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El caro entretenimiento de la pasión

Joseph Blatter dimite tras 17 años al frente del cargo y con la institución inmersa en un gran caso de corrupción. (FIFA)
Augusto Manzanal Ciancaglini

03 de junio 2015 - 08:10

La FIFA tiene la particularidad de ser un Estado sin nación concreta, su pueblo y territorio son el planeta fútbol. Cuenta con una economía derivada de esta actividad de unos 50.000 millones de dólares, siendo receptora y distribuidora de recursos como pocas organizaciones humanas ya que, al poseer el control del juego más popular, tiene en sus manos el escenario máximo de publicidad mercantil, cultural y política, con la Copa Mundial ‒especialmente con su partido final‒ como pináculo de lo patrocinable.

Si para las grandes compañías posibilita la mayor difusión posible, es lógico que los organismos gubernamentales también quieran participar. De modo exagerado se vio, en el pasado, la utilización de eventos de este deporte por parte de diferentes dictaduras.

Los próximos dos mundiales son el resultado de la apuesta creciente que oligarcas rusos y árabes están desarrollando desde hace unos años por el deporte rey. Los poderes fácticos y formales convergen en incluir en sus agendas la importancia influir sobre la poderosa multinacional lúdica, la cual es ya un colosal foco de marcas públicas y privadas. Un Gobierno puede disfrutar de pocas proyecciones tan amplias como con la celebración de una Copa del Mundo. Putin lo comprendió rápido y bien abrochado tiene el torneo de 2018.

Por su parte, Estados Unidos ha movido ficha en un ámbito en el que no es protagonista y, viendo el partido que se disputó en la Habana entre el Cosmos de Nueva York y la Selección de Cuba, se confirma que se ha dado por fin cuenta de la utilidad política del soccer.

La FIFA deberá actuar con más transparencia para atenuar su excesiva corrupción si quiere evitar posibles cismas o declives que hagan peligrar su monopolio del capital pasional

Es innegable que con la complicidad de tantos, hay muchos intereses que se reciclan en las oficinas de Zúrich y aunque hubiera sido una acción independiente de la justicia norteamericana ante la flagrante repetición del delito, que las detenciones hayan sido en la misma semana en la que se votaba, denota que no a todos les convenía la reelección de Joseph Blatter.

El helvético duró irrefrenablemente en el cargo (1998-2015) porque tuvo la habilidad de distribuir poder estratégicamente, garantizándose, a fuerza de inversiones y decisiones, una fidelidad duradera en muchas zonas pobres y en países que ni siquiera son reconocidos por la ONU pero que sí existen en el universo paralelo del fútbol.

Así como un Estado central soporta la presión de sus regiones federadas, Blatter encontró en la opulenta UEFA (Unión de Asociaciones de Fútbol Europeas) su principal contraposición, mientras que mantuvo a la CONMEBOL (Confederación Sudamericana de Fútbol) apaciguada por la estabilidad en su poca integridad, y gozó de la lealtad de gran cantidad de asociaciones nacionales de la AFC (Confederación Asiática de Fútbol) y la CAF (Confederación Africana de Fútbol). Está por ver cómo cambiará esta configuración con las futuras autoridades.

La FIFA parece haber sido herida y tendrá que prestar atención a su capacidad de armonizar las demandas de las potencias estatales o futbolísticas. Al mismo tiempo, deberá actuar con más transparencia para atenuar su excesiva corrupción ‒dentro de la desproporción pecuniaria en la que se mueve‒ si quiere evitar posibles cismas o declives que hagan peligrar su monopolio del capital pasional.

* Augusto Manzanal Ciancaglini, es politólogo. Nacido en Argentina, ciudadano italiano y residente en España y Holanda.

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