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La crisis económica explicada a partir de un pernil de cerdo

Como un 'Dow Jones' a la cubana, este corte traza la línea clara del abismo social que separa al país

Un pernil de cerdo marca en Cuba la diferencia, pero también cerca de la Isla, en Venezuela, se repite la historia. (EFE)
Yoani Sánchez

31 de diciembre 2017 - 16:55

La Habana/El joven toca la puerta, llega desde el poblado de Güira de Melena, suda a mares. No hace falta que medien palabras, basta que muestre la mercancía que consiste en leche fresca, queso y un pernil de cerdo. El vendedor informal tiene ofertas más baratas que los mercados estatales, en unos días en que las tarimas de la ciudad se quedan vacías o la calidad se desploma.

En un país donde el Producto Interno Bruto creció en 2017, según datos oficiales, un 1,6%, los cubanos que no tengan contactos en el mercado informal la siguen pasando muy mal. No importa si se trata de un nuevo rico con la cartera abultada, un trabajador estatal que araña cada centavo de su salario o un jubilado con pensión y remesa. Sin ese vendedor furtivo que toca a la puerta, todos tienen menos posibilidades de llegar a fin de mes.

El complejo entramado subterráneo que surte las mesas nacionales, y que en fechas festivas se vuelve imprescindible, es una de las tantas evidencias de la disfuncionalidad del sistema económico que rige en la Isla. Junto a las primeras letras, las consignas políticas y la simulación ideológica, los nacionales aprenden a comprar y vender “por la izquierda”. Quien no apruebe esa vital asignatura está perdido.

El abecé de la escuela de la clandestinidad es sencillo: pocas preguntas, mucha complicidad y nunca “irse de lengua” porque a los chivatos “no se les vende”

El abecé de la escuela de la clandestinidad es sencillo: pocas preguntas, mucha complicidad y nunca “irse de lengua” porque a los chivatos “no se les vende”. Asumida esa primera clase, solo falta tener un contacto que haga la primera conexión con “la fuente”. Conseguir un suministrador serio, que no estafe o adultere la mercancía, equivale por estos lares a hallar un trébol de cuatro hojas. Quien lo tiene no lo suelta.

Por su parte, los vendedores del mercado negro que más se arriesgan son quienes mueven mercancía “delicada”, como camarones, langosta, leche y todos sus derivados, además de la muy perseguida carne de res. Sin embargo, para fin de año, un pernil de cerdo se eleva a la categoría de “los más buscados” por la policía, especialmente después de que el Gobierno obligara a topar los precios de muchos productos agropecuarios.

Ese trozo de carne que arderá en los fogones de innumerables casas en el último día del año es un símbolo de estatus. No es lo mismo una paleta, una costillar o la menos valorada “banda” de cerdo, que poder asar este 31 de diciembre un pernil. Como un Dow Jones a la cubana, este corte traza la línea clara del abismo social que separa al país.

Hoy domingo, cuando los olores se eleven desde miles de cocinas en esta Isla, no solo los contrastes económicos estarán allí con toda la crudeza que marcan los platos, sino que el grado de contacto con el mercado negro marcará la diferencia de lo que cada familia puede llevarse a la boca.

Para quienes no pertenecen a la clase gobernante, que en estas fechas reciben de regalo un combo de turrones, licores y piezas de carnes, solo quedan dos caminos para pertrecharse para las festividades: atrapar en las largas colas de los mercados un trozo de cerdo que valga la pena o apelar a un vendedor clandestino.

El que tenga alguien que le toque la puerta furtivamente comerá con más variedad, quien se sumerja en la ilegalidad podrá hacerse con un bocado más cercano al “ideal” de la Nochevieja cubana y aquel que mejor se mueva en los entramados informales festejará San Silvestre con menos dolor.

Un pernil de cerdo marca en Cuba la diferencia.

Cerca de la Isla, en Venezuela, se repite la historia. Un sistema que promueve el clientelismo político y quiere controlar cada detalle de la economía se pone a prueba por estas fechas

Cerca de la Isla, en Venezuela, se repite la historia. Un sistema que promueve el clientelismo político y quiere controlar cada detalle de la economía se pone a prueba por estas fechas. La crisis económica que vive el país debido a la mala administración, la corrupción y la ceguera política de sus gobernantes, alcanzó cuotas dolorosas esta semana.

Los venezolanos se están lanzando a la calle por la penuria cotidiana. Hasta los sectores más pobres o fieles al chavismo reclaman poder comer las tradicionales doce uvas de fin de año y que Nicolás Maduro cumpla su promesa de importar masivamente perniles para Navidad. Ante una cena familiar frustrada, de poco valen las consignas.

El Palacio de Miraflores le echó la culpa a Portugal de no haber cumplido sus compromisos y haber dejado a miles de pobres sin su tradicional cena de Navidad, lo que desencadenó una nueva ola de protestas callejeras.

Allí también, un trozo de cerdo se ha vuelto más elocuente que cualquier consigna antigubernamental. El contenido de la mesa para esperar 2018 habla más de privilegios, crisis e ilegalidad que el mejor tratado económico que pueda escribirse sobre el descalabro de un sistema.

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