Una conversación entre Estados que no hablan el mismo lenguaje en busca de un terreno compartido
La Habana/La segunda ronda de conversaciones entre la Unión Europea y Cuba, celebrada en Bruselas el pasado miércoles, puede ser entendida como el segundo acercamiento entre Estados que no hablan el mismo lenguaje en busca de un terreno compartido de entendimiento que satisfaga tres exigencias mutuas.
Por parte de la Unión Europea se trata de la necesidad de un clima propicio a las inversiones dentro de una competencia global y feroz por la colocación de activos; la de una actitud menos estridente contra la sociedad civil por parte del Estado cubano ―dado el hecho del empate simbólico entre ambos, e independientemente de las asimetrías reales―, y la de un comportamiento menos audaz del castrismo en sus alineamientos internacionales, porque el apoyo desfachatado del Gobierno de la isla a las apetencias imperiales de Rusia no es un mensaje de simpatía a Europa ni un aporte diplomático a la estabilidad mundial. Si estas exigencias fueran satisfechas del lado de las autoridades cubanas, la Unión Europea se sentiría cómoda en el primer tramo de un diálogo que nació de una premisa más profunda: Cuba debe ser dejada a su propia evolución.
El Gobierno cubano demandaría, de su lado, otros tres dividendos. Por un lado, el plácet político a probables inversionistas europeos (un clima de tensión entre gobiernos es poco estimulante a los negocios). En segundo lugar, la validación del nuevo régimen autoritario por la comunidad de democracias, a fin de cuentas hay una diferencia importante entre la Cuba anterior y posterior al 14 de enero de 2013. Y, finalmente, la superación del aislamiento político por la diferencia de valores de legitimación entre los interlocutores, una probable ganancia que trivializaría el desencuentro ideológico entre Estados y aislaría diplomáticamente a los Estados Unidos.
En su apuesta, las autoridades de la Isla pueden contar con una pauta paradigmática dentro de la visión de política exterior europea: el realismo en las relaciones internacionales. Podría argumentarse, con bastante fundamento histórico, que la Posición Común asumida por la Unión Europea en 1996 en relación con Cuba fue un espasmo de idealismo wilsoniano[i] dentro de la filosofía del realismo político consustancial a Europa.
El idealismo nos dice que en sus relaciones internacionales los Estados deben guiarse por ―e impulsar― determinados valores a la hora de establecer sus vínculos con otros países; el realismo argumenta, por el contrario, que los actores reales y verdaderamente decisorios en las relaciones internacionales son los Estados. Esto no está queriendo decir que los idealistas no consideren las relaciones de poder en el ámbito internacional, ni que los realistas desconozcan los valores cuando se trata de orientar sus políticas. Significa que los respectivos conceptos de partida, que definen y limitan las acciones, tienen distinto contenido.
A diferencia de los Estados Unidos, Europa ha sido siempre realista. Sus valores, aquellos que comparte con Norteamérica en términos de libertades, derechos humanos y democracia, se introducen por negociación y asumiendo la legitimidad de aquellos Estados o gobiernos que no respetan esos valores universales. La Ostpolitik ―la política exterior de Europa occidental hacia el Este europeo desarrollada por el extinto canciller alemán Willy Brandt en los años 70 del pasado siglo ― y los Acuerdos de Helsinki constituyen los modelos típicamente europeos dentro de los cuales realismo e idealismo se dieron la mano. Siempre en tensión.
Los tipos malos no tendrán toda la legitimidad pero existen. Esta es la visión europea que tuvo su proyección hacia África, Asia y el Caribe en el llamado Acuerdo de Cotonou[ii], por el cual se establece la cooperación bajo compromisos refrendados por los Estados de que promoverán y respetarán los derechos humanos.
En 2002 la Unión Europea intentó redimensionar las relaciones con el Gobierno cubano dentro del marco de Cotonou, lo que suponía dejar atrás la Posición Común: una política afianzada en los principios, digamos que en el mejor idealismo y, al mismo tiempo, una invitación a la parálisis e inmovilismo políticos.
El Gobierno cubano no está hoy preparado para ratificar los Pactos de Derechos Humanos de las Naciones Unidas
El Acuerdo de Cotonou expresa la mejor combinación de realismo e idealismo que es posible obtener desde los fundamentos realistas de todo el pensamiento de política exterior en Europa, con la probable excepción de Immanuel Kant y su visión de la paz perpetua.
Pero el Gobierno cubano no estaba preparado para adherirse a este Acuerdo ―siempre he sostenido la hipótesis de que la mal llamada Primavera Negra estaba dirigida contra la "trampa democrática" de Cotonou― del mismo modo que no lo está hoy para ratificar los Pactos de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Ni intelectual, ni políticamente. Tampoco en la dimensión psicológica del deseo, es decir de la voluntad.
Entre Cotonou y la Posición Común, la búsqueda de un Acuerdo Bilateral entre la Unión Europea y Cuba refleja esa tensión entre los principios y el principio de realidad de la política europea. Es el intento de balancear el apego a los valores democráticos y de Derechos Humanos con la legitimidad que todos los países europeos jamás han negado al gobierno cubano.
No resultaría muy serio en este sentido afirmar que en nuestro caso Europa abandona los valores en el altar de los negocios. Ello sería como afirmar que Europa olvida a Europa, extirpando su ADN democrático. Y este enfoque es desorientador porque impide visualizar correctamente el perfil político de los interlocutores, cierra desde el lado cubano puertas que no se han cerrado desde el lado europeo y sigue alimentado la idea y el diseño de entender la estrategia política solo desde lo simbólico en detrimento del juego de fuerzas reales.
En un arranque analítico podría pensarse que el diálogo político que comenzó en abril, continúo en esta segunda ronda de agosto y tendrá una tercera, presumiblemente en el mes de diciembre, responde a cierto pragmatismo europeo en relación con las condiciones reales en el terreno. Esto me parece cierto en contraste con la Posición Común y respondería a lo que es el criterio político por excelencia: la eficacia. En este caso la de una política que ha cumplido 20 años.
No se han hecho aquí las reformas necesarias para que empiece a jugar la economía profunda y de escala que se está moviendo por toda América Latina
Sin embargo, el pragmatismo solo, no lo explica. Para mí, ni siquiera lo hace en la dirección en la que comúnmente se asume: la oportunidad de negociar. El capital, las inversiones y la tecnología europeos están ávidos de aterrizar en Cuba, pero no lo hacen en la medida en que desearían y podrían porque, hablando con rigor, no se han hecho aquí las reformas necesarias para que empiece a jugar la economía profunda y de escala que se está moviendo por toda América Latina. La Europa económica no está corriendo detrás de una oportunidad, que es lo que hacen los pragmáticos; está, en realidad, visualizando unas probabilidades que hasta ahora no se verifican en los hechos. Para empezar, Cuba es el país de la inseguridad jurídica por antonomasia.
Lo que sucede, a mi modo de ver, es que la Europa política avizora, tras el fracaso de la Posición Común, una oportunidad de retornar a una tradición, con la que se entiende mejor, que coloca a los Estados por encima de la sociedad civil en sus relaciones internacionales. Nunca, ni en los mejores momentos de la Posición Común, vimos un amago de relaciones entre la sociedad civil europea y la sociedad civil cubana, con contadísimas excepciones.
En la mejor de las hipótesis, digamos una en la que la oposición política y la sociedad civil dentro de Cuba constituyeran fuerzas de impacto social, siempre veríamos a Europa moviéndose en la dirección del acuerdo entre un Estado-dictadura que se menea, una sociedad civil que cambia con el cambio sociológico del país y unos actores externos que creen en el compromiso entre las partes con independencia de su específica naturaleza ética. Si el idealismo legitima más la interlocución entre iguales, es decir actores que comportan al menos la retórica de los valores; el realismo legitima, a pesar de cualquier buche amargo, la interlocución entre valores diferentes, con la probable pretensión de llegar a compartir los mismos valores.
¿Qué podemos esperar del realismo político, es decir del diálogo Unión Europea-Cuba?
A mi modo de ver, mucho. Si primero aprendemos lo que podemos y no podemos esperar de actores externos. Para empezar debemos esperar que no suceda lo que no debíamos estar esperando que sucediera: que los europeos nos sustituyeran como actores del cambio. Si la Posición Común se agotó fue porque no supimos aprovechar su sombrilla, antes de que fuera agujereada, con una estrategia eficaz y visible. La responsabilidad está en nosotros y no en Europa.
Debemos esperar que no suceda lo que no debíamos estar esperando que sucediera: que los europeos nos sustituyeran como actores del cambio
Segundo, debemos aprender que en política se trata de poder y fuerzas reales, independientemente del poder y la fuerza de los símbolos. De hecho, hemos tenido como aliada la filosofía del idealismo estadounidense y no hemos sabido aprovecharla, aunque sí nos ha servido para mantener nuestro caso en ciertos niveles de la agenda y el compromiso internacionales.
En tercer lugar, debemos esperar que ciertos inversionistas se aventuren a explorar el erial cubano, en el entendido de que los intereses cuentan en política y que del juego de intereses podemos sacar ventajas y lecciones políticas para reacomodar nuestras estrategias. El problema en términos económicos no creo que radique en la inundación inversionista que se avecina, sino en que esta no será lo suficientemente fuerte como para debilitar los amarres autoritarios del poder. Cuba no parece estar tocada, afortunadamente, por la maldición de las materias primas escasas y estratégicas que ponen en fila india a las grandes fortunas mundiales. Lo que Europa no parece intuir es que al Gobierno de Cuba solo le interesa la economía corporativa de frontera, muy por debajo de la fuerza y naturaleza de la economía global: una economía de escala que busca la penetración de territorios para la creación de mercados fuertes e intensos.
En cuarto lugar, y finalmente, debemos esperar que la Unión Europea siga hablando de derechos humanos y libertades a la espera de que nosotros hagamos lo nuestro, de modo que nuestras estrategias y acciones puedan ser consideradas en una agenda internacional de discusiones. Nuestra fuerza real está todavía por debajo de las mesetas del juego político.
Porque en política hay asuntos urgentes y hay asuntos estratégicos. El desafío es convertir en urgente una estrategia. Y ese es nuestro.
[i] Para la teoría y práctica de las relaciones internacionales, el idealismo conceptúa el pensamiento diplomático estadounidense que se desarrolló en base a las ideas del presidente Woodrow Wilson a principios del siglo XX y que derivó en la doctrina conocida como Wilsonianismo o Idealismo Wilsoniano. El antecedente histórico e intelectual de esta concepción lo tenemos sin embargo, en Europa, con el filósofo alemán Immanuel Kant, que desgranó sus ideas en su obra titulada Sobre la paz perpetua.
[ii] Acuerdo de Cotonou: acuerdo de intercambio comercial y de asistencia firmado en el 2000 entre la Unión Europea (UE) y los 78 estados de África, del Caribe y del Pacífico (ACP) en Cotonou, Benín, en reemplazo de la Convención de Lomé.