Cuba: cambiar para que todo siga igual
En diciembre de 2014 Raúl Castro y Obama sorprendían a todos con la noticia de que comenzarían a normalizarse las relaciones entre ambos países
Madrid/La última década en Cuba es, quizás, la que más cambios ha visto en medio siglo. Sin embargo, tenemos la sensación de que todo sigue igual, o incluso peor. Esto nos recuerda la célebre novela de Lampedusa, El Gatopardo. En ella, el personaje de Tancredi le dice a su tío una frase que ha sido repetida incontables veces: “si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”.
En diciembre de 2014 Raúl Castro y Obama sorprendían a todos con la noticia de que comenzarían a normalizarse las relaciones entre ambos países. La oposición al régimen de la Isla vio este hecho de dos maneras diferentes. Para unos, la decisión del Gobierno estadounidense era una traición a un exilio histórico, que había luchado durante años contra la dictadura. Para otros, era la forma más inteligente y eficaz de influir, al estilo killing me softly, en la caída del castrocomunismo. Sin embargo, para la mayoría de la gente común dentro de Cuba, aquello no significaba otra cosa que un alivio a las penurias sufridas diariamente. Parecía un momento de esperanza.
En 2015 se ampliaba el acceso a internet para la población. Este pequeñísimo detalle marcaría un “efecto dominó” que tendría una influencia decisiva en la percepción de los cubanos sobre el mundo y su propia realidad. El caballo perdía sus anteojeras.
En marzo de 2016 el Air Force One aterrizaba en el aeropuerto internacional José Martí de La Habana. Nueve meses después, Raúl Castro anunciaba en televisión la muerte de su hermano. Parecía que sí, que por fin los cambios estaban ocurriendo y que sería inevitable el fin de una era.
Pero el año 2017 constituyó un punto de giro. Obama eliminaba la política de “pies secos/pies mojados” antes de abandonar la Casa Blanca
Pero el año 2017 constituyó un punto de giro. Obama eliminaba la política de “pies secos/pies mojados” antes de abandonar la Casa Blanca y su sucesor amenazaba con volver a tratar a Cuba como lo que era: una dictadura. En junio de ese año, Trump era ovacionado en Miami al prometer mano dura contra el régimen de partido único. Apenas en agosto, estallaba el escándalo de los ataques sónicos contra la Embajada de EE UU en la Isla.
En 2018 la nomenclatura estrenaba el rostro de Díaz-Canel como “presidente”, aunque Raúl Castro se encargaría de aclarar que en realidad fue puesto a dedo por él, después de fracasar con otras 11 probetas de funcionarios. La mala suerte del designado quedaría marcada por varios sucesos trágicos, como la caída de un avión comercial con 112 fallecidos. Y a su infortunio se sumaría la acumulación de problemas endémicos del sistema, así como la ineptitud de un nuevo gabinete que arrancaba su gestión con un nefasto decreto: el 349.
Al año siguiente se aprobaba una nueva Constitución más gatoparda que la novela de Lampedusa. El funcionariado entraba en Twitter llamando “malnacidos” a la mitad de los cubanos y la falta de ashé de Díaz-Canel era confirmada por un devastador e inusual tornado. En contraste, la capacidad de la sociedad civil para articularse aumentaba su escala de influencia. La crisis, entretanto, mostraba su peor rostro, aunque la probeta designada insistiera en llamarla “coyuntural”.
En 2020 llegaban la pandemia y los nasobucos, pero también la resistencia de una generación de jóvenes artistas contra la censura. Luis Manuel Otero Alcántara y el Movimiento San Isidro comenzaron a recibir solidaridad dentro del gremio, a pesar de todos los intentos para desacreditarlos. La apoteosis ocurrió el 27 de noviembre, cuando centenares de artistas se plantaron frente al Ministerio de Cultura con exigencias no solo en el ámbito de la cultura, sino también en materia de libertades ciudadanas.
Y llegó 2021. El año más mortífero en toda la historia nacional. La tasa bruta de mortalidad en la Isla fue la más alta del continente
Y llegó 2021. El año más mortífero en toda la historia nacional. La tasa bruta de mortalidad en la Isla fue la más alta del continente, aunque el régimen reportara cifras mínimas de fallecimientos por covid-19 y alardeara de poseer cinco vacunas. La olla de presión reventó el 11 de julio, una fecha que quedaría grabada en la historia nacional, dejando al 26 del mismo mes en una esquina del calendario.
Los últimos tres años están mucho más frescos en la memoria de quien me lee. El régimen logró sobrevivir al estallido aplicando las peores técnicas de represión y control social. Encerraron y condenaron a centenares, mientras echaron fuera del país a muchos más. Desde entonces se han dedicado a mantenernos divididos y enfrentados.
Como en la novela de Lampedusa, la Revolución es un perro muerto. Y aunque algunos insistan en mantenerla disecada, será inevitable que acabe arrojada por la ventana, como el perro Bendicó en El Gatopardo, hacia el basurero de la Historia.