Cuba, diez años de enormes progresos hacia el abismo
10º aniversario
Cada vez son más los que tienen la posibilidad de acceder a la prensa independiente, que ha visto un desarrollo sin precedentes en la última década
Montreal (Canadá)/Ruanda y Botswana no son precisamente los primeros países que nos vienen a la mente al pensar en ejemplos de bienestar y progreso. Ambos han enfrentado y enfrentan desafíos monumentales, con una historia marcada por la pobreza crónica, el desempleo, la violencia y niveles de corrupción que podrían desalentar incluso al más optimista de los ingenieros sociales. Y, sin embargo, en la última década, estos dos países han logrado transformaciones notables.
Ruanda, devastada por un genocidio en 1994 que dejó al país en ruinas, ha emergido con una serie de reformas en tecnología y gobernanza que han catalizado un crecimiento económico notorio. Desde 2014, el PIB per cápita de Ruanda se ha más que duplicado, y las políticas de desarrollo han elevado a más de un millón de personas fuera de la pobreza. Por su parte, Botswana ha sabido aprovechar sus ricos recursos naturales para financiar mejoras sustanciales en infraestructura, educación y salud. Estas inversiones no solo han elevado su índice de desarrollo humano, sino que también han robustecido su economía, transformándola en una de las más estables y prósperas de África, con un crecimiento sostenido del 5% anual en la última década.
Mientras los Gobiernos de estos, y de otros países con contextos comparativamente desfavorables, han mostrado una clara disposición a adoptar políticas orientadas a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, el Gobierno de Cuba ha elegido todo lo contrario: agravar el sufrimiento, incrementar la miseria y animar vigorosamente la desesperanza de su pueblo.
El Gobierno de Cuba ha elegido todo lo contrario: agravar el sufrimiento, incrementar la miseria y animar vigorosamente la desesperanza de su pueblo
En la última década, la esperanza de vida en Cuba ha disminuido, la población ha decrecido, y la emigración continúa mermando la capacidad productiva del país. También se ha registrado un incremento significativo en el número de ciudadanos prisioneros por razones políticas. Entre septiembre de 2019 y marzo de 2024, el número de prisioneros de conciencia pasó de 128 a 1.092 (lo cual representa un aumento del 773,6 %). Tal incremento resulta del creciente número de manifestaciones de descontento que han tomado dimensiones nunca vistas en la Isla, pues es sabido que ejercer un derecho universalmente reconocido se castiga en Cuba con represión. En la mal llamada “República de Cuba” la virtud republicana que constituye la participación cívica se sofoca con violencia, encarcelamiento y tortura.
Además, en este período se ha normalizado el exilio forzado y la llamada regulación (prohibición de salida) con la consecuente violación de, al menos, una decena de derechos, sin contar los que se violan a través de las amenazas, los chantajes y las más brutales presiones psicológicas.
Y qué decir de la inflación desbocada, del deterioro descomunal de la infraestructura, el alarmante declive de los servicios de Salud Pública y de Educación, y la desoladora exacerbación de la pobreza –que nos llevó a coronarnos en 2021 como el país más miserable del mundo según el índice de Henke– o el aumento exponencial de la desigualdad social.
Por curioso que parezca, los últimos 10 años han sido también testigos de lo que llamo “el dilema del control autoritario de la información”. Si en 2014 solo 22 de cada 100 personas tenían acceso a un teléfono celular, actualmente este número se ha triplicado, del mismo modo que lo ha hecho el uso de internet (todo gracias a los familiares y amigos exiliados). Es cierto que permitir tal acceso ha engrosado las arcas del conglomerado militar Gaesa debido a su control monopólico sobre los medios de comunicación, pero a la vez les presenta el dilema de otorgar a la población un acceso sin precedentes a la información (global, gracias al uso del VPN para burlar la censura).
Tal acceso permite a la gente elegir la prensa que lee, asombrarse de todo lo bueno que el capitalismo –supuestamente maligno– ofrece a sus compatriotas exiliados, y estar al tanto del apoyo que reciben por la ferviente actividad de la sociedad civil cubana en el exterior. Dado que la oligarquía militar no puede renunciar a los millones que se embolsa, ha tenido que apostarlo todo a que su brutal represión será suficiente para contrarrestar el efecto benigno del flujo de noticias de fuentes no oficiales.
Se trata, sin duda alguna, de uno de los medios de prensa más serios, respetados y admirados tanto por los cubanos como por la comunidad internacional
Cada vez son más los que tienen la posibilidad de acceder a la prensa independiente, que ha visto un desarrollo sin precedentes en la última década. Basta mencionar la fundación de 14ymedio, en 2014, y el imprescindible trabajo que realizan desde entonces. Se trata, sin duda alguna, de uno de los medios de prensa más serios, respetados y admirados tanto por los cubanos como por la comunidad internacional. Un periódico que, para colmo, se realiza desde Cuba (en las fauces mismas de la hiena), y que se da a la ardua tarea de burlar la censura comunista para hacer llegar la información de múltiples modos a la gente.
Para resumir, en estos últimos 10 años se ha reducido todo lo que el pueblo deseaba que aumentara, y se ha expandido casi todo lo que debería haber disminuido, con la notable excepción del acceso (a regañadientes) a la información y la consolidación de la prensa independiente como fuente fiable.
Pero, para ser justos, también hay cosas que no han cambiado. Por ejemplo, el hecho de que todo está tan desastrosamente mal que parece irreal. O que se obligue a los cubanos a vivir una vida que no desean, a renunciar a aquello que aman, a decir lo que no piensan, a silenciar lo que ansían gritar. No ha cambiado el empeño totalitario en sofocar el talento, aplaudir la mediocridad, llamar héroes a los traidores, intentar convencernos de que somos un pueblo débil, aislado y desprotegido. No ha cambiado el avance ininterrumpido hacia la decadencia, el hundimiento moral y, sobre todo, sigue inmóvil la persistente idea de que no vale la pena vivir en nuestro propio país.