostrado el perfil autoritario de Donald Trump, así como el de muchos de sus votantes blancos. Por solo mencionar un ejemplo, un estudio realizado por Jonathan Knuckey y Komysha Hassan mostró que el autoritarismo fue un factor determinante en el apoyo a Trump durante la elección presidencial de 2016. Utilizando datos del American National Election Studies, los autores encontraron que los votantes blancos con tendencias autoritarias fueron significativamente más propensos a respaldarlo, independientemente de su nivel educativo. El artículo concluye que la campaña de Trump no solo activó el autoritarismo como un criterio clave en la decisión de voto, sino que lo hizo como ninguna otra campaña que haya sido estudiada. 

Ahora bien, si algo comparten incondicionalmente los líderes autoritarios es el uso del miedo como arma política, algo visceralmente antitético a la democracia liberal. Las democracias liberales pueden tomar formas diferentes, pero todas requieren que los individuos puedan vivir sin miedo al Gobierno. Es precisamente el miedo lo que ha permitido a dictaduras como la cubana vulnerar derechos, destruir la dignidad de los ciudadanos, dividirlos entre leales y enemigos e incluso condenarlos a la miseria. El miedo paraliza, desmoraliza, ultraja.

i algo comparten incondicionalmente los líderes autoritarios es el uso del miedo como arma política, algo visceralmente antitético a la democracia liberal

Lo cierto es que muchos latinos que votaron por Trump ahora no solo se arrepienten, sino que viven en permanente estado de terror. Sus familiares corren el riesgo de ser víctimas de redadas, deportaciones aceleradas e incluso confinamiento en Guantánamo sin debido proceso, medidas que recuerdan más a regímenes totalitarios que a democracias liberales. Viven con miedo de salir a la calle, de ir a los mercados o de trabajar en los campos de fresa. Nótese que la retórica antiinmigrante de Trump, que criminaliza a los latinos, tiene consecuencias directas en la percepción de la comunidad latina por parte de los llamados "verdaderos americanos". Aquellos con instintos nativistas no saben si la persona que tienen delante tiene o no papeles, por lo que la discriminan o acosan por igual.

Además, una parte de su electorado latino ha sido afectada con la eliminación del parole humanitario, que permitía la reunificación con sus familiares a los que este permiso les brindaba una oportunidad para escapar de los regímenes totalitarios. No son pocos los que temen por su suerte. Y esto, para no hablar del miedo que tienen algunos de expresarse públicamente contra Trump, e incluso que se sienten impulsados a alabarlo, para evitar las críticas de los fanáticos que antes aplaudían a Fidel Castro y ahora aplauden a Trump, sin importar cuanto daño y sufrimiento resulten del narcisismo y la megalomanía de ambos.   

Pero el miedo no afecta solo a los inmigrantes. La comunidad científica norteamericana ha sido atacada con recortes de fondos y censura. Sintiéndose ansiosos y angustiados, una parte de ella ha comenzado a pedir ayuda a sus colegas canadienses. Clínicas y centros de salud comunitarios han cerrado y programas educativos esenciales han sido desfinanciados. Empleados federales describen un clima de “miedo” y “caos” mientras enfrentan una avalancha de órdenes ejecutivas de Donald Trump y amenazas a sus empleos por parte de la Oficina de Gestión de Personal, ahora controlada por el multimillonario Elon Musk.

Como advierte The New York Times en su editorial Standing Up to Donald Trump’s Fear Tactics, Trump ha utilizado el miedo como herramienta para intimidar a opositores y disuadir la resistencia en el Congreso, el poder judicial, el sector empresarial, la educación superior y los medios de comunicación. Su objetivo es hacer que el costo de desafiarlo sea intolerable y reducir así los límites a su poder. ¿No es esta, después de todo, la aspiración de todo líder autoritario?

La cuestión no es si Trump intentará consolidar su poder, sino si las instituciones democráticas serán capaces de resistir ante su avance

Muchos estadounidenses, habituados a vivir en un sistema en el que, sin importar el partido en el poder, siempre se sentían exentos de ese miedo tan característico de las dictaduras, ya no se sienten a salvo. La cuestión no es si Trump intentará consolidar su poder mediante estrategias autoritarias, sino si las instituciones democráticas de Estados Unidos serán capaces de resistir ante su avance.

Y es que, como sucede en aquella pared del granero en Rebelión en la granja, las reglas podrían continuar cambiando poco a poco, hasta que, cuando los ciudadanos finalmente se den cuenta, la democracia que creían proteger habrá desaparecido y MAGA sea para entonces el acrónimo de Make Authoritarianism Great Again.

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