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Asistencia social o los errores de Fabiola

Solicitar la exigua ayuda a pacientes terminales puede suponer consecuencias no deseadas

Fabiloa decidió hacer uso de los sistemas de atención a mayores que existen en La Habana. (Orden de Malta)
Miriam Celaya

20 de febrero 2018 - 12:39

La Habana/Quizás por exceso de optimismo o por un impulso de buena fe, una mañana de octubre de 2017 Fabiola acudió con un certificado médico al departamento de asistencia social del policlínico Van Troi, en el municipio de Centro Habana, para inscribir a su madre –anciana octogenaria con demencia senil y postrada en cama– a fin de recibir el apoyo que, según proclaman las autoridades cubanas, se destina a estos pacientes terminales. Tomar aquella decisión fue su primer error.

Semanas antes, una doctora de esa propia institución de salud le había recomendado hacer dicha gestión, teniendo en cuenta que se trataba de "un derecho que le correspondía a la anciana, viuda y pensionada", y que podría ayudar a la propia Fabiola a paliar en alguna medida el elevado gasto en pañales desechables en el mercado minorista al que la obliga la severa incontinencia de su madre.

La solicitud podría ayudar a la propia Fabiola a paliar en alguna medida el elevado gasto en pañales desechables en el mercado minorista al que la obliga la severa incontinencia de su madre

Fue precisamente esta posibilidad lo que decidió a Fabiola a hacer el trámite de marras conocedora de que, con independencia del alto costo de los pañales para adultos, en el mercado suelen producirse crisis cíclicas de desabastecimiento de tan imprescindible producto. Sabía también que en el vecino municipio de La Habana Vieja funciona regularmente un sistema de atención a la tercera edad, introducido por el Historiador de la Ciudad, en virtud del cual se distribuyen los codiciados pañales destinados a los ancianos postrados residentes de ese municipio, previa certificación médica debidamente acreditada.

Todo esto se cumple, claro está, "en dependencia de las disponibilidades", un pretexto acuñado por algún astuto funcionario y que resulta casi tan útil como "el bloqueo imperialista" ya que se puede aplicar cómodamente por las instituciones oficiales ante cualquier situación de carencia. No obstante, Fabiola pensó que el sistema de salud pública y en particular la asistencia social, por su carácter único y nacional, funcionaría del mismo modo en cada municipio, y decidió probar suerte en el suyo. Su segundo error fue, pues, atribuir a una institución oficial algún margen de eficacia y funcionalidad.

Casi cuatro meses después, a través de una llamada telefónica y tras confirmar exhaustivamente los datos personales de la paciente y de Fabiola –"cuidadora", tal como la etiquetaron–, una amable funcionaria de su policlínico le notificó que "ya le tocaba pasar a buscar el módulo" en el establecimiento correspondiente, al que debía acudir con el carné de identidad de "la beneficiada" para recibir la esperada ayuda.

El flamante módulo consistía en 12 jabones de lavar, un metro y medio de tela antiséptica para elaborar un tirante para la cama de la paciente, una pieza de un metro de hule y una toalla pequeña con escasa felpa. Nada de pañales. Ante su interpelación al respecto, la simpática empleada le explicó que "eso era lo que había". A fin de cuentas, puntualizó, "esto es gratis, algo es algo". Y le dijo también que podría acceder al mismo "módulo" cada seis meses, siempre y cuando presentara cada vez ante la oficina de servicios sociales el certificado médico que acreditara el estado de la paciente.

El flamante módulo consistía en 12 jabones de lavar, un metro y medio de tela antiséptica para elaborar un tirante para la cama de la paciente, una pieza de un metro de hule y una toalla pequeña con escasa felpa

Desinflado su efímero ejercicio de fe y una vez reconocido su injustificable desliz, Fabiola decidió cerrar aquel capítulo y olvidarse de ello. Seguiría como antes, resolviendo por sí misma todo lo necesario, atendiendo a su madre con los mismos galenos especialistas amigos suyos que visitan a la anciana en su domicilio, y –de ser necesario– apelando a sus familiares emigrados para conseguir alguna medicina o ayuda que precisara.

Pero creer que se saldría sin más de los controles del sistema fue el tercero y más ingenuo de sus errores. Porque cuando Fabiola –que por décadas se mantuvo al margen del sistema de salud gubernamental– cedió a la tentación de inscribir oficialmente "el caso" de su madre, no solo estaba atribuyendo credibilidad a una institución demostradamente ineficaz, sino que estaba atentando contra uno de sus bienes personales más preciados: su privacidad.

Resulta que el régimen sociopolítico cubano está diseñado precisamente para invadir la intimidad, para difuminar al individuo en "la masa" y para crear en la población ese humillante sentimiento de comuna o rebaño necesitado del amparo del Gobierno, lo cual favorece en primer lugar la asimilación aquiescente de los controles oficiales disfrazados de "protección a la población"–díganse invasiones de los espacios privados por fumigadores e inspectores so pretexto de eliminar vectores (que nunca se erradican), o visitas intempestivas y no solicitadas del médico o enfermera de la familia, entre otras intrusiones–, y colateralmente establece como norma social la vigilancia mutua, la promiscuidad, el igualitarismo ramplón, la envidia y los recelos entre vecinos, para todo lo cual existen las organizaciones de masas, las diferentes reuniones del mal llamado Poder Popular y todas las entelequias institucionales concebidas por Castro a lo largo de décadas de poder totalitario.

Ahora bien, desde que solicitó la "ayuda" de Asistencia Social, convirtiendo a su madre automáticamente en una estadística del sistema, Fabiola –quien es una rara avis cubana que no pertenece a ninguna organización política o de masas, no acude a las votaciones, no participa en reuniones barriales ni fiestas populares, no gusta de comadreos ni de confidencias personales, no se entromete en la vida ajena ni regala consejos y no causa molestias ni permite la invasión de vecinos ni de extraños en su domicilio– ha comenzado a sentir que su casa es una suerte de plaza sitiada, bajo el acoso inmisericorde de funcionarios estatales.

Candorosamente, Fabiola y los suyos habían caído en las redes del sistema, que ahora intentaba penetrar su impenetrable privacidad, algo que en Cuba se considera un decadente rezago burgués incongruente con el proyecto de socialismo eterno al que aspiramos los cubanos, según reza en la Constitución.

Como resultado, en las últimas semanas la doctora y la enfermera de la familia han insistido (inútilmente) en irrumpir en su casa a cualquier hora del día para "ver a la paciente"

Como resultado, en las últimas semanas la doctora y la enfermera de la familia han insistido (inútilmente) en irrumpir en su casa a cualquier hora del día para "ver a la paciente", en tanto la sede municipal de Asistencia Social recientemente le ha enviado una empleada con un extenso cuestionario que pretendía acopiar, además de los datos personales de los que habitan la casa, los ingresos de cada quien y su procedencia, las ocupaciones, la cantidad y género de los equipos electrodomésticos que poseen, cuántas habitaciones tienen, cuánto pagan de gas y electricidad, cuánto gastan mensualmente en alimentos, y un sinfín de detalles íntimos que Fabiola, fiel a su costumbre, se negó a responder.

"Diles a tus jefes que nada de eso les importa, y que ya tengo claro que nunca debí ni jamás volveré a solicitar su ridículo módulo, así que no me envíen a nadie más porque no los atenderé. ¿Acaso ustedes hacen todas esas preguntas indiscretas a la caterva de carcamales que mandan en este país? ¿O será que ellos no necesitan esas limosnas? Porque edad para pañales tienen muchos de ellos. Diles también que mi madre está perfectamente cuidada y no es gracias a la Revolución".

La joven funcionaria, atónita, tomaba nota febrilmente sobre un papel en blanco para escribir quizás por primera vez un informe oficial sin informaciones. Se sentía incómoda y frustrada. Con seguridad pensaba que Fabiola estaba tan chiflada como su madre. Lo cual podría tener algo de cierto, porque Fabiola tiene la extravagante locura de comportarse como un individuo libre en una sociedad esclava. De hecho, este siempre ha sido el mayor de sus aciertos.

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