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Conquistar la democracia es tarea nuestra

Obama durante su discurso
Miriam Celaya

18 de diciembre 2014 - 06:05

La Habana/Tal como corresponde a las crispaciones derivadas de las polarizaciones y de los conflictos políticos largamente sostenidos, la sorpresiva noticia sobre la liberación de Alan Gross, por parte del Gobierno de Cuba, y de los tres espías confesos cubanos, por parte del Gobierno estadounidense, sumado al anuncio simultáneo del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países, ha desatado una ola de pasiones a ambos lados del Estrecho de la Florida.

Como "victoria de la dictadura", la han catalogado unos; como "traición a las aspiraciones democráticas de Cuba y al liderazgo global de EE UU", otros; y no han faltado quienes consideran "un crimen moral" lo que denominan un canje entre personas encarceladas injustamente en Cuba y tres criminales que ocasionaron muertes y duelo de familias cubanas.

En todos los conflictos, cada parte lleva algo de razón, pero cuando se trata de acontecimientos históricos tan significativos como el de un viraje radical en las relaciones Cuba-EE UU tras un diferendo de 50 años, es preciso dejar de lado los ardores y analizar con serenidad el nuevo escenario, a fin de sacarle las mayores ventajas posibles.

Por otra parte, no debería percibirse como una pérdida la liberación de un ciudadano estadounidense arbitrariamente preso y utilizado como rehén de la dictadura cubana, así como de un grupo importante de presos políticos. Todos ellos ahora han logrado reunirse con sus familias y continuar con sus vidas. Si tal es la supuesta "victoria" de Raúl Castro, yo la llamaría una victoria pírrica.

Pero en todo caso, tanto Alan Gross como los tres vasallos del feudo de los Castro son temas que se agotan con su liberación. Lo realmente trascendente es que con el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países se ha roto el nudo gordiano que mantenía el inmovilismo y la confrontación, y ahora quizás estamos ante un abanico de oportunidades que deberíamos tratar de aprovechar, en lugar de seguir entregados a lamentaciones y catarsis que no conducen a parte alguna. Se trata, por así decirlo, del viejo principio del vaso que podemos ver medio lleno o medio vacío. Yo elijo verlo medio lleno y hacer lo posible por completarlo hasta el mismísimo borde.

Se ha roto el nudo gordiano que mantenía el inmovilismo y la confrontación, y ahora quizás estamos ante un abanico de oportunidades que deberíamos tratar de aprovechar

Digamos, por ejemplo, que en lo sucesivo ya nadie podrá acusarnos de ser "mercenarios al servicio de un país enemigo", en especial cuando visitemos la sede diplomática estadounidense o participemos en debates, actividades culturales o académicas, video-conferencias o cursos sobre uso de tecnologías de la información y las comunicaciones e idioma inglés, que allí se imparten. Tampoco se podrá seguir justificando la teoría de David vs Goliat, o la renuencia a ratificar los Pactos de la ONU firmados en febrero de 2008, entre otros tantos recursos esgrimidos por el régimen. Cierto que éste no necesita pretextos para reprimir y para mantener secuestrados los derechos ciudadanos; pero hoy Barack Obama ha puesto el balón de este lado de la cancha, lo que coloca bajo presión política a la cúpula cubana.

Otro punto a seguir de cerca será la manera en que se aplicarán los acuerdos y de qué forma EE UU velará por que los verdaderos beneficiarios de tan trascendentales cambios sean los cubanos y, en especial, la sociedad civil emergente. En todo caso, el Gobierno estadounidense ha corroborado su compromiso con las aspiraciones democráticas largamente postergadas en la Isla, y con este paso decisivo también asume una gran cuota de responsabilidad histórica con las consecuencias que se deriven de ello.

Es difícil imaginar los malabares que tendrá que hacer el Gobierno cubano para conciliar los principios "antiimperialistas" del ALBA y de sus aliados regionales con esta renovación de relaciones con el villano norteño. Si algo no perdona la izquierda son los adulterios o la bigamia ideológica. En todo caso, la parte cubana tiene ahora cuatro meses de gracia, hasta la Cumbre de las Américas a celebrarse en Panamá, para demostrar a la administración estadounidense que está dispuesta a avanzar en materia de derechos humanos. El mensaje de Barack Obama en tal sentido, fue casi un ultimátum.

Barack Obama representa una nueva era mientras Raúl Castro es el pasado

En resumen, haciendo un análisis superficial de las respectivas alocuciones de los presidentes de ambos países, los contrastes saltan a la vista: uno joven, vestido elegantemente de civil, hablando sobre el futuro que espera de estos cambios de política desde la sede de su gobierno; el otro, octogenario, embutido en un ridículo uniforme militar y aplastado bajo el peso de medallas y charreteras, leyendo con aire fúnebre y voz gangosa un papel, desde una horrible oficina donde no hay siquiera una simple computadora. Barack Obama representa una nueva era mientras Raúl Castro es el pasado, por más que nos empeñemos en ignorar esa realidad.

Por demás, resulta patético asumir el éxito o fracaso de nuestra lucha contra la dictadura en dependencia de que se mantenga o no una política foránea. EE UU ha demostrado tener una capacidad y una disposición inigualables para apoyar a los cubanos, pero conquistar la democracia es, sin dudas, una tarea nuestra.

La sociedad civil independiente, incluyendo en ella todo el amplio espectro de opositores, activistas, periodistas, etc., podemos ahora elegir entre dos actitudes: aferrarnos al anacronismo de la beligerancia y el atrincheramiento que tanto hemos criticado al régimen, o asumir los desafíos que nos ofrecen los nuevos tiempos. El momento puede ser interpretado como una derrota o como una crisis de crecimiento. En lo personal, prefiero crecer.

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