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América Latina ante el espejo del ‘Brexit’

Manifestación en Paraná contra los gastos de la Cumbre de Mercosur en 2014. (Análisis Digital)
Yoani Sánchez

22 de junio 2016 - 09:17

La Habana/La ruptura solo puede ser posible si una vez hubo acuerdo, relación o amor. A los ojos de América Latina, el Brexit aparece como la historia de una amiga madura envuelta en el áspero litigio de un divorcio, que provoca cierta envidia en quienes nunca han llegado a emparejarse. En este mundo, mientras unos organizan su salida de una alianza, otros añoran el maridaje de un acuerdo.

Cuando este jueves los británicos asistan al referéndum para decidir si Reino Unido se queda o se marcha de la Unión Europea, el mayor impacto que dejará ese resultado en América Latina debería ser la reflexión sobre las estructuras unitarias, su razón de ser y su fragilidad. En un continente donde en los últimos años han aparecido innumerables grupos, alianzas y consejos regionales, cada uno más inoperante que el otro, son inevitables las comparaciones.

Las decenas de entidades y coaliciones, cuyas siglas, logotipos y premisas nos rodean por todos lados en estas tierras latinoamericanas, contaron con pomposas cumbres inaugurales y fotos de familia repletas de jefes de Estado, pero en la práctica sirven muy poco en la vida real. Ni siquiera la libre movilidad de los ciudadanos dentro del espacio latinoamericano se ha alcanzado a plenitud, un tema que toma tintes de gravedad con los estrictos requisitos que necesitan cumplir los cubanos para visitar a los países vecinos.

La historia de esa comunidad política llamada Unión Europea, aún cuando esta semana una de sus partes elija separarse, es la del duro camino de la concertación, el periplo del diálogo con todos sus obstáculos y de la búsqueda de los puntos comunes. ¿Por qué no hemos logrado los latinoamericanos estrechar abrazos en nuestra zona, crear un marco legal afín que ofrezca mayores facilidades migratorias, de inversiones e intercambio para sus habitantes?

La razón de tanta desunión apunta al egoísmo de los ejecutivos y la poca visión de las cancillerías

Pocas zonas de este planeta muestran tantas similitudes lingüísticas, culturales e históricas como la comprendida entre el Río Bravo y la Patagonia. Estos parecidos hacen cada vez más incomprensible la fragmentación que en tanto órdenes exhibe el área, donde muchos gobiernos han preferido hacer sus "grupúsculos" basados más en afinidades ideológicas que en las responsabilidades contraídas con sus pueblos.

La razón de tanta desunión -contraria a los puntos comunes de nuestra identidad que funcionan como amalgama- apunta al egoísmo de los ejecutivos y la poca visión de las cancillerías.

La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), creada para emular a la Organización de los Estados Americanos (OEA) y dejar fuera a los "incómodos" Estados Unidos y Canadá, no pasa de las declaraciones simbólicas. En su última cita en Ecuador, el pasado enero, lo más "concreto" que se logró fue manifestar el apoyo de los Estados participantes al proceso de paz en Colombia y extender una felicitación al Gobierno de Juan Manuel Santos. Tras una larga organización y con la concurrencia de delegados de los 33 países miembros, el organismo intergubernamental no pasó de la parafernalia a los resultados y fue incapaz de asumir y proponer soluciones a los grandes retos del continente.

Algo peor ha resultado con la Alternativa Bolivariana para la América (Alba), insuflada por el temperamento de un político populista que creyó poder rediseñar su país y de paso definir los contornos al mapa de América Latina. Con la muerte del expresidente venezolano Hugo Chávez, a esa entidad regional, definida por la exclusión ideológica y la adhesión política a cambio de petróleo, le ha ocurrido lo que a un globo al que se pincha: se ha desinflado.

Las decenas de entidades y coaliciones de América Latina contaron con pomposas cumbres inaugurales y fotos de familia repletas de jefes de Estado, pero en la práctica sirven muy poco en la vida real

Hasta el Sistema de la Integración Centroamericana (Sica) demostró su inoperancia durante la crisis de migrantes cubanos que a finales de 2015 aumentó la temperatura política en la frontera entre Costa Rica y Nicaragua. La tensión por la decisión unilateral de Daniel Ortega de cerrar el paso a los cubanos ocasionó que el presidente costarricense, Luis Guillermo Solís, llegara a plantearse que "Costa Rica no puede participar en esas condiciones en un Sistema de Integración que ignora la solidaridad".

El Mercosur, la alianza que ha estado más cerca de lograr la libre circulación de productos, servicios y bienes entre sus Estados miembros, también se tambalea porque se volvió demasiado endogámica y muy dependiente del Palacio de Planalto, del que ha salido la presidenta Dilma Rousseff ‒uno de sus principales apoyos‒ hace pocas semanas y en medio de un proceso en el que se le acusa de maquillar el déficit presupuestal.

En medio de los escombros de tantos organismos fallidos y de tantas siglas condenadas al basurero de la historia, la Alianza del Pacífico, que integran Chile, México, Perú y Colombia, ha preferido "buscarse la vida por su cuenta" en una región donde los acuerdos duran lo que un merengue en la puerta de un colegio y los grupos tienen más de pandilla que de entidades funcionales.

Este jueves, cuando los británicos decidan irse o permanecer en la Unión Europea, al menos habrán conocido el sabor de la convivencia, el agridulce contraste que define a cada matrimonio. Nosotros, en América Latina, seguimos siendo los crónicos solteros que miran con envidia hacia el altar.

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