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'Coffee three cents’

A propósito del papel del cuadro como columna vertebral de la Revolución

Un cuentapropista vende maní y confituras en las calles de La Habana. (Luz Escobar)
Pedro Campos

23 de agosto 2016 - 10:11

La Habana/Cuentapropistas cubanos son echados de locales y espacios de trabajo contratados con el Estado, sin tener en cuenta las consecuencias para ellos y violando lo establecido en los "contratos". Recientemente ha ocurrido en Pinar del Río, según distintas informaciones, a propósito de la remodelación del bulevar de la ciudad. Pero esto pasa comúnmente en Cuba.

Un caso emblemático ocurrió en un parque habanero cuando fue cerrado al público para reparaciones y dos decenas de cuentapropistas, entre expendedores de alimentos, vendedores de juguetes, globos y artificios infantiles, fotógrafos, parqueadores y otros, se quedaron de momento sin trabajo y sin posibilidades de reclamación, a pesar de que tenían contratos por un año y sus licencias, pagos y demás documentación estaban en regla.

Meses después, terminados algunos unos ligeros trabajos de pintura y otros que hubieran podido hacerse entre lunes y viernes, sin necesidad de cerrar el parque, que trabajaba fundamentalmente los sábados y domingos, el importante centro de recreación fue reabierto, pero con otra administración.

Las protestas de los cuentapropistas fueron ignoradas. La nueva administración no tiene "responsabilidad con los viejos contratos", dijeron a los que luego intentaron reincorporarse. Fueron necesarios nuevos contratos para los que había que presentar toda la documentación, fotografías, licencia de trabajo por cuenta propia, pagos a la ONAT, cartas de buena conducta del CDR y otros.

Cuentapropistas cubanos son echados de locales y espacios de trabajo contratados con el Estado, sin tener en cuenta las consecuencias para ellos y violando lo establecido en los "contratos"

Unos veinte cuentapropistas quedaron sin trabajo por meses, sin posibilidad de reclamo. La nueva administración hizo nuevos contratos con otros cuentapropistas y algunos de los anteriores que se enteraron a tiempo de que había reabierto el parque. Otros no pudieron hacer sus nuevos contratos. El cupo era limitado. ¿Y los contratos anteriores? Bien, ¿y usted?

En Cuba es muy normal que al cambiar la administración de una empresa, de una fábrica, de un municipio o de una provincia muchas cosas cambien también.

Viene en la génesis del sistema estatalista verticalista instaurado en Cuba por el fidelismo, en nombre de un socialismo que nunca ha existido más que en los sueños de muchos cubanos.

Con las nuevas administraciones siempre hay cambios entre los cargos más importantes, en la forma en que se relacionan jefes y subordinados, en las prebendas viejas y nuevas que otorga el jefe, en la forma en que debe trabajar la empresa en general.

Y es que para este modelo, verticalista, dirigista, burocrático, paternalista y populista, "el cuadro es la columna vertebral de la revolución", como sentenció el Che Guevara en uno de sus escritos programáticos, y no las instituciones ni su ordenamiento. Según esa filosofía, presente en Cuba a cada paso, cuando el cuadro, es decir la columna vertebral no esté, pues todo el cuerpo se viene abajo.

Esa filosofía sobre la dirección y la administración es muy propia de los regímenes estalinistas, donde la figura central, el líder y sus decisiones lo son todo para sus subordinados políticos. Pasó en la URSS y en otros países "socialistas": la burocracia, la llamada "clase imprevista", según algunos estudiosos del tema, se adaptó rápidamente a los cambios y pasó de burocracia socialista a burocracia capitalista, o de dueños virtuales en el "socialismo" a dueños reales en el nuevo modelo capitalista privado.

Es como una de esas regularidades históricas del estatal-socialismo, que invariablemente se cumple en el sistema a todos sus niveles y en todas partes.

Las exclusiones, las designaciones, las imposiciones, las contradicciones y los fracasos son el pan nuestro de cada día

Por eso no ha sido extraño que a la caída del líder cambien muchas cosas, pues esos gobiernos personalistas no son capaces de generar estructuras ni instituciones funcionales a los intereses de las mayorías y los propios partidos comunistas en verdad no han sido más que ejércitos políticos leales a sus jefes fundadores.

Hoy lo vemos en un PCC, incapaz de presentar un programa de desarrollo coherente, integral para la nación cubana y donde los dale pa' lante y pa' tras, las exclusiones, las designaciones, las imposiciones, las contradicciones y los fracasos son el pan nuestro de cada día.

Por tanto, no faltaría razón a quienes creen que las normas generales que regulan el país no cambiarán hasta que cambie el administrador en jefe que tenemos, el mismo de siempre, y para entonces, cuando soplen otros vientos en Cuba, la burocracia leal actuará como el vendedor de café que paseaba por el muro del Malecón en la Habana en 1961, cuando la invasión de Girón, pregonando su vasito de café: "Cafeeé, tres centavos... Cafeeé, tres centavos" y que' al oír que los barcos americanos ya se divisaban y acercaban a las costas cubanas, reorganizó rápidamente su pregón: "Coffeee, three cents... Coffeee, three cents".

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