Cuba y el dilema del Conde de Montecristo
El Conde de Montecristo es, en muchos sentidos, el reflejo de los cubanos. Sufrió envidia y traición de los que se decían amigos
Huesca (España)/Edmundo Dantés ha vuelto, persiguiendo la eterna sombra de la justicia, la que se toma por mano propia. Los guionistas de 2024, con plumas afiladas, nos presentan un Conde que recuerda en gran medida al original de Alejandro Dumas. Las versiones que desde 1934 hasta 2002 cautivaron a generaciones de cinéfilos fueron reinventadas para el mundo del momento. Sin embargo, Dantés, aunque adaptado, no ha cambiado en lo esencial: sus principios permanecen intactos a pesar del paso del tiempo. No estoy aquí para juzgar las licencias de los directores; estoy aquí para hablar de un mensaje, un mensaje para Cuba.
El Conde de Montecristo es, en muchos sentidos, el reflejo de los cubanos. Sufrió envidia y traición de los que se decían amigos. Mondego, celoso del amor entre Edmundo y Mercedes, lo delata como disidente. Con la ayuda de Danglars, que codicia su futuro, lo entregan a las autoridades. Gérard de Villefort, el fiscal, sabe que Dantés es inocente, pero lo condena por beneficio propio. Lo envía a pudrirse en el castillo de If, una roca desierta, olvidada por Dios y la Justicia.
Si desatáramos el instinto de justicia que llevamos dentro, no quedaría títere con cabeza en Cuba
Esta podría ser la historia de cualquier cubano. Sufrimos la traición de los chivatones, la envidia de los que temen nuestra prosperidad. Perseguidores de conciencias, policías, fiscales y jueces que, como Villefort, son traidores a la moral y a la justicia. Cuba está llena de ellos. Y mientras el barco se hunde lentamente vemos a las ratas escapar, mezclándose entre las víctimas del exilio.
La versión de 2024 trae algunos cambios cosméticos, pero lo que permanece inmutable es el debate entre la venganza y el perdón. Edmundo escucha dos voces que lo arrastran en direcciones opuestas: una que lo incita a destruirlo todo, y otra que busca en Dios la fuerza para perdonar lo que creía imperdonable. En esa misma lucha interna vivimos los cubanos cada día. En esta crisis que se prolonga por seis décadas, se impone el dilema: ¿qué Conde de Montecristo seremos?
“La venganza no es digna de hombres nobles, pero sí es el único consuelo de los que han sido injustamente tratados”, nos recuerda Dumas, subrayando el alivio que muchos podrían encontrar al destruir a sus verdugos. Aunque la venganza no ennoblece, ofrece una salida a quienes han sido profundamente agraviados, dejando en evidencia la complejidad de nuestras emociones cuando enfrentamos la injusticia.
Si desatáramos el instinto de justicia que llevamos dentro, no quedaría títere con cabeza en Cuba. Tantos malhechores han mancillado nuestra tierra que reivindicar cada ofensa sería nadar en sangre. Ellos lo saben y se aferran al poder, porque temen las cuentas que deberán rendir. Dependen de las armas, pero nosotros tenemos la razón y el tiempo. "No olvides que durante toda nuestra vida seremos víctimas de una injusticia" decía Dantés. Y mientras más tiempo pasa, más sufre la gente que amamos y más se retrasa nuestro retorno para reconstruir lo que es nuestro.
Puede haber un futuro democrático donde víctimas y victimarios encuentren su lugar bajo el manto del perdón y reconciliación
Entonces, ¿qué versión de Dantés seremos? El vengador implacable o el justiciero que perdona a quien le hiere de muerte. Solo existe una cosa que hace a los sueños imposibles de alcanzar: el miedo al fracaso. Pero, ¿y si dejamos el miedo atrás? ¿Y si, en lugar de vengarnos, abrimos la puerta al perdón? ¿Y si ponemos sobre la mesa una hoja de ruta para una transición controlada con ellos dentro de la fórmula?
No podrán decir que no les ofrecimos un camino razonable. Cuba puede cambiar sin derramamiento de sangre. Puede haber un futuro democrático donde víctimas y victimarios encuentren su lugar bajo el manto del perdón y reconciliación. Si Sudáfrica y Ruanda pudieron caminar hacia la paz, ¿por qué no nosotros? Dantes nos deja la lección de que la vida es una tormenta. Te regocijas en la calma, pero el verdadero coraje es mantenerse firme en medio de la turbulencia. En esta tormenta, debemos decidir si cultivamos un rosa blanca para los crueles que nos han arrancado el corazón por más de medio siglo, o si los cardos y ortigas deben crecer en los jardín.