Cremata expresa el hartazgo de los creadores ante la represión cultural
La Habana/“¿Qué derecho tiene alguien a dictaminar sobre el pensamiento de todos?”. La pregunta, profundamente subversiva para la realidad cubana, es el eje de la carta abierta que el artista Juan Carlos Cremata recientemente remitiera a un desconocido funcionario de cultura, de nombre Andy Arencibia Concepción, después que una comisión del Consejo Nacional de las Artes Escénicas (CNAE) suspendiera la temporada teatral que bajo la dirección de Cremata presentaba la obra El rey se muere, de Eugène Ionesco, en la sala Tito Junco del Centro Cultural Bertolt Brecht. Tras solo dos presentaciones –sábado 4 y domingo 5 de julio– la pieza fue abruptamente suspendida por los administradores oficiales del arte.
La misiva de Cremata, dura, sin afeites, fue enviada por él vía correo electrónico a varios amigos y a 14ymedio.com, para su mayor difusión, en un gesto que convoca a la memoria, cuando más de ocho años atrás se produjera el fenómeno que trascendió como “la guerrita de los e-mails” o “polémica intelectual”, iniciada por una reacción espontánea de artistas e intelectuales por la presentación del connotado censor “Papito” Serguera –autor del proceso de “parametración” que condenó al ostracismo a decenas de artistas, escritores y otros creadores– en un programa de la televisión nacional.
En aquella ocasión la sola presencia del referido comisario en los medios disparó las alarmas en el gremio artístico, especialmente en las víctimas sobrevivientes del funesto Quinquenio Gris, dando lugar al primer debate intelectual abierto e incontrolado, que tuvo como escenario el incipiente ciberespacio de los correos electrónicos y que llegó a cuestionarse la política cultural de la revolución, pautada por Fidel Castro en su amenazante y célebre discurso conocido como Palabras a los intelectuales.
En 2007, la "guerrita de los e-mails" hizo evidente la fractura del tradicional pacto de sumisión del sector artístico-intelectual a la política cultural del Gobierno
Finalmente, tras varias semanas de intercambio de e-mails en los que fueron subiendo de tono las críticas, la polémica fue sellada con la celebración de una reunión a puertas cerradas en la Casa de las Américas, encabezada por el entonces ministro de cultura, Abel Prieto, y a la que solo pudo asistir una selección de los participantes del peculiar debate. Las voces de protesta fueron acalladas con algunas pequeñas concesiones a las figuras más reconocidas, y el frenético trasiego de e-mails terminó tan repentinamente como había comenzado.
No obstante, la “guerrita de los e-mails” logró sentar un precedente importante, entre otros, por dos factores esenciales: se hizo evidente la fractura del tradicional pacto de sumisión del sector artístico-intelectual a la política cultural del Gobierno, y por primera vez en la Isla las nuevas tecnologías de la informática y las comunicaciones fueron utilizadas en beneficio del libre pensamiento, burlando la censura oficial. No resulta casual que poco después, en 2007, se produjera un despunte de auténtica libertad de expresión con el surgimiento de los primeros blogs independientes que tanto quehacer han dado a los represores.
Controversial director de cine y teatro, ya Juan Carlos Cremata ha experimentado antes la presión de la censura de los comisarios del arte oficial, debido a su marcada preferencia por temas incómodos de la realidad cubana, así como por su manera incisiva y directa de abordarlos. Desde su debut como director cinematográfico con el largometraje Nada (1995), donde utilizó con éxito recursos de la comedia para tratar el drama de la emigración, la intransigencia de una funcionaria y el amor de una pareja de jóvenes en medio de las carencias de la crisis económica de los años 90, ganó tanto la aprobación del público nacional –que se ha mantenido desde entonces muy cercano a su quehacer en el cine y en la escena teatral–, como la atención de los inquisidores ideológicos.
Cremata ha experimentado antes la presión de la censura de los comisarios del arte oficial, debido a su marcada preferencia por temas incómodos de la realidad cubana
A pesar de esto, Nada obtuvo el Premio Coral de Ópera Prima en la edición XXIII del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en 2001, además de otros reconocimientos internacionales.
Después vinieron otros filmes, entre ellos el conocido largometraje Viva Cuba, también laureado en certámenes internacionales, y varios cortos marcados por ese estilo cáustico y cuestionador que le han conferido a este realizador, a la vez que la preferencia del público cubano, la hostilidad de los censores.
Entre estas piezas destaca Crematorio 1: en fin… el mal, un retrato sintético de la Cuba actual a través de una sátira ácida y mordaz a la rigidez e hipocresía de los dogmas ideológicos impuestos a la sociedad, y cuyo guion, de principio a fin, pone explícitamente en tela de juicio la pérdida de valores sociales y la falsedad de los fundamentos morales del sistema. Crematorio nunca ha sido transmitido por los canales de la televisión ni ha estado en las carteleras de los circuitos cinematográficos, pero ha circulado ampliamente entre el público de la Isla a través de las redes de difusión informales, en buena medida gracias al interés que suele despertar lo prohibido.
La censura solo refuerza el mensaje que pretendía anular, al identificar al Rey Berenjena Primero con el expresidente cubano –ambos decadentes, agotados, obsoletos
Por otra parte, su desempeño como director de teatro también ha tenido obstáculos. Según testimonia el propio Cremata, cuatro años atrás, en la misma sala Tito Junco, fue interrumpida después de 14 funciones la temporada de la obra La hijastra, que él dirigía.
Paradójicamente, el actual episodio de censura contra El rey se muere solo refuerza el mensaje que pretendía anular, al identificar al personaje protagónico de la obra, el Rey Berenjena Primero, con el expresidente cubano –ambos decadentes, voluntariosos, agotados, obsoletos–, más aún cuando la presidenta de las Artes Teatrales en Cuba, Gisela González, calificó la puesta con los términos de “traición” o “panfleto político”.
No han faltado alusiones a un innecesario exceso de vulgaridad en la puesta en escena. De hecho, Cremata admite el uso de un “lenguaje procaz, desmedido, irreverente (que no es lo mismo que irrespetuoso), iconoclasta, contestatario y algunas veces hasta vulgar o soez”. Sin embargo, este argumento no podría ser esgrimido como la causa de la censura. En particular cuando la vulgaridad es una carta credencial del sistema y se legitima por parte de sus funcionarios culturales, tal como quedó demostrado internacionalmente en los groseros actos de repudio contra los representantes de la sociedad civil independiente cubana, orquestados y dirigidos durante la pasada Cumbre de las Américas en Panamá por muchos de esos celosos veladores de la “cultura nacional”, entre ellos el exministro de cultura, Abel Prieto, el seudo intelectual Miguel Barnet (dizque “antropólogo”) y el presidente de la Asociación Hermanos Saíz, personaje de una grisura tal que no podría siquiera recordar su nombre.
¿Cómo podríamos ignorar los numerosos “actos culturales” que sirven de fondo a similares repudios contra la oposición pacífica de la Isla y en los que ciertos instructores de arte enrolan incluso escolares de primaria? ¿Acaso cabría imaginar mayor ordinariez que la que se promueve desde las instituciones y administradores de la cultura? ¿Existe mayor vulgaridad que la propia censura a la libertad de creación y de pensamiento?
Una contenida, pero creciente, transición ha comenzado a operarse en la conciencia de nuestros mejores creadores y artistas. Y es una pandemia contagiosa
Lo cierto es que, al dirigir esta temporada teatral en la cual se propuso “hablar de la resistencia al cambio”, Cremata terminó superando la categoría de sujeto incómodo para alcanzar la de creador intolerable en la taxonomía del comisariado cultural. Comisariado que es, precisamente, vanguardia atrincherada de esa resistencia.
“Defiendo, ante todo, una pluralidad de lecturas en lo que persigo o sueño y por lo que de alguna manera me obsesiona y alienta como artista, pensador y ser humano”, declara Cremata. Un principio que niega frontalmente la naturaleza excluyente de un sistema que ha impuesto lo que el artista define irónicamente como “independencia restringida”, “libertad por la libreta” y otros epítetos. Pero igualmente define con claridad la índole fascista de la censura oficial.
Al advertir a sus (nuestros) censores que corren tiempos en los cuales “una pandemia de libertad inunda nuestros sentidos”, Cremata anuncia lo que hemos estado percibiendo muchos: una contenida, pero creciente, transición ha comenzado a operarse en la conciencia de nuestros mejores creadores y artistas. Y es una pandemia contagiosa. Especialmente porque proviene de voces que pueden ejercer sobre la sociedad una influencia mayor y más profunda que cualquier programa o marcha opositora, lo que hace más visible y contraproducente la acción de los represores.
Ahora está por verse si la carta de Cremata deviene detonante de los reclamos que han estado haciendo en los últimos años los mejores creadores cubanos y desata otro debate que implique estas y otras libertades, o si otro enorme silencio la convierte en epílogo de lo que pudo ser el inicio de una nueva polémica intelectual.