Las dos caras del machadato
Historia sin Histeria
El problema comienza cuando un gobernante se cree caudillo, salvador, mesías, el elegido de Dios, y Machado también cayó en la tentación
Madrid/Machado es uno de los tres o cuatro apellidos que un cubano promedio es capaz de mencionar si le preguntan por los presidentes de la República. Chuncha, la federada y presidenta del CDR, nos diría que fue un dictador corrupto, un lacayo del Imperio. El padre de Matojo matizaría su respuesta contándonos que, gracias a él, hoy tenemos el Capitolio y la Carretera Central. Coti, la cotorra de Cecilín, no dudaría en llamarlo “el asno con garras”, repitiendo la única frase que grabó su memoria.
Es cierto que Gerardo Machado y Morales tuvo que abandonar la escuela secundaria para ayudar a sus padres; que perdió dos dedos de su mano izquierda cuando trabajó como carnicero en su juventud; que le llamaban El Mocho. Es innegable que el poeta Rubén Martínez Villena era genial poniendo apodos. Pero ya quisieran muchos burros actuales rebuznar como Machado.
Su padre había peleado en la Guerra Grande, del lado insurrecto, y él no lo pensó dos veces para sumarse a la Guerra de Martí, alcanzando el grado de General de Brigada. Luego debió suplir su falta de estudios con algo de astucia. Llegó a ser maestro masón y tuvo un notable éxito en los negocios. Su fortuna personal ascendía a un millón de dólares, incluso antes de ser presidente. Nada mal para la época y nada mal para un semianalfabeto.
Como político, fue liberal miguelista, apoyando a su caudillo durante la revuelta de La Chambelona. Aunque luego se pasó al bando de Zayas en la candidatura de 1920. Esto le trajo algunos enemigos, pero El Chino le devolvería el gesto. Hacer y cobrar favores es parte del juego político, hoy como ayer.
Raúl Castro no pudo cumplir su única promesa: el vasito de leche, pero Machado sobrecumplió su lema de campaña: “Agua, Caminos y Escuelas”
A Machado no lo acompañaba la suerte en el tema de las urnas. Había fracasado en su intento de convertirse en gobernador, primero de Las Villas y luego de La Habana. No obstante, su victoria frente a Menocal fue la más rotunda desde 1902, convirtiéndose en el quinto presidente de Cuba, sin broncas.
La prensa alabaría su “buena estatura, complexión admirable y simpatía sin par”. Vaya, que el tío era guapo, como dirían en España, pero además sabía “esconder muy bien sus sentimientos y administrar mejor su sonrisa”.
Su primer gobierno fue indiscutiblemente bueno. No solo nos legó el Capitolio y la mayor carretera pavimentada de América, para su tiempo, sino además el parque de la Fraternidad, la Escalinata de la Universidad, los monumentos a Antonio Maceo y al Maine, entre muchos otros. Casi todo lo que encandila la vista en nuestro paisaje urbanístico, se logró bajo su mandato: los hoteles Presidente y Nacional, los edificios de la Compañía Cubana de Teléfonos, el Bacardí, el López Serrano, Maternidad de Línea y la madre de los tomates. Pero no solo en La Habana circularon ríos de cemento. En todo el país florecieron las obras públicas, incluso en la isla de Pinos, con el presidio Modelo.
Raúl Castro no pudo cumplir su única promesa: el vasito de leche, pero Machado sobrecumplió su lema de campaña: “Agua, Caminos y Escuelas”. El problema comienza cuando un gobernante se creé caudillo, salvador, mesías, el elegido de Dios. Y Machado también cayó en la tentación de perpetuarse.
El general-presidente pasó por encima de la Constitución de 1901 para buscar reelegirse. Quizás la jugada le habría salido bien, si no fuera porque el precio del azúcar se desplomó y el crac del 29 también mordió a la ya débil economía cubana. El descontento fue alcanzando a todas las capas de la sociedad y Machado optó por sacar la porra, algo que Díaz-Canel imitaría en julio de 2021.
Machado sobrevivió a varios intentos de asesinato. No tantos como Fidel Castro, obviamente, porque el barbudo hacía trampa: cada vez que tropezaba con una silla o le picaba un mosquito, sumaba intentos fallidos. Pero Machado, a quien el poeta afroamericano Langston Hughes llamaría a nice fat president, se salvaría de volar en pedazos más de una vez, usando dos cucharadas de paranoia y un kilogramo de suerte.
Sin embargo, para que caiga una dictadura, no basta con el caos, la denuncia y la revuelta popular. Es necesario también contar con una oposición organizada, capaz de movilizar a los distintos gremios, de llevar con éxito huelgas y manifestaciones, de obtener el apoyo de una parte del Ejército y de los organismos internacionales. Cuando Machado perdió la obediencia de sus militares y la bendición de Washington, no le quedaba otro camino que pirarse.
¡Hay tanto que aprender de esa caída!