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La batalla por Cuba

La acción espontánea de ese día no debe considerarse como un estallido inexplicable e insólito

Son muy jóvenes, casi niños, los que han encabezado las manifestaciones que han puesto al descubierto ante el mundo el horror que vive Cuba. (14ymedio)
Vicente Echerri

24 de agosto 2021 - 01:41

Nueva York/Estamos viviendo en las secuelas de lo ocurrido en Cuba el pasado 11 de julio, cuando miles de personas, en más de cuarenta ciudades y pueblos del país, salieron a protestar contra una dictadura asfixiante y a reclamar la libertad de que carecen desde hace más de 60 años.

Al fin, los que hemos esperado tanto tiempo desde la otra orilla, hemos visto un atisbo de dignidad y rebeldía que sólo podemos contemplar con amor y respeto. Ellos acaban de llevar a cabo lo que nosotros no pudimos, no quisimos o no nos atrevimos a hacer, tal vez porque no era nuestro tiempo. Una sentencia de cobardía o de pusilanimidad pesa sobre nosotros o acaso contra nosotros se imponía la falta de una oportunidad. Algunos dirán que tal vez ahora todo es más fácil: el monstruo de entonces ya no es más que una fiera desdentada y famélica.

La revolución cubana es un enorme fraude al que varias generaciones le sacrificaron su futuro y sus sueños

Esto último no disminuye en nada la voluntad heroica: la gente hambreada ha clamado por "libertad", no por comida; los insatisfechos valores del espíritu han sido la prioridad en la boca de los manifestantes y esa sola invocación los redime, rescata su humanidad subyugada y envilecida por tantos años de poder despótico.

La acción espontánea de ese día no debe considerarse como un estallido inexplicable e insólito, sino como la consecuencia natural del ejercicio de una afrentosa opresión que se ha quedado desnuda de argumentos y de valores: una tiranía monda que no tiene nada que argüir para aferrarse al poder más que una leyenda repleta de agujeros. La revolución cubana es un enorme fraude al que varias generaciones le sacrificaron su futuro y sus sueños. Los que nunca fuimos seducidos por su encanto maléfico no podemos más que dolernos por los que, ingenuamente, apostaron por una utopía idiota y criminal que les reclamaría el alma sin ofrecerles a cambio más que un yugo.

Ahora es el momento del descarnado desencanto. Son muy jóvenes, casi niños, los que han encabezado las manifestaciones que han puesto al descubierto ante el mundo el horror que vive Cuba sin que ninguna propaganda pueda ayudar a enmascararlo. Son los vástagos forzosos de un orden espurio que salen a reclamar la identidad ciudadana que les han robado, y lo hacen como pueden, con los elementales argumentos que tienen, con los recursos simples con que cuentan y con los que quieren poner de manifiesto su frustración y su profunda cólera, su rechazo a un Estado tiránico que no les brinda más que servidumbre.

Los protagonistas de estos actos de calle han afirmado también que no tienen miedo y ya han empezado a demostrarlo

Por ese arrojo han enfrentado al aparato represor con que las tiranías siempre responden a los reclamos de libertad y de justicia: garrotazos y tiros de orquestados sicarios, arrestos e intimidaciones, a ellos y a sus familias. Los protagonistas de estos actos de calle han afirmado también que no tienen miedo y ya han empezado a demostrarlo. La jornada del día 11 está llamada a ser la salva de ceremonia de la batalla de un pueblo por sus derechos, un conflicto que podría llegar a ser arduo y cruento.

A nosotros, los cubanos que vivimos en el exilio, nos corresponde, en esta lucha, el papel de la agenciosa retaguardia: el convertirnos en caja de resonancia de los que exponen su libertad y su vida frente a la banda de rufianes que secuestró nuestro país, y conseguir que el mundo entienda la razón de su causa -que es la nuestra- y se solidarice con ella.

El autor es un escritor cubano que reside en EE UU.

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