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Béisbol, identidad y política

El equipo cubano de béisbol se coronó campeón en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, Veracruz 2014 (EFE)
José Gabriel Barrenechea

23 de noviembre 2014 - 08:20

Santa Clara/Entiendo a quienes desean que Cuba no quede en el primer lugar del medallero de los Juegos Centroamericanos de Veracruz. El régimen castrista ha hecho tanto porque en nuestras mentalidades se le identifique con la Nación, o más bien para suplantarla, que no es extraño que tantos cubanos hastiados de él, lleguen al extremo de desear que su Patria no venza en esta cita deportiva. Yo mismo confieso que a ratos siento un deseo parecido de solo imaginar cómo los mandantes, esbirros y guatacas de la dictadura privatizarán un triunfo no suyo, sino de todos.

Mas si a veces tengo semejante devaneo con los Juegos en general, con la Pelota, caballero, sí que no transijo. Ahí, sí tengo que brincar con el mismísimo Fidel Castro para animar a los míos, pues lo hago sin complejos. Que ya sabré volver a mi escepticismo habitual cuando después de que ganemos quiera soltar el consabido discurso en que sutilmente se anota el juego.

¿Quién en Cuba no sabe nada de Pelota, quién no es capaz de entenderla? Nadie, ni aun esos esnobs que ahora abundan por ahí, y que son capaces de aguantar las ganas de aceptar la invitación a meterle el diente a un suculento plato de quimbombó con carne de puerco, o de arrastrar en una conga, por tal de parecer cualquier cosa menos cubanos. Pero por sobre todo esos mismos otros come… mandarinas, que por tal de aparentar lo que no son dicen preferir el Fútbol y hasta llegan a dispararse partidos enteros de ese deporte insípido.

En mi infancia solía visitarnos un pariente, de la capital por más señas, al que le había puesto “Ñico Rutina”. Conocedor de que yo lo llamaba como el popular personaje de San Nicolás del Peladero, cada vez que aparecía por la casa se anunciaba con el consabido: ¡Aleluya, chan, chan! Su filosofía se constreñía a dos principios básicos contrapuestos: pero no el yin y el yang, o el ser y la nada, ni ninguna otra monserga semejante.

Toda la filosofía de Ñico giraba alrededor de la contraposición del vivo y del bobo. No profundizaré en aquel sistema bastante complejo, dígase lo que se diga, solo traeré a cuento algo que le soltó al pasar a mi hermano, que seguía un partido de fútbol del Mundial del 82 en España: “Asere, ese deporte nunca va a pegar aquí, ¿tú no ves que los cubanos somos muy bichos pa’ meternos hora y media corriendo una cuadra pa’ alla y una cuadra pa’ acá, a punto de mediodía? ¡Eso es cosa de comemierda! Lo del cubano es la Pelota. Que la habrán inventado los americanos, pero a quienes les queda que ni pintada es a nosotros”.

Este juego, hecho como a propósito para nuestro temperamento y nuestro clima, es más que un Patrimonio Intangible de la Nación

Dudo que haya algún cubano sin complejos que no concuerde con Ñico. Este juego, hecho como a propósito para nuestro temperamento y nuestro clima, es más que un Patrimonio Intangible de la Nación. La Pelota es nuestro gran suministrador de motivos para la discusión, es nuestra ágora y nuestro foro, es esa especie de fiesta, de juerga, de carnaval que es un estadio repleto en que no solo "juegan" los peloteros, es el supremo lugar de socialización, en que hasta se puede ir a flirtear, a salir por la televisión, está imbuida hasta el tuétano de nuestro ritmo y nuestra naturaleza, interactúa con nuestra sensibilidad, con nuestro hablar, con nuestras cadencias y palabras... La Pelota es lo que en un final nadie podrá quitarnos: Lo que somos.

Por eso podremos perder en toda esa pila de deportes que en un final no practican más que los cuatro gatos a los que el régimen mantiene por cuestiones de propaganda; pero en la Pelota, !de eso nada, mi hermano!

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