Atacar a Yarini: la orden de combate está dada
Historia sin Histeria
El gran chulo habanero era el dandi que deslumbraba a todos montado en su corcel blanco de cola trenzada o paseando a sus galgos por las calles de la capital
Madrid/Yarini ha vuelto a ser noticia. El gran chulo habanero, el más cabrón de los héroes nacionales, el mayor sex symbol de nuestros mitos, regresa a la escena cubana de la mano de Carlos Díaz y teatro El Público. Obviamente, la halitosis moralista del régimen ha exhalado su descontento en las redes sociales. ¿Por qué? Pues porque Yarini no es santo de devoción de los murales de los CDR, pero su tumba sigue recibiendo flores; porque su nombre no está inscrito en el panteón del PCC, pero sigue inspirando a artistas y poetas. Sin embargo, lo que más irrita a los talibanes del partido único no es la moral heterodoxa de Yarini, sino el barrio donde esculpió su leyenda, un nombre que hoy preferirían borrar de todos nuestros mapas: el barrio de San Isidro.
Alberto Manuel Francisco Yarini y Ponce de León no fue solo un proxeneta. De no haber muerto en la “guerra de las portañuelas”, tal vez habría ocupado un puesto como representante a la Cámara por el Partido Conservador, y quién sabe si su popularidad lo habría llevado hasta la silla más alta de la República. A su entierro asistieron más de 10.000 personas, incluyendo al presidente José Miguel Gómez. Sus amigos rechazaron montar su féretro en la carroza imperial y decidieron llevarlo en hombros hasta la necrópolis de Colón. Enrique José Varona fue el primero en colocar su firma en la esquela mortuoria. Sindo Garay y Manuel Corona compartieron con él amistad y canciones. Sus ekobios entonaron el lamento fúnebre Enlloró frente a los muros del cementerio.
Sus amigos rechazaron montar su féretro en la carroza imperial y decidieron llevarlo en hombros hasta la necrópolis de Colón
Yarini era el dandi que deslumbraba a todos montado en su corcel blanco de cola trenzada o paseando a sus galgos por las calles habaneras. Se había educado en los mejores colegios de Cuba y Estados Unidos. Pero también era el tipo dispuesto a ayudar a más de un vilipendiado, se codeaba con los marginales, admiraba y defendía a patriotas caídos en desgracia.
Una de las anécdotas que disparó su popularidad ocurrió en el café El Cosmopolita. Yarini y otros jóvenes charlaban con el mayor general Jesús Rabí, un héroe de las tres guerras. A unos metros de distancia, dos extranjeros los miraban con desprecio. Uno de ellos murmuró en inglés: “Cochino país donde los blancos se juntan a beber con los negros”. Yarini fue quizás el único en el grupo que entendió la frase. Con su habitual cortesía, le pidió al héroe mambí que se trasladaran de sitio. Pero ya fuera del café, los racistas continuaban con sus burlas. Así que Yarini pasó de las palabras a la acción, fracturando la nariz y la mandíbula del más insolente. Luego se sabría que aquel hombre era, nada más y nada menos, el encargado de negocios de la Embajada de Estados Unidos.
Yarini no era ni pretendió ser un hombre puro. Resulta un despropósito juzgarlo desde los debates actuales sobre machismo y feminismo. Es justamente su cualidad de antihéroe lo que ha inspirado a tantos creadores durante más de un siglo. Este homme fatal habanero ha sido musa de escritores como Leonardo Padura o el ultra oficialista Miguel Barnet. Su figura ha estado presente en filmes como Papeles secundarios, de Orlando Rojas, o Los dioses rotos, de Ernesto Daranas. El ensayo biográfico más referencial es, sin dudas, San Isidro, 1910: Alberto Yarini y su época, de Dulcila Cañizares.
Pero es en el teatro donde más se ha fantaseado con el casanova criollo. Existen casi una decena de textos dramáticos inspirados en él. Los más conocidos son Réquiem por Yarini, de Carlos Felipe y El gallo de San Isidro, de Brene. Aunque uno de los textos más interesantes se llama Los franceses no son de La Habana, escrito por el dramaturgo exiliado Pedro Monge Rafuls, donde el autor recrea uno de los rumores más controversiales sobre el macho-mito: la relación homoerótica entre Yarini y su mejor amigo, Pepe Basterrechea. Esta línea argumental no es una simple ocurrencia de Monge. Incluso la propia Cañizares la plantea sutilmente en su libro.
Los voceros del aparato represivo darían risa si solo se tratara de otro estúpido troleo al teatro cubano
Me hubiese encantado ver la versión que Norge Espinosa ha escrito para El Público, pero estoy a casi 7.500 kilómetros del Trianón habanero. A nadie le sorprende que haya sido un éxito rotundo. Lo que tampoco asombra es que los ciber-combatientes del régimen arremetan contra el estreno o que el esbirro elegido sea Marco Velázquez Cristo. Este individuo viene siendo uno de los sifones escupe-tinta de la Seguridad del Estado desde hace muchísimo tiempo. Sus escritos son una hemorragia de mal gusto, ignorancia y fundamentalismo. Pero es obvio que casi ningún buen escritor estaría dispuesto a cumplir una tarea tan vergonzante.
El presentador de Con Filo, Michel Torres Corona, ha propuesto a los dramaturgos hacer obras inspiradas en Álvarez Cambra. Está claro que, para él, el arte no es más que una actividad político-cultural, un matutino o un panfleto. No niego la posibilidad de que alguien se inspire en el eminente ortopédico cubano, pero para convertirlo en personaje dramático habría que indagar en sus zonas oscuras, en sus conflictos, en sus contradicciones. Y eso, conociendo la mentalidad cuadrada de nuestros burócratas, llevaría a una censura asegurada.
Ya Carlos Díaz ha vivido experiencias similares. Cuando el ex espía Antonio Guerrero fue a ver el espectáculo Harry Potter: se acabó la magia, de Agnieska Hernández, salió del teatro insultado e hizo todo lo posible para provocar su cancelación. Gracias al apoyo del gremio, la obra pudo continuar con éxito, pero el castigo fue dejarla fuera del evento nacional más importante, el Festival de Teatro de Camagüey. Cuentan que el mismísimo Abel Prieto llamó a Carlos Díaz para darle la mala noticia, pero Carlos respondió como solo él sabe hacerlo: “No te preocupes, Abel, para esa fecha estaré de viaje… en Miami”.
Los voceros del aparato represivo darían risa si solo se tratara de otro estúpido troleo al teatro cubano, pero sabemos que detrás de estas publicaciones siempre hay una orden salida de una oscura oficina. Y en Cuba no hay “vaca sagrada” que se salve del matadero. Cualquiera puede ser condenado a una muerte en vida.
La orden de atacar a Yarini está dada. Porque cuando cierto coronel de la Seguridad del Estado escuchó hablar de un hombre políticamente incorrecto, de un gallo de San Isidro, inmediatamente se le vino un nombre a la cabeza: Luis Manuel Otero Alcántara.