"No me cites ni publiques mi rostro", el miedo de los migrantes cubanos
Prescindir del antifaz y reivindicar una opinión a cara descubierta parece que es otra de las conquistas por lograr
Ciudad de México/Lleva medio año en Miami, tiene dos empleos y una maleta llena de miedos. "No me cites ni publiques ninguna foto donde se vea mi rostro", dice tajante cuando un medio independiente cubano se le acerca para tomarle un testimonio. Tuvo el valor para cruzar la selva del Darién, para lidiar con los coyotes y atravesar el río Bravo, pero cuando de la policía política cubana se trata, el temor no merma a pesar de la distancia.
Cada vez es más frecuente que un migrante de la Isla rechace aparecer con su nombre y apellidos en un reporte en la prensa, por el pavor a que le nieguen la entrada a su propio país, cuando decida viajar a visitar a su familia y llevarle los necesarios productos que aliviarán su crítica situación económica. Viven en una sociedad donde pueden expresarse libremente, elegir lo que comen o los periódicos que leen, pero cuando de Cuba se habla siguen encerrados en los barrotes de un totalitarismo.
De perfiles anónimos y fotos falsas están llenas las redes pero no se puede transformar democráticamente un país desde la máscara
Recientemente, una nota informativa que preparábamos en este diario se topó con la dura realidad de que personas que se manifestaban en la Florida, Estados Unidos, en contra del castrismo, con camisetas que llevaban consignas a favor de la libertad de los presos políticos y un cambio democrático en la Isla, se negaron a que sus testimonios aparecieran debidamente adjudicados. La razón para esa negativa se resume en una frase: "Es que voy a regresar a visitar a mi familia y no quiero tener problemas".
¿Es culpa de ellos el mantener la máscara a pesar de estar lejos de quienes los empujaron a llevarla? No. El pavor que se extiende entre tantos emigrados cubanos no es otra cosa que una muestra más de los largos tentáculos de un totalitarismo y del daño psicológico que estos causan. Ellos no son cobardes, sino víctimas. Pero comprenderlos no arregla el problema. ¿Cómo se pueden contar los avatares de una comunidad exiliada si parte de sus miembros prefiere esconder su cara y escamotear su nombre ante un reportero? El periodismo no puede nutrirse sólo de fuentes anónimas, necesita gente que ponga el rostro.
De perfiles anónimos y fotos falsas están llenas las redes pero no se puede transformar democráticamente un país desde la máscara. Prescindir del antifaz y reivindicar una opinión a cara descubierta parece que es otra de las conquistas por lograr. Lo triste es que no solo tendremos que alcanzar eso para quienes viven dentro de la Isla, también habrá que hacerlo para aquellos que residen en otros países donde deberían comportarse como seres más libres.
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