Biden, Trump y el estrés global

Si en verdad quisiera convertirse en dictador, Trump la tendría muy difícil. Todo lo cual no significa que no vaya a someter al continente americano y al mundo entero a un enorme estrés

Al 'trumpismo' se le juzga racionalmente por la retórica de su vocero principal, pero no suele distinguirse la razón de fondo por la que esa retórica —tan agresiva y divisionista— tiene éxito en Estados Unidos.
Al 'trumpismo' se le juzga racionalmente por la retórica de su vocero principal, pero no suele distinguirse la razón de fondo por la que esa retórica —tan agresiva y divisionista— tiene éxito en EE UU. / 14ymedio
Federico Hernández Aguilar

28 de enero 2025 - 19:33

San Salvador/Como ya se ha dicho en esta columna de opinión, parte del legado de la Administración de Joe Biden será el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca. Por lamentable o injusto que sea para los presidentes salientes, la gestión de quienes les suceden en el cargo es también un trozo —a veces bueno, otras indigesto— de su herencia política. En el caso de Biden, desde luego, su responsabilidad detrás del fortalecimiento del trumpismo es gigantesca e inocultable.

Así como al desastroso periodo de Jimmy Carter (solo cuatro años) le sobrevino el aluvión de 12 años de presidentes republicanos, a la pésima gestión de Joe Biden puede remplazarla una fase incierta de nacionalismo y discordia, aciertos e incongruencias, fuerza justificada y tensiones gratuitas, una fase que durará el tiempo que lleve al movimiento MAGA (Make America Great Again) acabar con la paciencia de los votantes americanos. ¿De qué dependerá? De lo que este personaje disruptivo, Donald Trump, vaya a hacer, y, muy importante, con quién y contra quién lo haga.

Al trumpismo se le juzga racionalmente por la retórica de su vocero principal, pero no suele distinguirse la razón de fondo por la que esa retórica —tan agresiva y divisionista— tiene éxito en Estados Unidos. Cuando el fenómeno de un líder incendiario aparece en el panorama político, la mera irrupción de ese liderazgo no es más que el síntoma de algo que debe medirse de otra manera, con mayores elementos antropológicos e históricos.

No estoy sugiriendo comparación alguna entre Hitler y Trump. Donald Trump, de hecho, no es Adolf Hitler, y el Estados Unidos de 2025 no es la República de Weimar de 1933

Mi abuelo materno, salvadoreño de ascendencia alemana e italiana, vio a Hitler vociferar en una plaza de Berlín durante un viaje y le pareció, sencillamente, que estaba presenciando el suicidio político de un loco. Su sorpresa fue enorme cuando se puso a hablar con los transeúntes berlineses y ellos le dijeron que confiaban en las palabras “esperanzadoras” de aquel hombre estrafalario. “¿Cómo puede inspirarles confianza un tipo que dice estas cosas sin ninguna vergüenza?”, preguntó mi abuelo, Federico Aguilar. “Porque la verdad es a veces desvergonzada”, le respondió un sujeto de traje sastre, quevedos en la nariz y sombrero de fieltro que luego se identificó como catedrático de la Universidad de Heidelberg.

No estoy sugiriendo comparación alguna entre Hitler y Trump. Donald Trump, de hecho, no es Adolf Hitler, y el Estados Unidos de 2025 no es la República de Weimar de 1933. Alemania, sumida en el caos económico y la desmoralización social, no tenía forma de detener el avance de un demagogo hábil, entre otras cosas porque existía un ánimo colectivo dispuesto a dar crédito a esa demagogia. Como se ha dicho hasta el cansancio, puestos en una batidora el Tratado de Versalles, el masivo sentimiento de humillación, la mediocridad política de entreguerras, el mal manejo de la economía, una eficaz maquinaria propagandística, la arraigada tradición antisemita y ese no siempre bien disimulado sentido de superioridad característico de ciertas etnias de origen indoeuropeo, todo eso, bien mezclado, produjo ese engendro del nacionalsocialismo. Pues ningún tirano se impone y ningún despotismo triunfa por generación espontánea.

En el Estados Unidos que atraviesa el primer cuarto del siglo XXI, las causas de la tiranía deben ser muchas más que las apuntadas arriba para prevalecer. Si en verdad quisiera convertirse en dictador, Trump la tendría muy difícil. Todo lo cual no significa que no vaya a someter al continente americano y al mundo entero a un enorme estrés —el discurso de toma de posesión de Trump fue calificado por El País como una “prueba de estrés para la democracia”, creo que con puntería. Pero si se quiere entender el éxito del trumpismo y adelantarse a sus posibles efectos, los grandes medios de comunicación —como El País, sin ir muy lejos— deben iniciar urgentes y dolorosos exámenes de introspección que apunten a algo más que los síntomas del problema.

El sano ejercicio de tomar el espejo con ambas manos para ver qué refleja, fue siempre una característica del periodismo honesto y riguroso. Pero este ejercicio, admitámoslo, ya brilló demasiado por su ausencia. Los grandes consorcios noticiosos deben volver a practicarlo sin miedo, con absoluto apego a esa integridad que reclaman en los políticos pero que ellos han dejado de asumir en sus redacciones.

En el Estados Unidos que atraviesa el primer cuarto del siglo XXI, las causas de la tiranía deben ser muchas más que las apuntadas arriba para prevalecer

La misma capacidad de autocrítica cabe esperar de la industria de entretenimiento, de las más importantes universidades, de los organismos internacionales de cooperación y de los principales centros de difusión científica. Ante la realidad que viene, todos estos conglomerados, poderosos como son, no pueden darse el lujo de seguir ignorando que esa apuesta —facilona y acrítica— que con pocas e ilustres excepciones ejecutaron a favor de un progresismo elitista e intolerante, muy proclive a la censura y la cancelación, tuvo efectos nocivos en casi cada dimensión humana: desde la familia hasta la escuela, desde el arte hasta el deporte, de la igualdad de los ciudadanos ante la ley al derecho de un padre o una madre a ser informados de que su hijo de siete años pide cambiar de sexo. ¿Es que no existe la suficiente honradez intelectual y el más elemental sentido común para admitir que hace rato se cruzaron líneas que nunca debieron cruzarse?

La Administración de Joe Biden, por eso, tiene tan grande e intransferible responsabilidad en la vuelta de Donald Trump al poder. No dejemos de señalarla cuando las futuras generaciones se pregunten cómo es que alguien con las características morales, intelectuales y retóricas del actual inquilino de la Casa Blanca consiguió estresar al mundo por cuatro años más.

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