Céspedes, la maldición del líder
José Martí afirmó que para atreverse a juzgar a Céspedes era preciso "haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros"
Madrid/Aunque en el siglo XIX no existían ni internet ni las redes sociales, las clarias nos han acompañado siempre. El mismísimo iniciador de nuestras guerras de independencia recibió centenares de insultos, y no solo desde el bando español, sino desde las propias filas del mambisado.
En carta a su esposa Ana de Quesada, le escribiría: "No hagas caso de flaquezas o de chismes, elévate sobre todas esas miserias. A ese individuo que me llama guajiro, perdónale la ofensa". Y no era cierto que el bayamés fuese solo un "guajiro", aunque él veía en la palabra un elogio, ya que Washington también había sido un hombre de campo. Carlos Manuel Perfecto del Carmen de Céspedes y López del Castillo era abogado, militar, poeta, dramaturgo, traductor, compositor, ajedrecista y hacendado. El padre, don Chucho, había salido poco de Bayamo, pero el hijo estudió en Barcelona y Madrid, viajó por Francia, Inglaterra, Suiza, Turquía, Grecia, Italia y Alemania. Y cuando regresó a Cuba ya hablaba latín, inglés, francés, italiano y catalán.
Eso sí, en el hombre culto, de dientes raramente blanquísimos, también convivía el héroe impaciente, duro y difícil de convencer cuando la razón lo acompañaba. Céspedes fue criticado desde el comienzo mismo de la guerra. Algunos consideraban que era más prudente esperar un poco para el alzamiento, pero el bayamés sostenía que las conspiraciones que se preparan mucho fracasan, porque nunca falta un delator. De modo que decidió levantarse con 30 fusiles viejos y unos cuantos machetes oxidados. Pero su arrojo no impidió que algunos vieran el hecho como un afán de protagonismo, arrebatándole la gloria a otros patriotas.
Algunos consideraban que era más prudente esperar un poco para el alzamiento, pero el bayamés sostenía que las conspiraciones que se preparan mucho fracasan, porque nunca falta un delator
En Guáimaro también prevalecieron los "anticespedistas". No solo optaron por la bandera de Narciso López, por encima de la diseñada en La Damajagua, también concedieron la autoridad a la Cámara de Representantes para designar o destituir al presidente de la República y al jefe del Ejército. Carlos Manuel tendría el mayor cargo, pero no el poder para tomar las decisiones importantes.
Otra de las críticas que más lo perseguían era la de haberse autonombrado "capitán general". Céspedes argumentaba que ese era el título que la gente simple respetaba y comprendía. Ponerse a discutir sobre el nombre del cargo más apropiado era, para él, perder el tiempo. Y esa obsesión con los días, los meses y los años perdidos era constante, ante una Cámara de Representantes que actuaba como si ya hubiese conquistado la independencia. Por eso algunas leyes de educación o agricultura, en medio de la miseria y la guerra, chocaban con el veto tajante del presidente.
"Todos me lloran sus cuitas, ¿a quién le lloraré las mías?", le escribiría Céspedes a su mujer en una de sus cartas. El insigne patriota perdió muchísimo durante la guerra. Su hijo Óscar sería fusilado cuando lo pusieron a escoger entre su libertad o la renuncia. Y sí, se ganó el honroso nombre de Padre de la Patria, pero el precio de semejante honor fue elevadísimo. Más tarde, el primer hijo que tuvo con su última esposa, también llamado Óscar, moriría de hambre en la manigua, a una edad demasiado temprana. Sus últimos hijos con Ana, los gemelos Carlos Manuel y Gloria de los Dolores, nacerían muy lejos de su padre y nunca llegarían a conocerlo.
En octubre de 1873 Céspedes fue destituido. Protagonizaron el hecho, entre otros, Salvador Cisneros Betancourt y Tomás Estrada Palma. La Cámara le negó el permiso para partir al exilio y reagrupar a su familia, además de exigirle tener acceso a su correspondencia personal.
Y el viernes 27 de febrero de 1874 los españoles van a por él. No se sabe con certeza si fue una delación, pero la tropa llegó fácilmente hasta San Lorenzo, un intrincado sitio de la Sierra Maestra donde se ocultaba. Manuel Sanguily describió su caída como "un sol de llamas hundiéndose en el abismo". Pero fue menos poética y más ridículamente trágica. Casi ciego y sin escolta, Céspedes realizó dos disparos y se lanzó a un precipicio.
José Martí supo de todos los rumores que circulaban contra Céspedes, pero afirmó que, para atreverse a juzgarlo, era preciso "haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros". En tiempos donde suele ser común decepcionarse ante tantas divisiones y fuego amigo, vale la pena recordar dos frases del Padre de la Patria: "El que no tiene detractores no ha hecho nada bueno en el mundo", pero... "que no por eso se enfríe nuestro amor a Cuba, ni el deseo de liberarla de sus opresores".
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