Cien años de soledad no se estrenó en Macondo
Cuba y la noche
La Cuba de carne y hueso está muy lejos de aquello que Carpentier bautizó como lo real maravilloso
Madrid/La burocracia cubana ha celebrado, a bombo y platillo, que la adaptación de la obra maestra de García Márquez tuviera su “estreno mundial” en La Habana, antes que en Netflix. Puede que los funcionarios del Icaic no pillaran el sarcasmo de los productores. Sonaba genial, desde el punto de vista del márquetin capitalista, anunciar que ese producto audiovisual tuviera su premier justamente en el lugar más absurdo y distópico del continente. Cuba es el país de América Latina donde, muchos años después, todavía la gente corre el riesgo de acabar frente a un pelotón de fusilamiento. Cuba es el oscuro rincón del mundo donde los niños quizás ya no conozcan el hielo, debido a los perpetuos apagones.
Sin embargo, el estreno no fue en La Habana. Ya el 4 de diciembre, Bruselas había sido testigo de un pase especial del primer capítulo y un conversatorio. Incluso dos días antes, en Ciudad de México, había tenido lugar un evento similar con cóctel, paneles y charlas. Cualquiera que conozca bien a Alexis Triana, el actual presidente del Icaic, sabe que sería capaz de disfrazar a algún realizador de esquimal para inflar sus festivales y anunciar la presencia del cine inuit en la Isla.
Uno de los asistentes a la proyección habanera, según Radio Rebelde, dijo emocionado al salir del cine Yara: “Me quedé con ganas de más, hay que buscar el resto de la serie”. Obviamente no se refería a buscarla en el famoso servicio de streaming, ya que solo una ínfima minoría de los cubanos tiene el lujo de acceder a esa plataforma. Seguramente se refería a conseguir alguna copia pirata en El Paquete, nuestro Netflix criollo. El propio spot publicitario de este 45 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano rinde un homenaje a la piratería muy poco sutil, saturado de aquello que Abel Prieto llama “colonización cultural”.
La novela de García Márquez es uno de los mejores ejemplos del realismo mágico, sin dudas
La novela de García Márquez es uno de los mejores ejemplos del realismo mágico, sin dudas. Pero la Cuba de carne y hueso está muy lejos de aquello que Carpentier bautizó como lo real maravilloso. Se trata más bien de una realidad que espanta, horroriza, desilusiona, deprime. Habría que estar muy enfermo para seguir romantizando la miseria y la opresión que sufren la abrumadora mayoría de los cubanos. Habría que hacer una lectura muy tóxica del amor, para seguir creyendo que en Cuba gobiernan “los que aman y construyen” o que “el país avanza”. Esa tierra, (hermosa, sí) donde muchos nacimos, pero de la que tuvimos que escapar millones, sufre las plagas del insomnio y del olvido de una manera más brutal que la que padecieron los macondinos. Y aún no aparece ningún alquimista que le encuentre remedio.
En la Cuba macondiana no gobierna un Buendía, sino una marioneta de apellido Díaz-Canel. Este teniente coronel de la reserva, que alcanzó sus grados militares Dios sabe cómo, está muy lejos de poseer el don de la clarividencia. Todo lo contrario, el sujeto es el hijo predilecto de la salación y la mala fortuna. Es, además, el alumno más aventajado en la asignatura de “meter la pata” que efusivamente enseñan en la escuelita del Partido. Tampoco sabemos si posee una cola de cerdo, no nos interesa indagar en esas partes. Lo que sí nos consta es que hay otras muchas características que comparte con el cuadrúpedo al que sus leales cantores de Buena Fe otorgaron el título de “mamífero nacional”.
La dictadura más vieja del continente ya lleva más de medio siglo de existencia, aunque esperamos que no llegue a los 100
La dictadura más vieja del continente ya lleva más de medio siglo de existencia, aunque esperamos que no llegue a los 100 años… de soledad. Según reza el refrán, no hay mal que pueda durar tanto. Es bien famosa aquella anécdota de Borges cuando dijo que la novela de García Márquez era buena, pero que con cincuenta años hubiera sido suficiente. En cambio, la novela que nos impuso Fidel Castro como realidad, se ha convertido en un culebrón imposible de elogiar, a menos que el mal gusto nos domine. Ya van más de seis décadas de crisis, éxodos, cárceles, mediocridad y muerte. El hilo de sangre que nos dejó el patriarca atraviesa, no ya un pueblo, sino todo un país, y se extiende allende las fronteras. El anciano enloquecido acabó sus días amarrado a un castaño, en el patio de la historia, reflexionando con los fantasmas de sus enemigos.
Ya correrán ríos de tinta hablando, bien o mal, de la serie de Netflix. Aunque es muy probable que no satisfaga a una buena parte del gran público. El propio Gabo se negaba en vida a que la niña de sus ojos fuera adaptada al cine. Él mismo decía: “Prefiero que mis lectores sigan imaginándose mis personajes como sus tíos y mis amigos, y no que queden totalmente condicionados a lo que vieron en pantalla”. Más allá del posible éxito o fracaso de la serie de Netflix, lo que nadie pone en duda es el desespero de un régimen que agoniza, capaz de inventarse estrenos para subir la moral de la tropa y elevar el ego chovinista. El aparato castrista debería leerse muy bien el final de la novela del Gabo, para entender cómo acaban las estirpes condenadas a cien años de soledad.