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El pésimo culebrón de la calumnia

La repetida fórmula del victimismo del Gobierno ya no convence y genera más indignación que adhesión

La lista de artistas, activistas y periodistas independientes señalados el pasado miércoles en el noticiero principal de la Televisión Nacional. (Captura)
Yoani Sánchez

15 de enero 2021 - 18:08

La Habana/La pantalla era en blanco y negro, el televisor de factura rusa y la niña que miraba las imágenes apenas tenía diez años. El locutor hilaba improperios contra un opositor cubano, mientras en la escena se juntaban también un águila en postura amenazante, las siglas CIA y una multitud de puño levantado. Más de 30 años después, aquella niña -ya adulta- sería uno de los protagonistas de otra emisión de tan burdo programa.

Como en una serie interminable y de pésima factura, la televisión nacional ha difundido en las últimas semanas nuevos capítulos de difamación contra activistas y disidentes. La historia de estas emisiones de fusilamiento de la reputación se trenza con los propios orígenes del sistema político imperante en esta Isla, acostumbrado a vilipendiar a sus críticos sin ofrecerles derecho a réplica.

Aunque estos libelos contra opositores forman parte del genoma del castrismo y apenas han variado en sus trucos e improperios, la audiencia se ha transformado bastante en estas tres últimas décadas. De un público cautivo "obligado a creerse todo lo que decían los medios oficiales" hemos pasado a un país donde crece el número de personas que apenas ven la parrilla televisiva nacional y prefieren consumir contenido a la carta.

Aunque estos libelos contra opositores forman parte del genoma del castrismo y apenas han variado en sus trucos e improperios, la audiencia se ha transformado bastante en estas tres últimas décadas

La manera en que estas campañas de difamación se recibían a nivel internacional también es diferente. La repetida fórmula del victimismo de un régimen que siempre culpa a supuestas fuerzas extranjeras de la existencia de voces críticas en el país ya no convence y genera más indignación que adhesión. A eso se suma que estos ataques contra los disidentes nutren las denuncias en los organismos globales y provocan campañas de solidaridad hacia las víctimas.

Pero quizás los efectos más negativos para el oficialismo son los que se generan en la propia población cubana tras la emisión de estas cápsulas de odio destinadas a satanizar a individuos y grupos. Las reacciones, incluso las que están más en sintonía con la versión de la Plaza de la Revolución, pueden ser absolutamente contraproducentes para el objetivo que busca el poder.

"Si hacen todo eso que dice la televisión lo que tienen que hacer es encarcelarlos", vociferaba un jubilado de ropa raída a la mañana siguiente en que más de una decena de rostros aparecieron en el Noticiero Estelar como una cartografía de los nuevos enemigos de la patria. Una mujer cercana al pensionado le respondió en voz más baja: "Ah, eso de la televisión es espectáculo nada más, para entretener" y una risa cundió en la cola para el pollo congelado.

Para los más recalcitrantes militantes del Partido Comunista resulta inconcebible que esos presuntos "agentes de una potencia extranjera" caminen por las calles, transmitan sus ideas a través de las redes sociales y hasta trabajen en redacciones periodísticas independientes dentro de la Isla. Así, la reiteración de estas campañas de difamación está extendiendo la idea de que el poder está débil y solo le queda el insulto y "los programitas de televisión", al decir popular.

También hay otros resultados inesperados, como la convicción de que en la medida en que la crisis económica se hace más profunda la propaganda política se hace más agresiva y estentórea

También hay otros resultados inesperados, como la convicción de que en la medida en que la crisis económica se hace más profunda la propaganda política se hace más agresiva y estentórea. Muchos recuerdan los durísimos años del Período Especial, cuando las tiendas se vaciaron y las calles se llenaron de vallas encendidas de ideología. "Esto es para tapar que no hay ni arroz", sentenciaba una joven tras escuchar los primeros segundos de la diatriba televisiva del pasado miércoles y justo antes de apagar el aparato.

Ni qué decir de la publicidad gratuita que traen estos programas de los rostros y fenómenos vilipendiados. Varios de los difamados han contado de muestras de apoyo popular tras ser acusados en el noticiero, mensajes de solidaridad y hasta el emotivo gesto de ser invitados por algún desconocido a compartir espacio en una cola para alcanzar un producto, una verdadera muestra de amistad y altruismo en estos tiempos de escasez.

Entonces, si la audiencia ya no se traga pasivamente estas "papillas" difamatorias, la imagen del Gobierno se devalúa mundialmente cada vez que las difunde y las reacciones populares van de la indiferencia a la empatía con los atacados, vale preguntarse por qué el régimen cubano sigue apelando a tales fórmulas. Qué razón impulsa al Partido Comunista a apostar por unos métodos de resultados escasos o, incluso, contraproducentes.

La respuesta es sencilla: los ideólogos del castrismo no saben hacer otra cosa. Su manera de actuar y de manejar la propaganda sigue siendo la misma que utilizaron ampliamente hace medio siglo. Quienes deciden, por allá arriba, cómo tratar a los críticos siguen pensando en las fórmulas que les dieron algunos réditos hace décadas. La niña frente al televisor creció y amplió sus horizontes, pero el sistema está fosilizado.

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