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La arrogancia del “perdón”

El papa Francisco I en el Parlamento Europeo el pasado mes de noviembre. (Flickr/CC)
Miriam Celaya

04 de septiembre 2015 - 09:56

La Habana/El papa Francisco acaba de dar un paso extraordinario: ha dispuesto que se otorgue el perdón de la Iglesia católica para las mujeres que hayan abortado durante el Año Santo (periodo comprendido entre el 8 de diciembre de 2015 y el 20 de diciembre de 2016), previo requisito de que estén sinceramente arrepentidas de ello. Se trata de una autorización temporal para que el clero ejercite el amor y la misericordia infinita de Dios.

Si tal decisión, que forma parte de la renovación de la Iglesia emprendida por Bergoglio desde su ascensión al trono papal, resultará transitoria o tomará un carácter más permanente, es algo que dirá el futuro. No obstante, hay que reconocer que el paso dado por el sumo pontífice es, cuando menos, audaz. No podía ser de otra forma si de verdad pretende llevar adelante un proceso que coloque a la Iglesia católica –esencialmente retrógrada– en camino de asimilar las dinámicas del siglo XXI, cuando las gazmoñerías de la escolástica religiosa van quedando relegadas ante las nuevas realidades que plantean verdaderos retos a los viejos esquemas morales, como este y otros temas polémicos, entre ellos el reconocimiento de los derechos de los homosexuales y del matrimonio gay.

Dos mil años de existencia exitosa sugieren que el catolicismo cuenta con recursos e inteligencia suficientes para adaptarse a los cambios

Dos mil años de existencia exitosa sugieren que el catolicismo cuenta con recursos e inteligencia suficientes para adaptarse a los cambios. De hecho, ninguna otra religión cuenta con una estructura política tan organizada que se haya erigido en Estado; y ciertamente, uno de los más antiguos de Europa. Esperemos que finalmente comience a transitar hacia este mundo globalizado sin mayores tropiezos.

Bien por Francisco, que ha elegido quebrar lanzas en cuestiones tan difíciles de conciliar como el derecho a la vida que pregonan los que condenan el aborto y el derecho de las mujeres a decidir sobre la maternidad y sobre su propio vientre, una conquista que defienden enfáticamente millones de mujeres y, en particular, los movimientos feministas de las sociedades occidentales.

Como suele ocurrir con temas controversiales, la disposición del papa está provocando reacciones diversas. No han faltado críticas a lo que algunos consideran una medida cosmética, frente a otros que celebran que por fin la Iglesia comience a adentrarse en cuestiones que son objeto de debate a nivel global y sobre las que no existe un consenso.

Las féminas somos mucho más que meros envases uterinos sobre los que decide la prepotencia masculina

Huelga decir, en justicia, que la Iglesia católica no podría hacer más. Sobre todo tratándose de una institución tan lastrada de atavismos machistas tales como el mito de la virginidad, el celibato, la prohibición de la ordenación femenina para la dirección del culto como sacerdotisas, la subordinación de las monjas al clero masculino y otras prácticas igualmente discriminatorias. Pero lo que en este caso supone para la Iglesia una posición verdaderamente revolucionaria significa un retroceso a los efectos femeninos. ¿Qué poder político podría arrogarse el derecho a decidir sobre la maternidad?

En todo caso, el debate sobre el aborto compete en primerísimo lugar a las mujeres, y deben ser ellas quienes en última instancia decidan sobre su cuerpo y las consecuencias que se deriven de su naturaleza como receptáculos para la reproducción de la vida humana. Las féminas somos mucho más que meros envases uterinos sobre los que decide la prepotencia masculina. Se agradece, entonces, la disposición al "perdón" por la acartonada Iglesia católica, pero sería preciso antes establecer la "culpa". No queda muy claro cómo podrían discernir sobre este particular los señores de la Iglesia, tan alejados de cuestiones sexuales y procreación de hijos en su mundo célibe. A propósito, quizás el fin del celibato sería un buen punto para una actualización de la Iglesia católica.

Mientras, el misericordioso perdón eclesial será apenas un buen gesto para las fieles que se someten a sí mismas al castigo y al remordimiento por haber tenido alguna vez la capacidad de disponer sobre su fertilidad. Tendrá también, sobre todo, un valor simbólico como punto de ruptura con los viejos dogmas. No más.

La sola palabra “perdón” encierra un mundo de arrogancia bajo un manto de aparente generosidad

No se trata de que el aborto, legal o no, sea bueno. Las medidas radicales nunca lo son. Pero es innegable que la libertad femenina para elegir sobre la maternidad sí lo es, así como decidir la interrupción de un embarazo no deseado en condiciones seguras y con la mayor garantía para su propia vida. Ello ha costado siglos de luchas e incontables muertes de mujeres en clínicas clandestinas, o como consecuencia de una mala práctica, muchas veces realizada sin los mínimos requerimientos higiénico-sanitarios. Porque siempre ha habido y habrá mujeres que, por razones cuya enumeración sería extensa, optan por el aborto en determinadas circunstancias que no corresponde a nadie más que a ellas juzgar.

Creo que la sola palabra "perdón" encierra un mundo de arrogancia bajo un manto de aparente generosidad. El perdón presupone la existencia de algún ente moralmente superior con pleno derecho a calificar las actuaciones y vidas de otros y tan ensoberbecido en su propio narcisismo que se atribuye la virtud de absolver los supuestos pecados ajenos. Si en verdad existiera un Dios en el cielo, debería castigar tamaña vanidad.

Aunque, pensándolo bien, seamos generosas las mujeres con la Iglesia católica. Agradezcámosle las buenas intenciones de haber tenido por primera vez en siglos la delicadeza de dirigir hacia nosotras sus ojos, habitualmente enfocados en las alturas –incluidas las sacras y las mundanas–, y aquellas que tengan fe en Dios recen, recen mucho para salvar las almas de aquellos hombres que, con o sin sotanas, siguen utilizando nuestra condición de hembras fértiles para hacer política. Amén.

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