La autonomía universitaria es incompatible con la pistola de un policía
La autonomía universitaria es intrínseca a la democracia
Madrid/Al contrario que en Cuba, las imágenes de agentes de Policía golpeando a estudiantes desarmados tienen en España color gris. Grises se llamaba, por el color de su uniforme, a los miembros del cuerpo responsables del orden público de la policía franquista. Y grises son las fotografías de aquellos últimos años 60 en los que la frase correr delante de los grises se imprimió en el vocabulario de los españoles de generaciones presentes y futuras.
El movimiento estudiantil antifranquista se desbordó en aquellos años en las universidades españolas y los grises acudían, generalmente a caballo, a disolver a golpe de porra a aquellos díscolos jóvenes que se levantaban contra el régimen. Por eso, uno de los principales logros de la democracia en España fue la recuperación de la autonomía universitaria, consagrada como derecho fundamental en el artículo 27 de la Constitución de 1978.
La autonomía universitaria está en el origen mismo de la institución, en el siglo XI, cuando el emperador Federico Barbarroja concede amparo y protección a la Universidad de Bolonia (la primera de la historia) frente al Gobierno. Desde entonces se ha considerado uno de los mecanismos más poderosos con los que proteger la Educación Superior de los vaivenes políticos y las injerencias externas, dotando a la institución de órganos de Gobierno y administración propios que protejan su independencia y libertad.
Uno de los principales logros de la democracia en España fue la recuperación de la autonomía universitaria, consagrada como derecho fundamental en el artículo 27 de la Constitución de 1978
El contexto en el que se debe situar este concepto es el de una institución que se constituye desde sus inicios como centro de ideas, donde la inquietud intelectual, el sentido crítico y el intercambio de opiniones forman parte de su naturaleza y propician un ambiente más proclive al cuestionamiento de la autoridad per se.
Es, por tanto, natural que la autonomía universitaria sea intrínseca a la democracia. O, dicho de otro modo, incompatible con la dictadura.Uno de los aspectos más polémicos de la autonomía universitaria, incluso en democracias consolidadas, es la inviolabilidad del campus. Esta característica implica asumir que los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado no pueden entrar en el recinto universitario salvo expreso permiso de su máxima autoridad, el rector.
Durante la Transición en España, las batallas campales entre la policía franquista y los movimientos estudiantiles estaban demasiado recientes. No en vano, algunos de los políticos que se sentaron en las primeras Cortes de la democracia habían sido compañeros o profesores de Enrique Ruano, mito de la izquierda estudiantil muerto en extrañas circunstancias [cayó por una ventana] durante una detención por repartir folletos de un sindicato.
La recién nacida democracia española se esforzó durante décadas por mantener a la policía lo más apartada posible de las Universidades
La recién nacida democracia española se esforzó durante décadas por mantener a la policía lo más apartada posible de las Universidades. Las protestas en el interior de los campus, en las que en el peor de los casos se producía alguna pintada o acto de vandalismo, se agotaban solas o por la negociación entre los órganos estudiantiles y el rectorado. Los vigilantes de seguridad rara vez se ocupaban de manifestaciones o desórdenes y, en ningún caso, portaban arma de fuego.
La Policía ha intervenido en contadas ocasiones en un campus español en democracia. Una sentencia del Tribunal Supremo del año 2003 avala que la entrada de agentes al recinto no vulnera por sí misma el derecho a la autonomía universitaria y afirma que la institución carece de independencia en cuanto a la seguridad ciudadana o sobre el derecho de reunión o manifestación.
La imagen de un agente de la Policía Nacional Revolucionaria apuntando con un arma a un estudiante congoleño desarmado debería ser intolerable
Sin embargo, raras veces una autoridad política, académica o policial desea ser quien permita que los antidisturbios disuelvan a golpes una protesta que permita acercar a su nombre la más mínima sombra del recuerdo de la policía franquista. Esa presencia no solo implica la incapacidad para la resolución de conflictos de manera dialogada, sino que vulnera algunos de los pilares fundamentales de la democracia y los derechos fundamentales de los ciudadanos.
La imagen de un agente de la Policía Nacional Revolucionaria apuntando con un arma a un estudiante congoleño desarmado, por más enardecida que estuviera la protesta, debería ser intolerable en un país que, si bien sabemos que no es una democracia, sí afirma defender los derechos humanos en cuanto foro internacional puede.
Con una nueva Constitución democrática, que no será la desde ayer vigente, las fotos de policías golpeando estudiantes en Cuba seguirán siendo en color, pero muy probablemente habrán pasado a la historia.
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