'El caso Padilla' o el terror "generoso" de la Revolución
La película de Pavel Giroud saca a la luz un archivo histórico desconcertante, devastador
Madrid/Finalmente pude ver El caso Padilla, la película de Pavel Giroud que saca a la luz un archivo histórico desconcertante, devastador. El material original permaneció oculto en las bóvedas del régimen castrista durante medio siglo, hasta ahora. Y resulta apremiante que regresemos la vista a ese cadáver insepulto, porque no se trata de historia antigua, sino de un tema de urgente actualidad.
Muchos ya conocían los detalles de aquel encuentro en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), en abril de 1971, donde Heberto Padilla dejó en evidencia el carácter estalinista de la Revolución cubana. Pero ver las imágenes, observar los gestos, escuchar el tono de la autocrítica, contemplar el pánico en la mirada de los allí presentes y palpar el sudor en la camisa del poeta, es una experiencia sumamente impactante.
Cuentan que el propio Vargas Llosa, después de verla, confesó que lamenta no haber visto el material cuando Padilla aún estaba vivo, porque hubiese podido abrazarlo y decirle: ahora te creo. Otros han manifestado que, con materiales como este expuestos a la luz, la historia no podrá absolver de ninguna manera a Fidel Castro.
Lo que ocurrió en aquella sala de la Uneac fue mucho más que un escarmiento, fue un suicidio colectivo
Yo estuve en shock durante varios segundos al finalizar la película. Pavel es un reconocido cineasta cubano que ya había triunfado con títulos como Tres veces dos, La edad de la peseta, Omertá o El acompañante. Y en esta última entrega convierte el género documental en algo distinto. Es como si estuviésemos ante un filme de suspenso, una película de espías, un drama de horror, una aventura arqueológica. Su talento para el montaje le permite transformar un archivo filmado de manera elemental en algo absorbente, trepidante, perturbador. Más allá del testimonio, Pavel nos entrega una obra con elevada estética cinematográfica y una puesta en pantalla de algo vivo y vigente.
Lo que ocurrió en aquella sala de la Uneac fue mucho más que un escarmiento, fue un suicidio colectivo. El gremio cubano de escritores, artistas e intelectuales se autocastraba, se colocaba a sí mismo las mordazas, se dejaba violar por un sistema que derramó todo su semen autoritario dentro del vientre creativo de una generación, para obligarlos a parir al Hombre Nuevo.
Ver las caras de los que asistieron a aquella reunión es todo un espectáculo. Reconocer entre la multitud a Reinaldo Arenas, contemplar a un Virgilio Piñera que se niega a aplaudir, notar el bostezo indiferente de Nancy Morejón... ¿A cuántos de aquellos asistentes los paralizó el miedo de por vida? ¿Cuántos comenzaron a sufrir el síndrome de Estocolmo? ¿Cuánta poesía murió de forma súbita aquella noche?
El protagonista del filme no es ni traidor ni mártir. Es una ficha en un juego que no puede ganar o perder, un juego del que quedaría fuera, irremediablemente, como en el título de su libro
Todavía hoy, una parte de la intelectualidad sigue teniendo ese romance absurdo con una Revolución estancada y moribunda. Todavía algunos creen, como lo creyó García Márquez en su momento, que Cuba es un ariete al que hay que perdonárselo todo, en pos de no sé qué utopía, como la esposa sumisa que aguanta los golpes del marido en nombre de un amor enfermizo. ¿Hasta cuándo?
El protagonista del filme no es ni traidor ni mártir. Es una ficha en un juego que no puede ganar o perder, un juego del que quedaría fuera, irremediablemente, como en el título de su libro. ¿Estaba Padilla mandando mensajes al futuro? ¿Sirvió de algo su performance? ¿Era ético apuñalarse frente a todos y clavar el cuchillo sobre la espalda de sus amigos, aunque ya estuviesen avisados? ¿Supo leer el mundo sus señales? ¿Actuó por cobardía, por sarcasmo o por el ego de trascender cuando agradecía la "generosidad" de la Revolución?
El escritor y diplomático chileno Jorge Edwards contaba que Padilla se sentía intocable, porque la Revolución tenía una imagen que cuidar ante la izquierda europea. Pero la Seguridad del Estado se encargaría de demostrarle que nadie escapa al terror revolucionario. El poeta fue detenido, conducido a Villa Marista, encerrado, amenazado, humillado, obligado a autoflagelarse públicamente, ¿y qué? García Márquez admitió que aquella inculpación de Padilla le hacía incluso más daño a la Revolución que su propio encierro, ¿y qué? Al régimen no le tiembla la mano cuando decide que es hora de que rueden cabezas. Nadie está a salvo, nadie es considerado intocable, con nadie se tendrá clemencia.
¡Qué importante es que este material se exhiba justamente ahora! ¡Cuán urgente resulta rasgar definitivamente el velo de aquellos que siguen defendiendo a una mafia que se oculta detrás de la palabra Revolución! Gracias a Pavel Giroud y a su equipo por esta obra que es ya imprescindible para el cine cubano y para Cuba.
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