Las reformas raulistas como estrategia de supervivencia
Ningún cambio será real en Cuba salvo que venga acompañado de transformaciones políticas
La Habana/Transcurridos seis años desde que el General-Presidente, Raúl Castro, asumiera el poder en Cuba, podría afirmarse que se han implementado casi tantos cambios legales como los que se introdujeron en los primeros tiempos de la Revolución, y sin dudas muchos más que en las cuatro décadas anteriores al "raulismo".
Vistas en perspectiva, las reformas raulistas son significativas y constituyen –al menos aparentemente– una ruptura respecto del orden fidelista, signado por el inmovilismo, gracias a medidas como:
- entrega de tierras en usufructo a campesinos privados y cooperativas;
- aprobación de "formas no estatales de producción" o "trabajo por cuenta propia" (negocios privados), lo que suprime el monopolio estatal sobre el empleo;
- autorización de la compra-venta de inmuebles, automóviles, y otros bienes, así como del hospedaje de nacionales en los hoteles e instalaciones turísticas en divisas;
- autorización a la libre contratación de la telefonía celular y de las conexiones a Internet; venta, en las tiendas recaudadoras de divisas, de computadoras, impresoras y otros implementos;
- la reforma de la Ley Migratoria, una de las transformaciones más radicales al eliminar relativamente la "autorización" a los cubanos para la entrada y salida del país y extender la permanencia en el extranjero hasta 24 meses;
- y más recientemente, la nueva Ley de la Inversión Extranjera, que flexibiliza algunas limitaciones de la anterior legislación, establecida en la década de los 90, aunque conserva otras.
Tales medidas deberían constituir un giro substancial en una sociedad sometida a un centralismo que anulaba hasta ahora todo vestigio de autonomía. De hecho, ciertos medios extranjeros magnifican el proceso, multiplicando hasta la fábula los efectos de las medidas gubernamentales como si de un cambio socioeconómico efectivo se tratara. Lamentablemente, para los cubanos dichos cambios han sido más nominales que reales, y tampoco se han producido beneficios a nivel macroeconómico que indiquen una evolución positiva hacia la salida de la crisis. Más aún, los últimos años muestran una involución, no solo en los indicadores económicos, sino también en prestaciones sociales como la salud y la educación, severamente afectada la primera por la exportación de profesionales, en virtud de contratos que implican pingües ingresos en divisas para el régimen –particularmente a través de los médicos y el personal técnico vinculado al ramo–, y la segunda, por la escasez y/o descalificación de los maestros debido a los bajos salarios, entre otras razones.
Las reformas son significativas y constituyen una ruptura respecto del orden fidelista
No constituye un secreto, ni siquiera para los más optimistas voceros del poscastrismo mercantil, que los "cambios raulistas" solo son la mejor estrategia de supervivencia de la castrocracia, porque ningún cambio será real en Cuba salvo que venga acompañado de transformaciones políticas.
Europa y otros centros de poder económico cifran sus expectativas en una especie de carrera por acceder a mercados cuasi vírgenes antes que los Estados Unidos y sectores económicamente poderosos del exilio cubano asuman protagonismo en la Isla, mientras los nativos son apenas los rehenes de esos intereses y del gobierno que, pese a todo, sigue dominando vidas y haciendas. Por supuesto, a nadie le importa, como si el incierto destino de 11 millones de cubanos fuera un castigo merecido o simplemente la exclusión fuera cuestión de "daños colaterales" en la batalla por el mercado.
Ahora para los poderosos no se trata ya de empatía con ese "pueblo lindo" que asoma risueño desde las postales turísticas, que empuña indistintamente fusiles o maracas, según sea el caso, o que –como se "demostró" recientemente– marcha sumiso y alegre ante el podio del poder cada 1ro de Mayo. Se trata de la oportunidad de llegar a tiempo y primeros, capital en mano. Los cubanos, tristemente, no tienen puñetera forma de defenderse de ese otro poder que supera con creces al que los ha mantenido dominados por más de medio siglo. Resulta que la revolución cubana fue una pérdida de tiempo, al final, el capital siempre triunfa. ¡Y qué viva el raulismo!